María Abad Cruz, de 90 años, está a punto de migrar por cuarta vez en su vida. Puede que esta sea la más difícil.

En unos meses, si todo sale según el plan de sus hijos, se habrá mudado a España, país en el que nació, para dejar atrás Venezuela, el país en el que ha vivido la mayor parte de su vida y que ama como a ningún otro, incluso cuando ese amor no ha sido muy correspondido en los últimos años.

En Venezuela conoció a su esposo, crió a sus tres hijos y sufrió un pesar tan profundo que huyó temporalmente a España, aunque regresó después porque en ningún otro lugar se ha sentido como en casa tanto como lo ha hecho en tierra venezolana.

Sin embargo, ante la profundización de las crisis económicas y políticas, la vida se ha vuelto demasiado difícil para Abad Cruz y ahora, aunque aún se resiste, comienza a caer en cuenta de que lo mejor es irse.

“Venezuela, para mí, es lo más grande que hay”, dijo Abad Cruz. “Pero en este momento es imposible”.

Durante las últimas dos décadas cientos de miles de venezolanos —algunos estiman que la cifra alcanza los dos millones— han emigrado; la tendencia se ha acelerado en los últimos años durante la gestión de Nicolás Maduro, quien ha sido calificado por varios como autocrático.

 

 

Un anciano toma una siesta bajo un grafiti en Caracas de los ojos penetrantes del presidente Hugo Chávez; el líder fue amado y odiado por igual. (Foto Cortesía)

Un desayuno abundante puede combatir la obesidad
La mayoría de los emigrados son jóvenes venezolanos en la cima de su vida laboral. Sin embargo, también hay un número de venezolanos de edad avanzada que han salido por prácticamente las mismas razones, como la escasez de alimentos y medicinas y las tasas en aumento de pobreza y crimen.

Muchos han terminado por seguir los pasos de sus hijos, nietos, sobrinos y bisnietos, que les han urgido a dejar el país.

Sin embargo, la decisión de irse representa ansiedades e incertidumbres únicas para las personas de mayor edad: no saben si tendrán acceso a servicios médicos en los países de destino y dudan sobre la pérdida de redes de amistades y de comodidades acumuladas durante su vida, así como si tendrán que empezar de nuevo en un lugar justo cuando esperaban ya estar disfrutando de la jubilación.

Ligia Reyes Castro, de 71 años, y su esposo, Mario Reyes Trujillo, de 76 años, comenzaron a pensar en mudarse hace dos años.

Reyes Trujillo, quien ha pasado su vida a cargo de pequeños negocios, sufre de glaucoma. Con la creciente escasez de medicina, se ha convertido en un sufrimiento casi diario para él visitar hasta siete farmacias en una búsqueda usualmente inútil de las gotas que necesita para los ojos.

A Reyes Castro, una empleada jubilada del Ministerio de Educación de Venezuela, su doctor le dijo que la lesión cancerosa que tiene en la frente era probablemente el resultado de todas las horas que había tenido que estar formada en las filas bajo el sol esperando para comprar comida o retirar dinero del banco.

A medida que la inflación se ha disparado, el valor de la pensión de la pareja ha disminuido. El último frasco de tres mililitros de gotas que Reyes Trujillo compró le costó más de la mitad de su pensión mensual.

La hora del almuerzo en la cocina en Los Teques, donde las personas comienzan a formarse a las seis de la mañana para recibir su ración de comida. Foto Cortesía

“Queremos vivir en tranquilidad”, dijo Reyes Castro en su casa de cuatro habitaciones en las colinas de Los Teques, un área suburbana al sur de la capital donde han vivido desde que se casaron hace cincuenta años. “Es una angustia demasiado fuerte para nosotros”.

Con el estímulo de un hijo que recientemente migró a Chile y de una sobrina que vive en Ecuador, ellos planean salir de Venezuela a principios del próximo año con destino a Quito. Tienen suficientes ahorros como para pagar por su vuelo y planean vender una de las dos casas de su propiedad para abrir un pequeño negocio en el lugar donde se establezcan. Reyes Castro tiene la idea de abrir un restaurante o un negocio de fotocopiado.

Aún no saben cuándo o qué tan rápido podrán obtener el permiso para trabajar legalmente. Pero el reto más grande, afirman, es dejar atrás una familia muy unida. Muchos de sus familiares viven a una distancia lo suficientemente cercana para ir caminando o a unos minutos en auto, incluida la madre de 100 años de Reyes Castro.

“Toda nuestra vida está aquí, tenemos nuestras raíces, nuestra casa, hemos vivido bien aquí, tenemos a nuestra familia”, dijo Reyes Castro, e hizo una pausa, “pero un mal gobierno”.

Personas de la tercera edad deben hacer inmensas colas varias veces para cobrar sus pensiones. (Foto Andrés Galindo)

Los venezolanos de mayor edad que han migrado recientemente afirman que, posiblemente, las dificultades de abandonar el país son casi tan arduas como el reto de comenzar de nuevo en el ocaso de la vida.

“Es muy duro, muy fuerte….” , dijo Fernando Galíndez, de 75 años, quien abandonó Venezuela con su esposa y su hijo hace varios años y se estableció en el sur de Florida.

En Venezuela, Galíndez estaba a cargo de una exitosa compañía de diseño de exteriores; su esposa era directora de Mercadotecnia en la filial venezolana de una multinacional. Pero la inseguridad se volvió tan intensa que decidieron irse. Su familia vendió todo lo que pudo y se mudaron a Doral, en Florida.

Más de cien personas esperan en la fila desde antes del amanecer con la esperanza de comprar alimentos con precios controlados en La Trinidad, Venezuela. Credit Meridith Kohut para The New York Times
Durante el tiempo que necesitaron para obtener sus permisos de trabajo, se acabaron sus ahorros. Sin embargo, Galíndez finalmente encontró trabajo como profesor adjunto de Ciencias en la Universidad de Miami Dade y su esposa fue contratada como administradora en una compañía.

Para quienes piensen en migrar, Galíndez tiene un consejo: “Tienes que entender que ser un migrante significa empezar de cero”.

 

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