Un carancho mientras sobrevuela el parque de la Memoria, en Buenos Aires (Argentina). Foto: EFE/David Fernández /ARCHIVO

Con casi un millar de especies de aves que habitan en entornos naturales muy diversos y de singular belleza, Argentina es un verdadero paraíso para los amantes de la observación de aves, una actividad que despierta todos los sentidos.

Flamencos, cóndores andinos, tucanes, pingüinos, ñandúes, cisnes… parques nacionales y provinciales e innumerables reservas privadas son el hogar de estas y otras especies e integran la Ruta Natural, un proyecto impulsado por el Ministerio de Turismo y Deportes de Argentina para promover el turismo de naturaleza de forma sostenible.

Cerca de la mitad de las especies de aves registradas en Argentina mora en la provincia de Misiones, en el extremo noreste del país, donde la naturaleza despliega sus encantos en sitios como las Cataratas del Iguazú, los Saltos del Moconá y la reserva de la biosfera Yabotí.

Una tupida selva esconde desde tucanes, colibríes, bailarines, tangarás y yacutingas hasta vencejos de cascada y águilas.

«El turismo, tanto nacional como extranjero, ve a Misiones como un lugar único a nivel mundial, donde hay especies y sitios de disfrute de la naturaleza importantísimos», señala a EFE Sergio Moya, quien se dedica a divulgar por redes sociales -donde tiene miles de seguidores- impactantes imágenes, en vídeo y en foto, de diversas especies de aves que habitan en Misiones.

De la paciencia a la sorpresa

Moya, un ingeniero electrónico y docente universitario de 36 años, lleva casi la mitad de su vida contemplando la naturaleza, con especial foco en las aves.

Con los años se ha convertido en un verdadero referente de quienes salen a «pajarear», como se llama coloquialmente a la observación de aves.

Para Moya, es vital que quienes se lancen a esta aventura lo hagan con sumo respeto: provocar el menor impacto posible al entorno, no abusar del uso de parlantes (altavoces) para reproducir sonidos que llamen a los pájaros, no acercarse a los nidos o mover ramas por el solo capricho de querer sacar la «foto perfecta» .

Como experto, recomienda a los principiantes estudiar previamente la fisonomía y el canto de las aves que potencialmente podrían verse en ese entorno, elegir los momentos más apropiados para el avistamiento -normalmente, bien temprano en la mañana o al atardecer- y saber tener paciencia.

Porque con paciencia se ven cosas realmente sorprendentes, como el muy inusual avistamiento en Yabotí de un águila crestuda real y un águila viuda, juntas y a punto de enfrentarse, un momento único que Moya logró capturar en una foto que nunca olvidará.

Aprendizaje

La observación de aves es una verdadera escuela: ejercita los sentidos, ayuda a tener otra perspectiva de la vida y a mirar el entorno más allá del propio ombligo.

«Esta actividad te agudiza la vista, te hace trabajar los músculos de enfoque de la vista, te mantiene el sistema visual activo y el auditivo se amplifica. Todos los sentidos trabajan», destaca Moya.

Las aves también ofrecen «lecciones vitales», como que es posible seguir cantando y volando aun en medio de las adversidades.

«Aprendí que hay que disfrutar la vida. Parece que las aves siempre están felices, pero no siempre es el caso. Las aves son como el emblema de la libertad y parece que están solo volando y cantando, pero hay veces que también lo están haciendo cuando se está prendiendo fuego la selva», cuenta Moya.

Pajarear también la ha enseñado a tomar conciencia en primera fila de los daños al ecosistema -la deforestación, los incendios, la caza furtiva-, pero también a descubrir y valorar las «cosas buenas», aquellas iniciativas públicas y privadas de conservación y de recuperación de la selva.

«Esto me cambió la vida porque es una actividad super sana, que te da muchas satisfacciones con muy poco. Quiero que la gente lo haga y para eso saco fotos, filmo y lo comparto», afirma.




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