Entramos ya en el tiempo de Adviento, que inicia este nuevo año litúrgico en la Iglesia Católica. Meditaremos las enseñanzas de Cristo a través del evangelio de Mateo. Y uno de los protagonistas de la vida pública de Jesús es precisamente Juan el Bautista, el Precursor, el último profeta del Antiguo Testamento y el primero del Nuevo. Ése hombre, respondiendo a las expectativas mesiánicas del pueblo de Israel, se atrevió a predicar la venida del Salvador del mundo, aún en contra de un poder oficial y religioso que lo consideraba peligroso para los intereses del “bien común”.

Su mensaje estaba centrado en la conversión de vida. El texto del evangelista usa una palabra interesante para definir ese paso. Usa la expresión “cambio de mente”, porque conversión significa, literalmente, cambiar la dirección de la propia vida, voltear la mirada hacia otro lado, pensar que tal vez el tipo de vida que hemos llevado hasta ahora no ha sido el más correcto ni el más adecuado para promover nuestra dignidad y respeto como personas dignas de ser consideradas como verdaderos hijos de Dios, condición que hemos recibido desde nuestro bautismo.

conversión significa, literalmente, cambiar la dirección de la propia vida

La conversión propuesta por el Bautista está motivada por la inminente llegada del reino de los cielos: como el reino está cerca, entonces más que nunca está vigente el llamado a la conversión. En el reino, según se sugiere por la exhortación, no puede entrar quien no haya hecho un esfuerzo por mejorar sus actitudes. Solo quien haya trabajado arduamente por sanar sus relaciones a todo nivel, podrá ver, en la paz y en el amor, el paraíso de la vida eterna, junto a Aquel que da la verdadera alegría en el corazón.

Juan se presentaba de manera austera para dar testimonio de pobreza y sencillez, de credibilidad y nobleza humilde. Y, citando al profeta Isaías, habla de una voz que clama en el desierto, que hay que preparar el camino del Señor y hacer rectas sus sendas, es decir, hacer obras de justicia y de amor para con todos. Éste es el mensaje cristiano que ha recorrido la historia en estos dos últimos milenios.

Su mensaje era atrayente y cautivante. La gente lo seguía de todas las regiones para ser bautizados por él en el Jordán. De esta manera, confesaban sus pecados y se arrepentían. Activando la conversión, se sentían renovados. Pero el texto también relata cómo desenmascaró los corazones endurecidos de algunos fariseos, quienes se colocarían en abierta polémica contra Jesús a lo largo de su vida pública. El bautizo que él ofrecía era solo con agua, pero desde ese momento, anunciaba un bautizo con el Espíritu Santo y el fuego.




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