Acabo de ver una foto del distribuidor de Cantaura en la carretera nacional Anaco – El Tigre, en el estado Anzoátegui. En la foto hay un puente partido en dos que descansa sobre una vía asfaltada de dos canales. Así de simple. Una obra que se inauguró con mucha fanfarria en 2007 se cayó sola, aunque ya salieron personajes del gobierno a decir –con muy escasa credibilidad- que fue por el impacto de un camión de carga (la foto, y la forma en la que se cayó el puente, arrojan serias dudas sobre la explicación oficial, pero así es el régimen). El puente del distribuidor Cantaura sufrió la misma suerte del viaducto 1 de la autopista Caracas – La Guaira (en 2006, el primer puente roto del chavismo) y de tantas otras carreteras, puentes, plantas industriales, refinerías, represas y obras de todo tipo que se han desplomado durante los 20 años de revolución rojita.

Con tantas ruinas regadas por el territorio, tanta infraestructura en el abandono y tanta tierra arrasada en un país que fue normal, donde se producía gasolina y la luz y el agua llegaban a las casas y había gas para cocinar, uno se pregunta si es que la incapacidad del chavismo es tan grande o la corrupción tan inagotable o la ignorancia tan extrema como para traer a Venezuela entera al estado en el que se encuentra. Uno se pregunta si es pura ineptitud o si hay algo más. Si es que hay alguna intención en acabar con el país. Si es más que la pura indolencia, pues. Y de repente como que hay evidencias de que el asunto tiene su piquete.

Está más que demostrado que el chavismo no sabe construir ni generar riqueza. No tiene los conocimientos ni la capacidad gerencial ni la experiencia ni la mínima motivación al logro para levantar una obra simple de mediano tamaño, y mucho menos una estructura grande y compleja como una represa, una planta de generación eléctrica o algo de ese calibre. Al mismo tiempo, el chavismo tiene una altísima motivación de poder. De hecho, el poder es su fetiche, su fin último, su razón de ser. Y el poder hay que mostrarlo, porque si no ¿de qué sirve? El régimen exhibe su poder, por ejemplo, cuando reprime y controla, cuando encarcela y en las amenazas de la sargentada a todo el que pretenda oponerse a su mando único y eterno.

Y aquí viene el piquete, porque resulta que otra forma que tiene el chavismo de mostrar su poder es destruyendo. Cuando destruye inspira temor, y a la vez alimenta su bajísima autoestima. Cuando contempla cómo se caen los puentes y se incendian las refinerías, el régimen debe sentir que es algo, que es capaz de dejar una huella. Una huella perversa, pero huella al fin, que es mejor que no dejar nada. Para quienes tienen una necesidad de poder tan elevada, la recompensa más preciada es mostrarse como poderosos y que los demás lo sepan, lo intuyan, lo sientan, lo teman y obedezcan. Y esta demostración tiene que ocurrir una y otra vez porque esa necesidad, al ser externa, no se sacia nunca.

Los que manejan y han manejado el gobierno han sido capaces de destruir la infraestructura de un país entero, y eso significa, dentro de sus creencias retorcidas, que tienen poder, que son alguien. Que no hay pilote ni columna que se les resista. También, por extensión, significa que la gente les teme, porque son inagotables en su destrucción de cosas y almas. Y significa además que pueden hacer lo que les dé la gana. Que nadie los manda. Que ellos son los dueños del país, de lo que hay encima y debajo y de los habitantes que lo pueblan. Y como niño con antojo, si yo soy dueño de algo lo puedo romper porque es mío. En la destrucción que ha sufrido Venezuela, no se puede obviar el deseo oculto del chavismo de hacerse notar, de salir del anonimato en el que vivieron hasta finales del siglo pasado. Aunque para hacerse notar tengan que echar abajo lo que construyeron otros. Puedo, ergo destruyo.




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