El desinterés por la política ha sido – en buena medida – responsable en buena medida de la desgracia que nos acompaña desde hace más de dos décadas con la llegada y atornillamiento del régimen en el poder. Pero-y esto es más grave- es responsable hoy día de actitudes que, por ejemplo, siguen evaluando la experiencia democrática venezolana en términos de descalificación: 40 años de corruptelas y vagabunderías. Como si la experiencia democrática, con todas sus falencias, sobre todo acentuada en los últimos años, no fuera de lejos superior a los 22 años de régimen chavista.
En los partidos políticos de la «4ta», hubo y hay personas honorables, como también sus sinvergüenzas. Muchos de estos últimos ahora son rojos rojitos. Eso es como todo: hay buenos y malos psiquiatras, buenos y malos profesores, abogados o ingenieros. Y sólo una ciudadanía activa y preparada podrá tener las herramientas para elegir los buenos y no dejarse embaucar por los pillos.

Y como recalca el profesor Luís Montes, se hace menester distinguir entre ciudadanía y sociedad civil. El concepto de ciudadanía permite percibir cuando se defiende un interés general y cuando se pretende colar un interés particular o corporativo. Cuando se defienden las libertades y los derechos humanos, y cuando no. Por ejemplo, cuando nuestros empresarios salen a la defensa del derecho de propiedad, esa es una defensa ciudadana de un derecho humano consagrado, que nosotros que no tenemos donde “caernos muertos”, respaldamos. No es el interés particular de Lorenzo Mendoza o de algún otro empresario…

Decidir en política amerita mucha responsabilidad y por tanto hay que ir con mucho cuidado, hay que tener paciencia y coherencia, la prisa es mala consejera cuando está en juego el futuro y los intereses de los ciudadanos, hay que aprender a leer y escuchar entre líneas.

El ciudadano tiene la obligación como tal, además de participar en política de entenderla, de ser consciente que está en juego su vida, su futuro y el de los suyos; y también debe saber distinguir lo bueno de lo malo, cuando lo están manipulando y sobre todo cuando lo están engañando, debe crear un criterio propio y compartirlo con los demás, debe saber analizar y cuando se decida a criticar debe hacerlo con responsabilidad, porque sin saberlo en ese momento está haciendo “política”.

En cierta ocasión Michel Foucault fue consultado a propósito de su interés por la política, él responde con una rapidez digna de uno de los mejores filósofos: “¿Por qué no debería interesarme? Es decir, qué ceguera, qué sordera, qué densidad de ideología debería cargar para evitar el interés por lo que probablemente sea el tema más crucial de nuestra existencia; la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas dentro de las que funciona y el sistema de poder que define las maneras, lo permitido y lo prohibido de nuestra conducta. Después de todo, la esencia de nuestra vida consiste en el funcionamiento político de la sociedad en la que nos encontramos…”

Luego, resulta una obligación cívica de primer orden que entendamos mejor la política porque sólo así podemos juzgarla con toda la severidad que se merece. Deberíamos ser capaces de apuntar hacia la realidad que suele golpearnos, pero que suele permitirnos ser críticos sin abandonarnos cómodamente a lo ilusorio. Abandonar el espacio público por apatía, desaliento o escepticismo, resulta peligroso, ya que supondría la entrega definitiva de una herramienta indispensable para labrar y lograr hacer fértil, la realidad que hoy nos ocupa.

Nos permitimos concluir con un fragmento del libro “Mal consentido: La complicidad del espectador indiferente” del filósofo Aurelio Arteta, que resume con precisión, cuanto acá intentamos destacar. “Suena en el ambiente el sonsonete habitual de que una determinada situación o medida es despreciable o al menos sospechosa porque se ha politizado y que no hay que politizar las cosas. Repliquemos enseguida que –dejando la esfera privada a buen recaudo- hay que politizar todo lo que nos afecta en tanto que miembros de una polis, y en todo lo posible y cuanto más mejor. Es decir, ha de procurarse que todo lo tocante a nuestra libertad e igualdad públicas, que todo lo que pueda contribuir a nuestra mejor o peor vida colectiva, pase por el examen del mayor número de ciudadanos, se debata entre ellos y se decida públicamente acerca de su conveniencia. Somos ciudadanos tantos más libres cuanto más politizados. Y, como no se entiende así, no es que el asunto de que se trate esté despolitizado, sino probablemente que habrá sido excluido el juicio y decisión de todos por y en beneficio de algunos…”

Manuel Barreto Hernaiz




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