Foto cortesía Luis Bravo/ AFP 

la mañana siguiente, cuando despertó, Joselin escuchó los mismos ruidos de la noche: el sonido metálico de las bombonas de oxígeno, el jadeo de quienes no podían respirar, la tos con vómito de quienes se ahogaban.

Estaba confinada en un consultorio de la Unidad de Dermatología, Reumatología e Inmunología (UDRI), en el Hospital Universitario de Maracaibo, donde alguna vez ofrecieron consultas. Ahora había sido dispuesta para pacientes y sospechosos de covid-19. Joselin vio en una misma sala a niños y adultos. En camas o en sillas. Había pacientes asintomáticos que dieron positivo con pruebas rápidas, pacientes que tenían síntomas leves, pacientes que necesitaban ventilación mecánica. Otros esperaban la orden de irse a casa.

Esa mañana Joselin no desayunó ni almorzó el arroz con granos que le ofrecieron en el hospital. Le repugnaba. Unos amigos le llevaron comida. Cuando parecía que el día iba a ser igual que el anterior, escuchó una voz a través de la puerta:

—Vengo por los médicos que me voy a llevar al hotel.

A finales de mayo, un grupo de residentes de Emergencias atendió a un paciente que ingresó con pancreatitis. Padecía fiebre y tenía dificultad para respirar. Aunque los síntomas estaban asociados al motivo de la emergencia, los residentes sospecharon y le practicaron una prueba rápida de covid-19. Dio negativo. Medicina Interna asumió el caso y los residentes se olvidaron.

Hasta que a una médico del grupo le dio fiebre. Pensó que era una gripe normal, pero dejó de serlo cuando la fiebre no cesó durante diez días. En sus guardias en el hospital, la residente insistió a varios jefes que le hicieran pruebas para descartar covid-19. Epidemiología le dijo que no tenía los criterios de la enfermedad, “una fiebre por tantos días no es coronavirus”. Un internista pensó que era más probable la tuberculosis. La residente insistió: “¿No me van a hacer pruebas a mí que recibo pacientes en Emergencias? Es una guerra para que me den un tapabocas y el que me dan es por 24 horas”.

Varios médicos debatieron el caso. Accedieron a practicarle una prueba rápida que dio negativo. La residente pidió que le tomaran una muestra PCR. De nuevo la situación se volvió una lucha. “No tienes los criterios médicos”, repitieron.

A su lado estaba el jefe de la Unidad de Terapia Intensiva (UCI), a quien le estaban tomando una muestra PCR porque llevaba dos días con malestar en el cuerpo. La residente dijo que por qué le tomaban una muestra al jefe de UCI y a ella no, cuando él había tenido malestar por dos días y ella fiebre por diez. Al final de un largo debate, le tomaron la muestra PCR.

El resultado positivo llegó cinco días después. El epidemiólogo ordenó pruebas PCR para el resto del grupo, cinco residentes. Ninguno tenía síntomas. Enviaron a cuatro a aislamiento domiciliario. A la residente con fiebre la llevaron al séptimo piso. Joselin permaneció aislada en un consultorio de UDRI.

Por eso, a Joselin le extrañó cuando dijeron que venían por los médicos. Avisó a sus compañeros residentes. Ninguno sabía qué sucedía. Trató de hacer tiempo. En ese instante recibió una llamada. Era una de sus jefas, quien tampoco sabía por qué la iban a trasladar. “Voy a averiguar”, dijo.

Joselin escuchó que alguien tocaba su puerta:

—Doctora, aliste sus cosas que nos tenemos que ir.

—¿Quién dio la orden?

—El epidemiólogo. Me tengo que llevar a todos los médicos al hotel Las Montañas.

Antes de salir, le tomaron una muestra PCR y la trasladaron en una ambulancia hasta la entrada del hospital. Le rociaron cloro de los pie a cabeza. Le dijeron que cuando entrara al autobús, se sentara distante de los otros pacientes. Se iría por catorce días, o al menos eso dijeron.

Joselin lloró en todo el camino. El autobús se detuvo en una zona que estaba a oscuras. Observó que sólo la planta baja del motel estaba iluminada. Pensó que cuando se fuera a dormir el calor sería agobiante. Haciendo la fila para registrarse, escuchó que el motel tenía un generador eléctrico pero por alguna razón no había luz en las habitaciones. Delante de ella había una mujer que dijo ser trabajadora del mercado Las Pulgas. “Qué raro, mi esposo tiene síntomas y su prueba rápida dio negativa. Yo no tengo síntomas y di positivo”.

El mercado Las Pulgas se convertiría pronto en el foco de contagio más grande de Venezuela. El gobernador del Zulia, Omar Prieto, anunció el 30 de mayo el cierre definitivo del mercado mientras se lograra controlar la propagación del virus. Zulia tenía 107 casos confirmados y tres muertos. Hubo disturbios en Las Pulgas. Una avalancha de personas aglomeradas exigió a la guardia que les permitieran trabajar. Se estima que más de 20 mil comerciantes, vendedores formales e informales, trabajan en un espacio de 120 mil metros cuadrados. Es el mercado más grande de la ciudad.

Vista del mercado Las Pulgas, Maracaibo, el foco de contagio más grande de Venezuela. Fotografía de Luis Bravo | AFP

A la par, miles de venezolanos retornados llegaban a Maracaibo por la frontera que comparte Venezuela con Colombia. El virus se fue propagando en la segunda ciudad más poblada de Venezuela. Aumentaron los casos locales, y muchos pacientes no supieron cómo se habían contagiado. “El pesquisaje está arrojando cerca de 60, 70, 80 casos diarios”, dijo el alcalde de Maracaibo, Willy Casanova.

