Foto EFE

La montaña rusa que han sido durante los últimos 16 años las relaciones entre el jefe del Kremlin, Vladímir Putin, y la canciller alemana, Angela Merkel, llega a su fin sin que se aventure un final feliz.

«Pese a todos los altibajos, Merkel ha aplicado el principio que le enseñó (el canciller alemán) Helmut Kohl de que sin Rusia no puede haber equilibrio en Europa», comentó a Efe Alexandr Baúnov, experto del Centro Carnegie de Moscú.

Con nadie ha coincidido Putin tantos años en el poder como con Merkel, posiblemente la dirigente europea con la que ha tenido una relación más franca, en parte porque el líder ruso habla alemán.

PUTIN, UN GERMANÓFILO EN EL KREMLIN

En septiembre de 2001, un año y medio después de llegar al Kremlin, Putin regresó a Dresde (Alemania), donde sirvió como agente del KGB en los últimos años de la Guerra Fría. Y demostró su dominio de la lengua de Goethe en un histórico discurso en el Bundestag, cámara baja del Parlamento alemán.

«Causó una buena impresión. Alemania es el país más cercano y comprensible para Putin. Es un gran admirador del sistema económico alemán», explicó Baúnov.

Durante su estancia en la Alemania oriental aprendió muchas cosas que le sirvieron cuando cayó la Unión Soviética en 1991, además de un idioma que utiliza siempre que puede en sus reuniones con Merkel.

«Para dos líderes mundiales es fundamental hablar sin intérprete. Putin es un germanófilo en el trono ruso», subraya.

Por eso, después de varios rifirrafes por Ucrania, Merkel pudo decirle con conocimiento de causa al presidente de EE. UU., Barack Obama, que Putin vive «alejado de la realidad (…), en otro mundo».

UN INICIO ESPERANZADOR

Sus primeras reuniones tuvieron lugar a principios de siglo, cuando ella dirigía la Unión Cristianodemócrata (CDU) y demandaba insistentemente el respeto de los derechos humanos en Chechenia (Rusia).

En cambio, una vez se convirtió en candidata a canciller, ambos acordaron fortalecer la asociación estratégica entre Berlín y Moscú. Y Merkel lo demostró con hechos.

Desde 2005 los intercambios comerciales bilaterales se dispararon -era el primer socio comercial de Rusia por delante de China- y, pese a las críticas a la política energética de su antecesor, Gerhard Schröder, apoyó e inauguró el gasoducto del báltico, conocido ahora como Nord Stream.

Su primera cumbre (2006), que tuvo lugar en la ciudad siberiana de Tomsk, escenificó el inicio de la relación entre dos estadistas que tenían muchas cosas en común: un antiguo agente del KGB en Dresde y una alemana nacida en Hamburgo, pero criada en la República Democrática de Alemania.

Merkel incluso recordó el ruso que había aprendido en la escuela, lo que le granjeó el aprecio de sus interlocutores.

Eso sí, Merkel nunca dejó al margen la defensa a ultranza de los valores democráticos y aprovechó cada visita a Moscú para reunirse con la oposición, incluido el asesinado Boris Nemtsov.

CRIMEA, UN PUNTO DE NO RETORNO

La relación siguió siendo pragmática, incluso después de la invasión de Georgia en 2008 o las multitudinarias protestas contra el fraude electoral de 2011.

Todo cambió con Сrimea (2014). Desde entonces, ya nada fue igual. La anexión de la península ucraniana y el despliegue de soldados rusos en el Donbás (Ucrania) «estropeó» las relaciones.

«Durante la crisis de Crimea se enfadaron. Merkel siente que Putin le engañó con respecto a Crimea. La confianza que había entre ellos desapareció y nunca se ha restablecido», recalcó Baúnov.

En las conversaciones que mantuvieron esos días, Putin utilizó toda clase de excusas y argucias para «encubrir» la presencia de unidades rusas en Crimea.

«Merkel nunca compró la película que Putin le quiso vender», añadió.

Alemania no dudó, primero en apoyar las sanciones contra Rusia en el seno de la Unión Europa (UE) y después en mediar junto a Francia para la firma de los Acuerdos de Minsk que frenaron las hostilidades en el Donbás en febrero de 2015.

Más recientemente, acogió al envenenado líder opositor, Alexéi Navalni, y acusó al Kremlin de su intento de asesinato. En cuanto a la crisis bielorrusa, pidió mano dura contra el aliado de Putin y último dictador de Europa, Alexandr Lukashenko.

MERKEL MIRA AL ESTE

Con todo, Merkel ha decidido poner fin a sus 16 años de mandato mirando al este, vector que ha caracterizado la política exterior teutona desde hace varias décadas.

«El hecho de que haya venido a Moscú, donde vienen muy pocos políticos occidentales últimamente, es importante. Algunos países europeos no ven con buenos ojos esta visita. No la aprueban», señaló el experto.

En su opinión, la canciller «viene como líder de Alemania, no como líder de la Unión Europea», aunque presida la mayor potencia de los Veintisiete.

«Merkel es una política responsable que mantiene contactos con los socios más complejos, incluido Putin. Alemania nunca ha promovido una política moralista hacia Europa Oriental. Se siente responsable por el destino de esos países», indicó.

En un intento de reforzar su legado histórico como árbitro entre Moscú y Kiev, Merkel viajará el domingo a Ucrania para demostrar que Alemania no piensa dejarla sola ante Putin.




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