Lo que pasó fue que experimentamos una significativa depreciación de nuestra moneda, de un 50% en los últimos 10 días. El pago del bono a los educadores montó a unos 1.500 millones de bolívares, equivalente a $200/$250 millones a la tasa de cambio vigente (según la mejor estimación, ya que no disponemos de cifras oficiales).

Y no, no debemos culpar a los maestros por exigir el pago de su bono vacacional, un beneficio contractual. Tampoco la culpa es de las páginas digitales que reportan el cambio paralelo (“el termómetro no es el causante de la fiebre”). La realidad es que en nuestro país la tasa de cambio libre responde a dos factores: cuántos bienes hay disponibles para comprar y cuántos bolívares hay disponibles para adquirirlos. Nótese que las divisas forman parte de esos bienes escasos que todos apetecemos.

En otras latitudes con monedas fuertes hay propensiones al ahorro mucho más altas que la nuestra (cuanto de nuestros ingresos ahorramos periódicamente). Si recordamos la época del 4.30, los venezolanos ahorrábamos en bolívares, en cuentas de ahorro, certificados de depósito y cédulas hipotecarias. Nuestra moneda era de las más estables del mundo, con poca inflación, respaldada por un proceso de industrialización y desarrollo sostenido, que permitía planificar y postergar el consumo.

Como referencia, a finales de los 70´s e inicios de los 80´s, la inflación en el país rondaba el 10% anual, por lo que el ciudadano común se permitía mantener parte de sus ingresos en la afamada libreta. Actualmente, en una economía sumamente contraída, con moneda muy blanda recién salida de la hiperinflación, una limitada oferta de bienes de producción nacional y poca capacidad de respuesta a estímulos repentinos, como lo es por ejemplo la inyección de Bs. 1.500 millones de un plumazo, la respuesta es un incremento inmediato en la demanda de los mismos artículos disponibles el día antes del depósito bancario al profesorado. Ergo, inflación o la subida inmediata del precio de todo, incluyendo la divisa (depreciación del bolívar).

Unos bonificados se volcaron a comprar divisas para preservar el valor de su prima, otros se fueron a comprar sus listas escolares, a reponer el celular y demás bienes de consumo como  abastecer la despensa; con cero ahorro en Bs., tal y como se podía anticipar con facilidad. Según la tesis de las expectativas racionales los agentes económicos (todos nosotros) formamos nuestras expectativas utilizando la información pasada y presente de la economía, por lo que anticipando la pérdida del valor de la moneda lo más aconsejable fue desprenderse de ella cuanto antes. A su vez, los comerciantes se pasaron la semana cambiando Bs. por dólares para pagar sus deudas, ya que los proveedores venden en moneda extranjera para garantizar la reposición de la mercancía y porque mucho de lo que se vende es de origen importado.

No hay vuelta de hoja. Desde los famosos controles cambiarios soviéticos, pasando por múltiples otros ejemplos hasta llegar a hoy, todo intento por dictar la tasa de cambio fracasa, dando pie al mercado negro (legal o ilegal), porque las divisas son bienes sujetos de la muy probada Ley de la oferta y la demanda. Si aumenta la demanda de un bien su precio sube. Al inyectar bolívares al sistema la cotización indefectiblemente aumentará porque aumenta su demanda. Más que obligar a transar a una determinada cotización oficial, el Estado debe recuperar la confianza de todos mediante las políticas macroeconómicas y jurídicas que promuevan la inversión y el crecimiento de nuestra producción nacional de bienes y servicios. En esa misma proporción aumentará la propensión al ahorro y la moneda se estabilizará. Al final del día, todos somos actores económicos y el primer elemento a considerar en cuanto a la conducta del colectivo es la confianza que se tenga en el sistema que respalda la moneda.

guillermomendozad@gmdconsultor.com




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