Al cumplirse en días pasados veinticinco años de la muerte de José Ignacio Cabrujas, el culto e ingenioso dramaturgo ha sido recordado en sus distintas facetas. Siendo liceísta, me impresionó como actor en Los Ángeles Terribles de Chalbaud en el Juares barquisimetano, luego me haría aficionado a sus obras, de las cuales la que prefiero es El día que me quieras. La escribió, dirigió y actuó. La he visto tantas veces con elencos diferentes que mis amigos me dicen que debo saberme de memoria los parlamentos y casi tienen razón.

Cabrujas hizo un notable Pio Miranda, aunque me atrevo a decir que la caracterización inolvidable de este personaje suyo es de Fausto Verdial. Pío es el nudo dramático de la pieza ambientada en una casa caraqueña cuando Gardel visita el país. Uno ríe sabroso por varias escenas y diálogos, pero en el fondo está este militante comunista que da tumbos de oficio en oficio, lector insaciable, catequísticamente convencido del recetario marxiano. El autor se vale del Zorzal criollo y los Ancízar, para contar su verdadera historia, la del revolucionario que esconde en la mentira su frustración.

Pío, años de noviazgo, visita y almuerzo los domingos aunque “no quiero molestar”, recita y enseña a recitar El Manifiesto junto a pasajes históricos. Promete a la novia decenal mudarse a la Unión Soviética, vivir en una granja colectiva gracias a una recomendación pedida a Romain Rolland ante Stalin quien “tiene una visión total del planeta”. Pío quiere que sus hijos “nazcan en la verdad proletaria”, el reino socialista de igualdad y justicia. Pero al final, confiesa que todo era mentira: se hizo comunista por resentimiento, inventó la carta al escritor francés como los pasajes históricos que repetía y la falsa promesa de irse a la URSS.

Aquel hombre, hasta enternecedor en su amargura disfrazada de autosuficiencia ideológica, delira para escapar de su acomplejada pequeñez.

El catecismo de Pío no sirve para gobernar. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se vino abajo. No aguantó la reestructuración y la transparencia impulsadas por Gorbachov. Y como piezas de dominó cayeron los regímenes del socialismo real en Europa del centro y el Este.

“A lo mejor nací cincuenta años antes de los debido”, dice Pío. Es posible. Tal vez habría sido ministro para intentar aplicar sus fórmulas a la vida real. El resultado lo conocemos, es mentira, aunque de seguro nos habríamos ahorrado, por lo menos, algunas trapacerías.




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