De acuerdo con la óptica oficialista, la oposición atraviesa por grandes contradicciones e insuficiencias: Carece de un basamento ideológico que la unifique, y por ello, no cuenta con un programa unitario de gobierno, ni con un proyecto unitario de país. Tampoco tiene un liderazgo aceptado y respetado al unísono por todos. Y estas conclusiones, quién puede negarlo, resultan pragmáticas, como pragmático ha resultado, en diversas ocasiones, el comportamiento del régimen.

Hay que ser pragmático. Esta frase la escuchamos en cuanta reunión, foro o conferencia, asistimos. Se nos dice que así debe ser la política: pragmática, para alcanzar determinados objetivos. Pero una cosa es que la política sea pragmática y otra que los ciudadanos de a pie no esperen conocer proyectos y compromisos que, en principio,  serían cumplidos.

Recordemos las cuatro exigencias, que precisamente han sido el leitmotiv de esta cruenta lucha que ha cobrado 130 vidas, centenares de ciudadanos presos y una brutal represión que raya en lo criminal: respeto a la autonomía del Parlamento, apertura del canal de ayuda humanitaria, liberación de presos políticos y cronograma electoral que incluya los comicios presidenciales.

Y precisamente lo que hoy está en el tapete noticioso es esta convocatoria al proceso electoral para las gobernaciones. Una vez más el régimen presenta unos caramelos de cianuro, logrando confundir y dividir a la oposición, que parece estar acostumbrada, a pesar de su pragmatismo,  a no dejar de serlo.

Por supuesto que esas elecciones  pueden ser de vital importancia, pero, el objetivo fundamental de los factores democráticos  debe ser resolver la profunda crisis constitucional que hace que cualquier elección sea injusta. Como también resulta imprescindible resolver las condiciones en que se realizaran esos comicios, sin obviar el detallito de Smarmatic,  la situación de nuestros  posibles candidatos inhabilitados, así como lo pertinente a los presos políticos y por supuesto, y con mayor razón, esa cada vez más apremiante ayuda humanitaria.

Tan pragmático es ofrecer lo que la sociedad espera oír, como estar en contra de todo sin proponer nada en concreto. ¿Qué debemos, entonces entender al respecto?

La raíz griega pragma significa lo realizado, lo que hay que hacer o lo correctamente hecho, y más sencillamente, el hecho. Esta palabra fue elegida como referencia por Charles Saunders Peirce, quien fue el primero en plantear el método como forma de determinar el significado de palabras importantes. Sin embargo, sería el filósofo estadounidense William James quien desarrollase esta definición, convirtiéndola en una teoría de la verdad (Pragmatismo: un nuevo nombre para viejas formas de pensar).

Al oponerse a la separación entre pensamiento y acción, formuló la tesis que la verdad de una idea, un juicio o una tesis, consiste en que de resultados positivos. Para la filosofía del pragmatismo, todo conocimiento debe condensarse en la experiencia. En palabras más simples, es como decir «lo cierto es lo que funciona».

En la política, ser pragmático es la capacidad que posee un dirigente para conseguir sus objetivos sin que su ideología o sus antiguas opiniones se interpongan. Equivale a actuar prescindiendo de trabas  principistas, haciendo lo que parece más adecuado de acuerdo a como se presentan las circunstancias de cada momento. El pragmatismo, sin embargo, resulta también una ideología cuyos límites están en la dificultad para prever las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones, y en la tendencia a desentenderse de realidades que no encajen en nuestra corta visión de las conveniencias momentáneas. Y resulta muy común confundir su área de acción con otro término de mayor «flexibilidad»: oportunismo.

Contar de antemano con las experiencias políticas y garantizarles la eficacia son, ciertamente, fines nada desdeñables del actuar político; pero todo ello tendría validez si la típica pregunta del pragmatismo ¿qué hacer?, se encuentra a una ideología, a un pensamiento, que técnicamente se ha considerado como válido, es decir, al mundo de los valores.

De alguna manera hacia allá apuntaba el amigo Damiano del Vescobo cuando escribía: “La política no puede seguir siendo pragmática, debe basarse en principios. No sé cómo le van a decir a la gente de la comunidad internacional, a los familiares de los 132 asesinados que el régimen que rompió el hilo constitucional, que cometió fraude con la ANC, que a consecuencia de eso se activó el 333 y  350, ahora es bueno para unas elecciones por unos cascarones vacíos.”

La política es un medio para conciliar la discrepancia sin recurrir a los golpes de la violencia; cuando se condena la pluralidad por incapacidad para negociar, la vida política se reduce a las posturas fundamentalistas de un indomable tirano que pretende excluir todo desacuerdo y cualquier disputa. El riesgo y la paradoja de esta «macedonia» ideológica no será que la reemplace el pragmatismo, sino la sempiterna demagogia. En este país de los pragmáticos, a la larga, el demagogo ha resultado ser quien manda…

 




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