Otra vez de visita en Buenos Aires, es imposible no rendirme ante esta hermosa ciudad. Sus impresionantes avenidas, su bella arquitectura, sus monumentos y parques por doquier, su fabulosa gastronomía con el maridaje y el gentilicio de ciudadanos educados, atentos y muy cordiales nunca dejan de sorprender y conquistar a quienes la visitan, no importa cuantas veces hayamos venido.

¡La República Argentina lo tiene todo! Un país otrora agropecuario que, manteniendo la gran fortaleza del campo se ha industrializado creando un sector empresarial diversificado, sólido y capaz de suplir adecuadamente casi todas las necesidades domésticas y exportar sus productos de forma muy exitosa. Sin embargo, siendo así mis dilectos lectores ya se preguntarán por qué a diario conocen acerca de las múltiples calamidades que enfrenta la sociedad argentina, con la mayor inflación vista en años recientes en Latinoamérica -excluyendo el inenarrable caso de Venezuela. La moneda hace tan solo 5 años estaba debajo de 20 pesos por dólar, hoy está por arriba de 300.

Entra el Populismo. Un mal omnipresente y fuertemente arraigado en los países menos desarrollados, particularmente en América Latina, el populismo es el arte de decirle al pueblo lo que quiere oír, usualmente reivindicaciones muy necesarias y que no se van a lograr jamás de la mano de estos líderes carismáticos, que se apoyan en su verbo encendido y antagónico para lograr apoyos muchas veces infinitos que llegan al culto a la persona, a pesar del más absoluto incumplimiento de todas sus promesas. Perón falleció en 1974 y aún manda en Argentina casi 50 años después; lo mismo pasa con Sandino, Chávez y muchos otros que son recordados con una evocación melancólica de lo que pudo ser, pero nunca fue. Por cierto, este fenómeno traspasa con frecuencia las fronteras socioeconómicas, como se evidencia por las muy tristes experiencias de Trump en USA, Boris Johnson en el Reino Unido, Berlusconi en Italia y muchas otras.

Oyendo el mensaje del Ing. Mauricio Macri en la tv esta semana, ratificas lo que ya sabes, que si hay solución para los males del populismo en todos los países, pero que la píldora es amarga y los planes de ajuste macroeconómicos pasan por desmontar subsidios y regalías, reducir el tamaño del estado y que el cargo público deje de ser un pago al apoyo político, cobrar y ajustar las tarifas de los servicios públicos y tantas otras reformas que hacen ver a quien las implementa como el villano. Los costos de sembrar las bases sólidas del desarrollo de un país no son populares. Más fácil es endeudar indebidamente la nación sacrificando su futuro, deshonrar los compromisos con los acreedores y acabar con los recursos disponibles, algo así como “quitar las alcabalas,” pero eso agrada a las masas y mantiene al populista en el poder.

Aquí no hay espacio para un tratado profundo acerca de esta materia, pero sí que lo hay para alertar acerca de lo que estamos viviendo en casa. Necesitamos sincerar el precio de todos los servicios y pagarlo. Sin dudas que todos esos servicios deben mejorar, multiplicando sus prestaciones por un múltiplo superlativo, pero también es cierto que su costo debe ser el correcto y recaudado de forma directa. Sólo así podremos cubrir nuestras aspiraciones en cuanto a salud pública, vialidad, electricidad, agua, comunicaciones y tantos otros que hoy días están arruinados, pero que muchos recordamos con claridad cuando no se iba la luz ni fallaba el agua, el servicio telefónico funcionaba a cabalidad, los hospitales del seguro social atendían bien a los asegurados y tantas otras cosas que estando todavía en necesidad de mejora, se pagaban puntualmente. Por más que nos guste, los combustibles o la electricidad no pueden ser regalados, no hay manera.

Más allá de la situación política vigente, con su híper dosis de culpa, hay que tomar conciencia que los servicios hay que pagarlos, los subsidios deben ser pocos y directos, dirigidos puntualmente a los que realmente los necesitan y no a toda la población. Los esfuerzos de los líderes gremiales y políticos deben ir dirigidos a exigir la adecuada prestación de los servicios y a desmontar este andamiaje populista que por cierto nos cuesta muy caro, ya que lo terminamos pagando por tres vías, una la pléyade de otros impuestos que deberían desaparecer, la necesaria contratación privada de los servicios como plantas eléctricas o pozos de agua y, por último la pésima calidad del servicio recibido. Sólo si enfrentamos el populismo podremos aspirar a un desarrollo socioeconómico sostenible y sostenido en el tiempo. Pero debemos pagar.

guillermomendozad@gmdconsultor.com

 




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