Muchas personas creen seriamente que son ineficientes en sus trabajos, que están más ocupadas que los demás, y llenas de cosas complicadas por hacer. Estas personas se quejan a toda hora, pero no se deciden a averiguar cuáles son los orígenes del problema. No deseamos ver a estas personas forzadas en trabajos que otros no hacen o se niegan a hacer. ¿Será que esas personas no cuentan con el apoyo necesario de sus superiores? ¿Será que no cuentan con adecuados recursos económicos, materiales o informativos? ¿Será que no tienen tiempo suficiente para alcanzar metas muy exigentes? En todo caso, podemos conocer las razones que originan las ineficiencias. Pero, no consideremos que ésta sea una respuesta simplista, “lógica” u obligada. La mayoría de los gerentes y analistas insisten en que hay una inadecuada administración del tiempo, aun cuando las personas señaladas se mantengan siempre en actividad, integrados en lo que hacen, y cumpliendo con sus deberes laborales estimados.

Pero, tomemos en cuenta otras razones: Un viejo decir afirma que “las apariencias engañan”, y algo de esto es lo que podría estar ocurriendo. Atendamos a la siguiente pregunta: ¿Se ha preguntado si somos nosotros los mayores responsables de la acumulación excesiva de trabajo en nuestro ambiente laboral? ¡Sin embargo, creemos que cumplimos voluntariamente, con dedicación y pasión, el trabajo que a diario ejecutamos!

Una razón poderosa para no concentrarnos, y no ser eficientes en nuestros trabajos, es el mal hábito de la postergación: ¡Dejar las cosas para después! Tengamos presente que cuando postergamos cualquier acción, aumentará la dificultad para reiniciarla más adelante. Pensemos que podrían ser muchas, y muy importantes, las actividades, órdenes o decisiones diferidas a diario, para hacerlas después. Además, puede ser incómoda la sensación de inadecuación (desajuste), que se genera al reiniciar una actividad, luego de la decisión de retomarla. Reiniciar lo dejado, para hacerlo después, casi siempre se acompaña de una sensación de pesadez intelectual y desmotivación, aun cuando hayamos tenido un tiempo para descansar y refrescarnos. El mismo intento de pensar en reiniciar se puede hacer “pesado”. En muchos casos esa sensación negativa nos llega de saber que retomaremos algo que pertenece a un momento ya superado, y que lo reiniciamos como por obligación con algo, o compromiso con nosotros mismos.

Todo reinicio proviene de algún momento ya pasado, y está fuertemente ligado (a veces “encadenado”) a ese pasado. Por esta razón, el escritor y periodista Donald R. Perry Marquis (USA 1878-1937) acertó  al comentar que “la postergación es estar al día con el ayer”. Pero la postergación es más preocupante si es debida a estados de desmotivación acentuada, porque seria dejar de hacer algo, aun con tiempo suficiente para hacerlo. La falla puede ser un estado inicial o mediano de depresión personal. Postergar es una forma, quizás no intencionada, de alejarnos del éxito; por esto, toda postergación es costosa: A mayor ansiedad debemos esperar más postergación, y decisiones mucho menos elaboradas. El éxito llega cuando lo que hacemos es importante. ¡No nos acostumbremos a postergar! Y como el viejo dicho nos lo advierte: “No dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy”…




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