En mi artículo de hace dos semanas me refería al reto que significará para Venezuela la reconstrucción de su industria petrolera, una actividad compleja y de alta tecnología que necesita grandes inversiones y muchos profesionales de alta especialización. No hay dudas sobre el estado actual de Petróleos de Venezuela.

El chavismo convirtió en chatarra cientos de miles de millones de dólares en equipos, plantas, refinerías y un largo etcétera. Bajó la producción a menos de un tercio de lo que se producía 20 años atrás. Vendió buena parte de los activos petroleros en el exterior y comprometió el petróleo de los hijos y los nietos de los venezolanos para pagar préstamos de China y Rusia. Incrementó exponencialmente el número de accidentes, derrames y catástrofes industriales. Y por si fuera poco, cuadruplicó la nómina y metió a la empresa en una cantidad de negocios de los que solo quedó comida podrida y guisos en abundancia.

Hoy, pdvsa (en minúscula) produce unos 700 mil barriles diarios (siendo optimista) y tiene entre 120 y 150 mil empleados, dependiendo de la fuente. Como comparación, PDVSA tenía 40 mil empleados y producía 3,5 millones de barriles al día en 1998, es decir, producía 87 barriles por empleado. La actual empresa rojita escasamente llega a 5 barriles por empleado, lo que significa una eficiencia 17 veces menor y una nómina en la que sobran por lo menos 100 mil personas.

Para que la producción haya bajado a los niveles actuales, tiene que haber daños mayores, por impericia y abandono, en todos los equipos que componen la cadena de valor: pozos, estaciones, ductos, plantas, patios de tanques, refinerías y centros de despacho. Los fondos para reparar la infraestructura y llevarla a un nivel aceptable de confiabilidad deben estar en el orden de decenas de miles de millones de dólares, a lo que hay que agregarle miles de ingenieros, técnicos y gerentes capacitados, que puedan echarse al lomo la tarea de remediar lo que se rompió, casi que con saña, en estas últimas dos décadas.

Venezuela no tiene ni los dólares ni el personal para remediar el desastre. Aparte de que el país está quebrado y tiene una deuda de 160 mil millones de dólares, los profesionales petroleros que el difunto mandó a la calle están en su mayoría en el exterior, muchos de ellos con trabajos estables y bien remunerados, y una buena parte con serias dudas acerca de su regreso a un territorio arrasado por la plaga.

Con un escenario tan complicado, la industria petrolera tiene que empezar de cero, y aprender de la experiencia. Es necesario cambiar el software que le asigna al Estado el manejo de los hidrocarburos y olvidarse de la empresa que alguna vez existió.

Debe aceptarse, sin complejos, que la nación no pudo con el sector petrolero (de hecho, no pudo con ninguna actividad productiva, y para muestra las empresas de Guayana) y entregarle el negocio al capital que pueda sacarle la mayor rentabilidad, con garantías legales y financieras que aseguren tanto el largo plazo de los contratos como el pago de impuestos y regalías. Finalmente, y sin esto no hay recuperación que valga, hay que poner al Estado a hacer lo que le toca: proveer salud y educación básicas, asegurar el cumplimiento de las leyes y crear un entorno favorable para que la empresa privada produzca y genere, como mínimo, los puestos de trabajo que se vaporizaron durante la dictadura.

Se podrá argumentar que la quiebra de Pdvsa se debió al chavismo y que con un gobierno nuevo la industria petrolera podría recuperarse y llegar a ser lo que fue. Eso será verdad hasta que llegue al poder el próximo populista. Y contra el populismo, hasta ahora, no hay blindaje. En una sociedad con una cultura que genera instituciones débiles, el gobierno debe tener muchos y muy fuertes contrapesos, y uno de ellos es un sector privado grande, competitivo y diversificado.




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