pobreza
La pareja se alimenta gracias a los vecinos que le llevan algo de comida (Foto: Dayrí Blanco)

Ernestina Pérez se despierta cada mañana a esperar. Acostada o sentada en su cama se le pasa el día, y no hace otra cosa que agradecer a Dios por el plato de comida que algún vecino le lleva.

Tiene 80 años y no puede caminar. Un problema en su rodilla izquierda se lo impide y no tiene medicinas ni sabe realmente cuál es su afección porque no ha ido al médico. Solo sabe que el dolor que siente en intenso.

La cama en la que siempre está es individual y la comparte con su esposo, Urpiano Rosales de 84 años. Él sale un rato en las mañanas y, si tiene suerte, recoge la basura en algún comercio cercano, en el sector Antena del barrio El Impacto, al sur de Valencia, y regresa con “una harinita o un paquete de arroz”.

Es un trabajo que hace lo más rápido posible para atender a su esposa. “Yo soy el cocinero”, dice dejando al descubierto que nada le quita el buen humor. Tiene meses sin gas, y si llegara no tiene dinero para comprarlo, así que solo cuenta con una cocina eléctrica que no hace más que fallar.

Él no tiene idea de cuánto cobra de pensión. “Antes era 800 bolívares, después como nueve bolos, pero lo que sé es que eso alcanza solo para un arroz”.

Una casa que refleja pobreza

Basta con poner un pie dentro de la casa de la pareja para adentrarse a el máximo reflejo de la pobreza extrema. Gatos de todos los tamaños van de un sitio a otro, cazando cualquier migaja de la poca comida que pueden conseguir los ancianos.

“Aquí comemos solo una o dos veces al día”, expresó Urpiano mientras estaba sentado al lado de Ernestina en la cama que está justo a la derecha de la puerta de la vivienda.

De lado a lado hay un cúmulo de chatarra. Objetos viejos, en desuso, que están ahí como para recordar la precariedad a todo momento. El olor en el interior de la casa es indescriptible, es el aroma de la pobreza y de la vida que pasa como si nada tuviera sentido, como en el de 76,6 % de los hogares del país, que según la  Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) está en pobreza extrema.

En el patio hay más chatarra, como también lo hay donde debería estar el baño, pero eso no existe. “Yo hago mis necesidades en una bolsa y ella en un pote porque no se puede mover de la cama”.

Tampoco tienen agua. “Casi nunca llega, ni la semana pasada ni esta hemos tenido”.

En medio de toda esa realidad, Ernestina sigue orando. Pero no para pedir nada para ella y su esposo, ni para que su situación mejore, son plegarias a Dios y al Ángel de la Guarda para que proteja a quienes los ayudan a ellos. “Vivimos de la buena voluntad de la gente, de los vecinos que nos traen comida”.

Ellos no creen en políticos. No tienen idea de que el 21 de noviembre hay elecciones, a su edad y en la condición en la que viven, ellos se dedican a hacerse compañía y a esperar que alguien toque a su puerta y les lleve algo de comer.




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