Un video divulgado en redes sociales mostró a un hombre muerto, presuntamente por covid-19, en uno de los pisos del Hospital Universitario. Rápidamente la información se esparcía en la ciudad.

Al norte de Maracaibo, Moisés y su papá hacían diligencias en el camión de la empresa donde trabajaban. William, hombre fuerte de 68 años, le había enseñado a su hijo acerca del oficio de la construcción y la plomería. Moisés trabajó mano a mano con su papá durante varios años. Un buen día le ofrecieron el puesto de chofer de la empresa y Moisés guardó sus herramientas.

“Viejito, tratá de no andar tanto en las tiendas. Cuando lleguéis de la calle, no te llevéis la mano a la cara ni a los ojos. Lavate bien la manos”, le decía Moisés a su papá.

Moisés supo que uno de sus amigos estaba contagiado y lo tenían en el Hospital Universitario. Contó que estaba solo porque no permitían familiares y no había suficientes camas ni personal para la atención de tantos pacientes.

Un día, William llegó empapado a casa luego de una lluvia torrencial. Se empezó a sentir mal. Fiebre, malestar. Él y sus hijos establecieron una conexión: lluvia-gripe-fiebre.

Pero los hijos temían que estuviera contagiado. Así que Moisés llevó a William a un Centro de Diagnóstico Integral (CDI), donde les hicieron unas pruebas rápidas. Dieron negativo. “¿Viste, mijo, que yo no tengo eso?”, le dijo William. Les recomendaron volver a los quince días. No pudieron.

El día trece William empezó a respirar con dificultad. Llevaba días sin comer ni beber suficiente agua. Estaba acostado en la cama. Tenía fiebre alta. Repetía a cada momento: “Yo me tomé el medicamento”, “Voy pal trabajo”. Moisés lo montó en el camión y salió con sus hermanos y su esposa. No sabían a dónde llevarlo, no querían llevarlo al Hospital Universitario. William sudaba frío, iba inconsciente. No respondía a los llamados.

Fueron hasta el Hospital Coromoto. En la entrada les dijeron que no podían atender a William. Había muerto un paciente con coronavirus y estaban desinfectando el área de Emergencias. Retornaron hacia un CDI donde también dijeron que estaban desinfectando y que además el personal iba de salida. Moisés y sus hermanos le dijeron que no querían llevarlo al Hospital Universitario; si su papá moría, preferían que lo hiciera acompañado. Les recomendaron ir al Hospital Adolfo Pons.

Moisés atravesó “una vía repleta de huecos grandísimos”. Ingresaron a William en una sala aislada. Le inyectaron suero con glucosa, esteroides, y le ajustaron una máscara para darle oxígeno. Cuando los pacientes están graves, este tipo de oxigenación es insuficiente. Lo recomendado en estos casos es la intubación, cuando el paciente recibe aire directo a los pulmones a través de un tubo que los médicos pasan por la tráquea.

William reaccionó. Sonrió, levantaba la mano como diciendo “estoy bien”. Varios médicos lo evaluaban.

Moisés vio que varios pacientes dejaban el formulario por llenar y salían del hospital. Vio cómo le llamaban la atención a un hombre que tenía el tapabocas puesto en la cabeza. Tosía y escupía, y se sacudía la nariz sin cubrirse.

—El cuadro clínico de tu papá es bastante delicado –les dijo un médico–. Hay que intubarlo. Pero aquí en el hospital no tenemos cómo hacerlo. Hay que remitirlo al Universitario.

Moisés había conversado con algunos pacientes que llevaban seis días esperando el traslado. Una mujer le contó que su mamá había muerto por covid-19 y tenía cinco días en la morgue.

Unas nuevas pruebas rápidas detectaron anticuerpos en la sangre de William. Moisés se sintió devastado. El médico le practicó pruebas rápidas a todos los hermanos y a la esposa de Moisés. Solo una hermana dio negativo. A los hermanos les pareció extraño porque todos vivían en la misma casa. Una ambulancia los recogería al día siguiente para trasladarlos a un hotel, dijo el médico.

Moisés respondió que había llegado en el camión de la empresa, que no podía dejarlo fuera del hospital.

—Llévalo a la casa y te devuelves.

Eran las once de la noche.

—Doctor, por la hora va a ser difícil volver. Lo más que puedo hacer es llevar el camión a la casa y conseguir que alguien me traiga.

—No puedes hacer eso porque puedes contagiar a la persona que te va a traer.

—Pero no puedo dejar el camión aquí.

—Claro, si lo dejas tantos días te lo desvalijan. Lleva el camión a la casa y te vienes lo más temprano que puedas. A las seis, siete de la mañana debe estar la ambulancia que los va a trasladar.

Moisés planeaba caminar al día siguiente. Haría un recorrido de hora y media.

Cuando llegó a su casa se bañó, remojó su ropa con agua y cloro, y se acostó a dormir. Alrededor de las dos de la madrugada recibió una llamada. Su papá se estaba asfixiando.

Este es un trabajo de Ricardo Barbar en el marco del proyecto de Prodavinci y el Centro Pulitzer: COVID-19 llega a un país en crisis: Despachos desde Venezuela

Lee el trabajo completo en Prodavinci




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