Algún día tendrá que comenzar la reconstrucción de Venezuela. Algún día se irá la plaga que convirtió al país en tierra arrasada para que una gente distinta se apropie de la gestión de gobierno. Quizás le tocará a la gente que conocemos hoy, la que integra el interinato nombrado por la Asamblea Nacional, o quizás irrumpa un equipo distinto, nuevo, que no está a la vista pero que puede salir al relevo cuando uno menos se lo espere. En todo caso, lo que está muy claro, con hechos y cifras de todos los calibres y orígenes, es que no habrá freno al desmadre sin la salida previa del régimen chavista.

Hay muchos planes para El Día Siguiente, elaborados por gente valiosa y conocedora de los sectores que tienen que ser atendidos y rescatados de las cenizas desde el mismo arranque de un mandato de transición. Entre todas las opiniones y propuestas, el Plan País es la versión más amplia y con mayor aceptación y difusión, siendo como es el resultado de un consenso promovido por la Asamblea legítima, y en el cual han participado expertos y profesionales de cuantioso peso específico con el mejor de los propósitos.

Sin embargo, hay un tema de mucho alcance y mayor impacto que apenas se deja ver entre líneas, y muchas veces ni siquiera se menciona, no solo en el Plan País sino en la gran mayoría de las declaraciones, escritos, documentos formales y webinars. Ese tema tiene que ver con la sociedad venezolana, con sus rasgos culturales dominantes y con sus aspiraciones post-dictadura. Para empezar, no queda otra que partir de la premisa de que la protagonista y promotora de la catástrofe venezolana fue, precisamente, la sociedad que la sufre. Si bien el chavismo ha sido –y es- el autor material, el colectivo soberano le dio el poder y los medios para llevar adelante la destrucción del país. Una cultura afiliativa, caudillesca, irrespetuosa de las instituciones e ignorante de lo que significa la palabra democracia fue la responsable de que se haya elegido por los votos a una montonera de resentidos e improvisados, sin preparación alguna y sobre todo sin valores morales ni éticos.

Más allá de proponer mecanismos para la recuperación física de los servicios públicos, de la industria petrolera y de la producción de bienes y servicios, hace falta reflexionar con crudeza y mucho sentido de realidad sobre el tipo de sociedad que se desea promover –y eventualmente construir- desde las posiciones de dirigencia. Dentro del objetivo mayor de asegurarse que no vuelva a ocurrir lo que ha pasado en los últimos 20 años, hay muchas aristas, vértices y curvas. Si es que se quiere volver a la Venezuela de antes de Chávez, debe tomarse muy en cuenta el peligro de que la historia se repita y regrese el chavismo –por elecciones o por las balas- disfrazado otra vez con la defensa de los pobres, la soberanía y la patria.

En realidad, lo que enseñan las pasadas dos décadas es que se hace impostergable promover un cambio social de gran escala y magnitud, que abarque todos los estratos y todas las geografías. Hay suficiente gente y recursos en el sector privado, nacional y extranjero, para encargarse de la producción de hidrocarburos y los servicios de electricidad, agua y telecomunicaciones. También hay quien se ocupe de producir alimentos y medicinas, siempre que estén dadas las condiciones mínimas de respeto a la legalidad y retorno de la inversión. Lo que no parece haber, porque no es un bien tangible y porque no aparece en ningún plan de futuro, es un liderazgo con la suficiente profundidad de análisis para diseñar y llevar adelante un proceso de cambio social que siembre la semilla de una ciudadanía productiva, ética, informada, democrática (conocedora de lo que es vivir en democracia), independiente y dueña de sus decisiones, por solo mencionar algunos valores indispensables. Una ciudadanía que nunca hubiera elegido a un sujeto como Hugo Chávez. Que nunca hubiera aplaudido el chanchullo que sacó a CA Pérez de su segundo mandato. Que hubiera bienvenido los cambios económicos y políticos que se trataron de llevar adelante a principios de los 90. Que reconozca que las mal llamadas IV y V República fueron obra de todos y no solo de los políticos. Una ciudadanía informada que verifique con sentido crítico las credenciales de honradez y capacidad antes de votar por candidatos a puestos de elección popular. Que no le estreche la mano a un corrupto. Que entienda que votar y elegir un gobierno son asuntos muy serios. Que entienda los alcances y los límites de la separación de poderes y la libertad de expresión. Y que tenga muy claro que la ignorancia no es excusa ni tiene disculpas, por la simple razón de que un pueblo ignorante puede causar(se) mucho daño.

El próximo gobierno tendrá que hacer un esfuerzo inmenso para brindarle seguridad a la población y garantizar el cumplimiento de las leyes, además de atender las emergencias alimentaria y sanitaria. Pero el incendio de hoy no puede impedir que se ponga la vista y se actúe sobre el origen del chavismo, que no es otro sino la banalidad y los valores tribales del soberano. El cambio cultural a través de la educación cívica masiva constituye la única vacuna posible contra el populismo destructor, y es impostergable. Estos 4 puntos: seguridad, legalidad, atender la emergencia y empujar el cambio social deberían conformar la agenda de un eventual gobierno democrático. El resto tendrá que delegarse, porque el Estado no tendrá suficientes recursos. El dinero y los estadistas andan muy escasos.




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