Reviso la prensa y constato que la oposición venezolana visita al Secretario de la OEA. Lo impone de los últimos atentados que, contra el orden democrático, ejecuta la dictadura militarista de Nicolás Maduro Moros. Al aplastamiento que hace de la Asamblea Nacional – en comandita con su Tribunal Supremo – hasta convertirla en una junta de condominio, ahora se le suma a su treta de ilegalización de los partidos que le irritan. Busca asegurarse que la revolución no encuentre obstáculos para hacer y deshacer con las elecciones y mantenerse en el poder, como en la Nicaragua de la familia Ortega.

El desconocimiento de la soberanía popular y su pulverización por el régimen es una cuestión de vieja data

El desconocimiento de la soberanía popular y su pulverización por el régimen es una cuestión de vieja data. Ello cabe tenerlo presente, a pesar de que cause escozor en algunos compatriotas asumir la alétheia, la realidad palmaria de la tiranía dictatorial que a todos nos mantiene como presas.

La memoria nacional es precaria.Y la de algunos de nuestros políticos, ni se diga.

Desde noviembre de 2004, la revolución adopta La Nueva Etapa y se traza una línea inamovible: “Esto que estoy planteando acá es la continuación de la ofensiva, para impedir que se reorganicen [los opositores], hablando en términos militares, y si se reorganizaran para atacarlos y hostigarlos sin descanso”, dice entonces Hugo Chávez. De seguidas devela la estrategia: “Evitar la transformación social de la organización de base en estructuras partidistas” y alcanzar el “fortalecimiento de una instancia única de coordinación y toma de decisiones de las organizaciones con fines políticos que apoyan al proceso”. Las otras no cuentan, ni existen.

Elecciones y partidos, bajo la regla del pluralismo democrático, es algo que no registran las neuronas atrofiadas del marxismo tropical instalado en Venezuela. De modo que, ninguna forma competitiva o de diálogo, de equidad la confrontación democrática, ha lugar para ellos. Y si se da, como en el diálogo fallido propuesto por Maduro, instrumentado por su amigo Ernesto Samper desde la Unasur y al que sirven de obsecuentes facilitadores los expresidentes Rodríguez Zapatero, Torrijos y Fernández, jamás tiene propósitos democratizadores. Dádivas y mendrugos habrán, eso sí,pero mientras sean útiles a la estabilidad revolucionaria.

De modo que, al constatar el encuentro con Almagro vuelvo páginas atrás. Observo que sin ambages, con razón aquilatada, declara antes que “mientras el Vaticano este ahí definitivamente no tomaremos ninguna acción de impulsar la Carta Democrática”. “Si nos dicen que ese diálogo terminó y hay una comunicación formal de oposición y Vaticano al respecto recomenzaremos los esfuerzos a la hora de tomar medidas”,concluye.

De modo que, celebrando la disposición de Almagro de actualizar su informe sobre Venezuela y al ras analizar las posibilidades de que la Carta Democrática sirva de carril para situar cualquier gestión que haga cesar el comportamiento antidemocrático del gobierno venezolano, se me hace ininteligible la otra iniciativa paralela que la misma oposición anuncia desde Caracas.

La Mesa de la Unidad Democrática, forzando otra vez la posibilidad de un sincretismo de laboratorio entre la dictadura y la oposición, le plantea a la Unasur y sus ex presidentes volver a la mesa de marras – que a la sazón declaran capítulo cerrado – pero si Maduro cumple con lo no cumplido, a saber: liberar a los presos políticos, facilitar la ayuda humanitaria, realizar elecciones, y respetar a la Asamblea Nacional.

En mis columnas precedentes he insistido en la figura del teatro de la democracia. No me es propia. La elabora Laurence Whitehead para su teoría y experiencia de la Democratización. No obstante, la juzgo de apropiada para los amigos de la oposición.

Ningún drama o tragedia a ser representada tiene éxito si los actores manejan libretos o guiones distintos. Cuando menos reinará la confusión y un diálogo de sordos; el público no logrará sincronizar con la obra y al término su frustración será mayúscula. Correrán ríos de tinta a manos de los críticos, que en democracia no tienen por qué hacer concesiones, menos si nadie les convence o dice antes que se trata de una experiencia dialógica inédita que, al término, sorprenderá con su oculta armonía.

Los visitantes de Almagro, por lo demás, desnudan su petitorio ante la opinión pública, mientras que una breve nota de prensa de la MUD da cuenta de un Acuerdo dirigido al régimen, cuyo contenido apenas conocen los mismos dolientes de Maduro, los ex presidentes.

Me vienen pues, a la cabeza y para ser optimista, discernimientos que a la vez que se oponen alcanzan integrar la obra magna de Cervantes, según sus exégetas: “Las andanzas del Caballero de la triste figura, en particular, han sido sometidas a la interpretación moral de un modelo de deber ser heroico y coherente del Quijote y una crítica de la inmediatez y banalidad de la actitud de su escudero Sancho Panza. Don Quijote de la Mancha representa el deber ser del idealismo y Sancho Panza la futilidad superficial y la vida fácil sin más proeza que comer y beber”.

 

 

Jurista, político y escritor venezolano. Abogado de la UCV, (1970) donde cursó una Maestría en Derecho de la Integración Económica. Especialista en Comercio Internacional por la Libera Universitá Internazionale degli Studi Sociali (LUISS) en Roma y doctor en Derecho, mención Summa cum laude en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, donde es Profesor Titular (Catedrático) por ascenso, enseñando Derecho internacional y Derechos Humanos. Es también Profesor Titular Extraordinario y Doctor Honoris Causa de la Universidad del Salvador de Buenos Aires. Miembro de la Real Academia de Ciencias Artes y Letras de España y de la Academia Internacional de Derecho Comparado de La Haya, ha escrito 26 libros. Ejerció como Embajador, Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Gobernador de Caracas, Ministro de la Presidencia, y en 1998 como Ministro de Relaciones Interiores y Presidente Encargado de la República de Venezuela.
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