“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.” Bertolt Brecht.

Política es un concepto derivado del griego polis, que era la ciudad estado de los helenos, y que originalmente quiere decir el que participa, se preocupa y propone en el seno de su comunidad, posteriormente de su polis. Sobre esta participación se estructuró la democracia. La política es la participación ciudadana en libertad, conjuntamente con otros elementos de valor que nutren y dinamizan la sociedad.

En nuestro país y creemos que esta situación se repite en muchas latitudes, la figura del político profesional se ha consolidado frente a la figura del político ocasional. Debido a la aquiescencia, indiferencia y pasividad de una mayoría indolente, las estructuras del poder han sido ocupadas, inexorablemente, por personas, en algunos casos de dudosa moral, que han convertido la política en su profesión y que, de paso, la han utilizado como plataforma para impulsar actividades oscuras.

Sin embargo, sería un error responsabilizar tan sólo a estos políticos de profesión de la situación que vivimos. Una buena parte de esa responsabilidad, reside en la ciudadanía, ese electorado sumiso y complaciente que pone en manos de otros las decisiones que afectan a su propia vida y la de los suyos.

Desde tiempos inmemoriales, la política ha sido escenario de corruptelas, intrigas, trapisondas, abusos de poder y crímenes. ¿Debemos dejar entonces en manos de los políticos de la ruindad y sus secuaces, las decisiones que afecten a nuestras vidas o es más conveniente que asumamos nosotros mismos esa responsabilidad por lo delicado que de ella se desprende?

Una vez más se hace menester reconocerlo, lo que va quedando como sistema democrático en nuestro país se encuentra en un punto crítico, esto unido quizás a un tema que provoca rechazo en gran parte de la ciudadanía, la política, que se declara en su mayoría «apolítica».

¿Es el final de la política en nuestro país? Todo lo contrario.

Fracaso sería si los partidos estuviesen abarrotados de ciudadanos tratando de convertirse en políticos profesionales. Fracaso sería si nadie participase. La solución somos nosotros mismos. Todos y cada uno. Se ha dicho que una crisis es ese momento en que pasado y futuro chocan en el presente. Allí está un país que piensa, que sueña, que busca una ruta que andar, por ahora, un país inmerso en la incertidumbre de una terrible pandemia y de un pandemónium originado por este régimen corrupto y usurpador.

Es cierto que un gran número de ciudadanos se hacen los desentendidos, otros son los aquiescentes, pero hay otros, no tantos pero si suficientes, que se niegan a tirar la toalla, que no pierden las esperanzas, que se oponen y se opondrán rotundamente a que les confisquen el porvenir, que no sueñan con corromperse, pues tienen muy definidos sus valores y principios; que pondrán cuanto esté a su alcance, para frenar la vileza del sometimiento económico, la dominación militar y la imposición ideológica, que con tanta determinación -o tozudez- pretende atornillar este régimen.

Aquellos «imprescindibles» de quienes nos hablara Bertolt Brecht.

Día tras día podemos comprobarlo, al encontrarnos con idealistas luchadores, con esos comprometidos ciudadanos, con esa gente simple pero perseverante que piensa que actuar políticamente es importante. Por allí están, esos hombre y mujeres unos activos en sus redes sociales, otros, fortaleciendo ese indispensable tejido social, en las pequeñas asociaciones y ONG`S, en los gremios, soportando con temple y dignidad la brutalidad de un sistema totalitario; como también les vemos en los partidos políticos que han sido escindidos, fracturados, arrebatados. Sin embargo, esos consecuentes y comprometidos militantes, activistas y dirigentes continúan, pese a las frecuentes amenazas y permanente coacción, con sus consignas, coraje y pundonor, cumpliendo cabalmente con sus necesarias funciones, y actividades; como también hemos podido ver la valiente y madura actitud de esos jóvenes en las agrupaciones universitarias donde la militancia no es un empleo, y su lucha para que no les expropien el porvenir la están dando sin descaso, así como en los carajeados sindicatos, en los cuales esa fuerza laboral ha comprendido plenamente el nuevo rol que les depara el futuro.

Como todos, agrupados en el Frente Amplio, en ANCO, o en tantas organizaciones que se unen para dar lo mejor de sí, a pesar de la seria amenaza de la pandemia, la más reciente aliada del régimen. Así las cosas, van unidos en esos esfuerzos para hacer frente tanto al Covid-19 como a dictadura.

No son, como intenta promover el régimen, ámbitos que puedan resolverse separadamente, pues los desaciertos y desmanes de este régimen usurpador, son el desafío para que cada familia venezolana pueda realizar una vida de absoluta normalidad, que pueda acostarse y conciliar el sueño sin tantas angustias; para solventar la añeja e interminable deuda en salud, que se ha profundizado a niveles de terror tanto por la pandemia, como por todos los enormes daños causados por estos irresponsables, incapaces e inmorales revolucionarios de la involución.

En la participación de esos imprescindibles es probable que resida la clave para devolver la legitimidad al arte de la política. Si no es para garantizar el bienestar del pueblo, sino es para rescatar nuestro país de este abismal marasmo… ¿para qué sirve entonces la política?

Manuel Barreto Hernaiz




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