Al momento de escribir este artículo, viernes 22 de febrero temprano en la mañana de Caracas, las redes muestran a la guardia nacional venezolana tratando de parar, en el túnel de la Cabrera, en Araure y en Barinas, la caravana de autobuses, camiones, camionetas y carros que se dirige a la frontera colombiana para ayudar a recibir la ayuda humanitaria y apoyar el cruce fronterizo.

Luego de escarceos, empujones, bombas lacrimógenas y mentadas de madre –reales y virtuales- a los esbirros de verde oliva, la columna evade los bloqueos y sigue su marcha hacia el centro de recogida de medicinas y alimentos que se ha montado cerca de Cúcuta. Bueno es decir que la GN, en general, actuó a media máquina, sobrepasada por la cantidad de gente que se agolpó a lo largo de la ruta.

En la marcha motorizada van representantes del nuevo gobierno, diputados a la AN y bastante pueblo, mientras que el presidente Guaidó llegó al Táchira la tarde del jueves. Por supuesto que los bloqueos no son el único obstáculo que debe enfrentar la caravana. El viaje hasta San Antonio es largo, y se puede apostar que los milicos y la policía política intensifiquen sus acciones a medida que se acerquen al destino final.

La dictadura se mueve con emboscadas, a oscuras, antes de que canten los gallos, porque al chavismo no le gusta la luz del día, como tampoco le gusta la transparencia, la verdad ni el juego limpio.

El enfrentamiento del 23 de febrero tiene múltiples escenarios. Puede ser que los camiones no lleguen a los centros de entrega, porque los bloqueos no lo permiten. Puede que lleguen pero no los dejen cargar. Y también puede suceder que, a la hora de la verdad, los militares arruguen y dejen pasar la ayuda, desobedeciendo a Maduro, y se acabó lo que se daba.

Dentro de todo el agite, sale un pronunciamiento público del tristemente célebre Hugo Carvajal –el mismo que detuvieron en Aruba y estuvo a tirito de ser extraditado a USA- en el que reniega del régimen e invita a sus colegas en armas a enfrentar a la dictadura. El discurso de Carvajal, ambientado en un estudio con la ciudad de Caracas en el fondo, unas nubes que no se mueven y unas guacamayas animadas, es un gancho al hígado para el régimen. El “pollo” sabe mucho. Y su inmunidad vale todo lo que le cuente a sus custodios.

Pase lo que pase, la dictadura tiene los días contados. Este no es, como han dicho algunos analistas, el episodio “todo o nada” del combate entre el régimen y la democracia. No es cierto que si el chavismo sale bien -o medianamente bien- librado de este trance, se puede quedar por muchos años más. Esta batalla es importante, pero más importante es que los rojitos, hagan lo que hagan, ya perdieron la guerra.

El gobierno interino está haciendo las cosas bien; muy bien, deberíamos decir. El deterioro del país es tan grande y el rechazo internacional tan extenso que no hay forma de que Maduro y su corte vuelvan a levantar cabeza. Si no es el sábado 23 será el domingo 24 o el 2 de marzo, pero la ayuda entrará a Venezuela y se entregará a quién la necesita; y el régimen se debilitará en relación directa a cada kilo que alimentos que llegue a un necesitado. Todo parece indicar que la suerte está echada. Ahora, o dentro de poco, tocará renacer de las cenizas.




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