Cantamos porque el sol nos reconoce
Y porque el campo huele a primavera
Y porque en este tallo en aquel fruto
Cada pregunta tiene su respuesta”

Mario Benedetti.

El título de esta columna coincide con un poema del uruguayo Mario Benedetti en donde describe desde la óptica del historicismo estético, como bien lo manifestase Benedetto Croce los feroces años de la Argentina de los militares, esos terribles momentos de bofetadas colectivas que los llevarían a erigir como sociedad un lugar de encuentros, en el parque de la memoria en homenaje a los cientos de torturados, perseguidos y desaparecidos en los hórridos años de los milicos en el poder-término usado en la Argentina para referirse a los militares- justo en ese parque, lugar de encuentros se erigen los nombres de las víctimas con la frase “Nunca más”.

Los totalitarismos son procesos crueles, violentos que son inmanentes a la hipnosis ciudadana, al horror sufrido y a cierta carga de indiferencia, hoy nuestro país arrastra los mismos lastres de la Argentina de los militares o de cualquier sociedad copada por el mal es por ello que siguiendo a Benedetto Crocce, en su obra la historia como hazaña de la liberad: “Debemos de prestarle batalla a la maldad haciéndole frente con la libertad”, pero también es menester razonar, pensar desde el justo medio de lo ontológico quizás de lo óntico, para intentar reencontrarnos sin que ello suponga olvido y perdón, pero tampoco venganza e impunidad, mientras estemos confrontados en una guerra sin sentido, sencillamente entraremos en desesperanza, en inamovilidad, en parálisis y fomentaremos la entropía planteando al régimen el escenario de antifragilidad dentro del cual se sabe mover y estabilizarse muy bien.

Nos corresponde confrontar el mal, los malos hábitos, los vicios, las formas del ejercicio del poder, pero manteniendo respeto por el ser, dándole un giro ontológico a este drama, reconstruirnos de manera necesaria y suficiente a través del tamiz de la educación para la vida en ciudadanía, para la vida civil y republicana y para ello es menester encontrar un porque, una razón, echar mano de Viktor Frankl y su logoterapia, en estos crueles momentos debemos tener un para qué, para hallar el cómo. Justo en medio de las más profundas oscuridades surge esa capacidad vestigial del humano para amoldarse, adaptarse y procurar un cambio, entendiendo que aquello a lo cual llamábamos hogar no existe, la Venezuela en la cual crecimos es un recuerdo inmaterial, una reminiscencia dolorosa, un reflejo o pulsión lleno de nostalgia a la cual no es posible volver, esa Venezuela no es más que la Ítaca destruida por los crueles.

Pero podemos reconstruir otra Venezuela, una en donde todos estemos más rotos pero enteros, en la cual la suma de dolor nos haya hecho más sabios y por ende mejores personas, más humanas, más leales, con hábitos para el buen vivir y apegados al justo medio a eso que los griegos antiguos llamaban mesura de la perfección o virtud cívica, la tarea para revertir el daño de la lengua y del espíritu es mucho más compleja que las proyecciones frías que rebotan de los modelos econométricos, en este orden de ideas ¿Qué utilidad reportaría una recuperación en medio de una sociedad de lotófagos y negligentes?, la respuesta es una rotunda negación de la utilidad de tal desiderátum, sí existe algún expolio terrible del cual hayamos sido víctimas estriba en la escinción de las capacidades para asumir los diques modeladores de las apetencias viscerales que nos convierten en humanos y no en licántropos, o meros adoradores de la irascibilidad como locus de poder.

Trillado se encuentra el tema de la educación y su poder de sanación, pero lo que es una verdad incontrovertible es el hecho de educar históricamente desde el dolor, para que sea ese malestar el verdadero mentor de un mejor venezolano, el reto estriba en salir del insilio en incorporarnos a pesar de que la lucha por la libertad embride riesgos, como bien los reconoce Benedetto Croce en su obra “la historia como hazaña de la libertad”, el riesgo y el peligro son los complemento para la procura de la libertad, así como lo bueno y lo bello son el complemento de lo maligno y lo horrido. Es así como en este orden de causación de ideas podemos concluir en la tesis, de que el inicio de este horror se fundamenta en la pobreza del logo y del alma, entonces debemos procurar encontrar la plenitud de la lengua para la libertad y la sensibilidad del espíritu para el ejercicio de la bondad, he allí el bálsamo para estas llagas generadas por dos décadas de horror.

Finalmente, y siguiendo al poema de Benedetti, la razón de por qué cantamos se encuentra en la esencial necesidad de salvar al país, reconocer nuestros dolores en los abrazos vacíos de quienes no están, cantamos por qué el rio está sonando, por la certidumbre del lugar al cual irán los crueles y hasta por el hecho de que nuestros muertos quieren que cantemos. Cantar implica la acción de seguir en la lucha, de militar en la vida, seguimos adelante pues la rabia no es suficiente y por qué a nosotros nos reconoce el sol y sabemos que llegará la primavera, entonces hay razones para seguir accionando, hay motivos para arriesgarnos y sobre todo seguimos para demostrarle cuan diferentes somos nosotros de aquellos que nos oprimen, la magnificencia nos es propia y a los otros solo les queda el odio y el rencor.

Reconstruyamos este país, eduquemos hasta sentirnos exhaustos, repitamos que no aceptamos la pobreza de la lengua, corrijamos las formas charlatanas del lenguaje del opresor y venzamos la derrota, que pasa por incorporarnos a ser distintos a esta revolución impía e inmisericorde y sobre todo hagamos pivote en el ser, para el ser y desde el ser, esta es la lección de mi columna trocada en clase, ser distintos al difamador, superiores a la calumnia y a la herrumbre de la mentira. Sin que ello suponga abandono de la justicia necesaria y de la lección que solo el dolor y la adversidad nos dejarán a una sociedad mejor

Cantamos porque el cruel no tiene nombre

Y en cambio tiene nombre su destino

Cantamos porque los sobrevivientes

Y nuestros muertos quieren que cantemos”

Mario Benedetti.




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