Tenía diecisiete años cuando lo vi por primera vez, en el Curso de Nivelación del Docente Musical en Ejercicio, actividad de toda una semana, organizada por la Universidad Pedagógica Experimental Libertador y llevada a cabo en El Mácaro, estado Aragua. Año 1987. Dicho curso lo hice con mi cuñado Dr. Sergio Ramos, gran educador musical.
Allí, Ramón y Rivera llevó a cabo junto a su esposa, un magnífico seminario sobre etnomusicología y pedagogía. Digo que lo vi en persona pues ya lo conocía a través de su obra. Tanto a él como a su esposa, que es decir lo mismo: Isabel Aretz, una argentina más venezolana que la reina pepiada.
Luis Felipe Ramón y Rivera escribió, tanto individualmente como en coautoría con Aretz, varios de los libros que rodeaban la máquina de escribir de mi mamá en su escritorio. Sus nombres y estudios eran de frecuente mención en las intelectuales conversaciones de la tasca en nuestra casa de Guaparo. Recuerdo principalmente los libros relacionados directamente con la música y el folklore, aun cuando abordaron otros temas antropológicos.
Luis Felipe Ramón y Rivera nació en San Cristóbal, Táchira, el 23 de agosto de 1913. Se destacó como violinista, compositor, profesor y profundo investigador. Pionero de la etnomusicología, se formó en su ciudad natal, luego en un breve período en Colombia y después en Caracas, bajo la tutela de Vicente Emilio Sojo y Juan Bautista Plaza, en su carrera como compositor. Pero siempre guardó enorme gratitud hacia su profesor de la infancia, Miguel Ángel Espinel, constante inspiración en su impronta.
En 1945 se traslada a Montevideo y luego a Buenos Aires, donde estudió con el gran patriarca de la investigación científica del folklore, el argentino Carlos Vega. Allí recibió clases de etnomusicología con una joven argentina, predilecta alumna de Vega, la ya mencionada Isabel Aretz. Ella comenta que, cuando lo conoció, al verlo a lo lejos, pensó que era brasileño, y “le pareció simpático”. Recorrieron gran parte del territorio argentino y escribieron en conjunto algunos ejemplares importantísimos sobre folklore del sur americano. Y vino el amor.
Posteriormente, en 1947 se casaron y se trasladan a Venezuela, y ese mismo año fue nombrado por Juan Liscano como Jefe de la sección de música del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales. En 1948 se regresa a Buenos Aires tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos, y trabaja como músico sin abandonar la investigación etnomusicológica.
En la década de los sesenta, gana la beca de la Fundación Guggenheim para hacer investigación de campo en México, Colombia, Ecuador y Centroamérica. Su producción investigadora abarca veinte libros (individuales y en coautoría con Aretz) y más de 2300 publicaciones en revistas científicas, conferencias escritas, suplementos, entre otros.
Después del ligero contacto en El Mácaro, tuve la fortuna de cursar con él todo un trimestre de etnomusicología en el Instituto Universitario de Estudios Musicales IUDEM en 1987. Éramos pocos sus estudiantes. No llegábamos a quince. Él llegaba al salón, educadamente, en actitud sumamente humilde. Cargaba un reproductor de cassettes, colocaba uno tras otro, pertinentes al tema a abordar en la clase y analizaba. Obviamente yo era un adolescente, no muy consciente de la eminencia que estaba frente a mí. ¡Cuánto daría por tomar un café, hoy, y conversar tantas cosas! Pero así es la vida.
Yo acudía siempre a sus conferencias extrauniversitarias. Él, siempre acompañado de su esposa, doña Isabel. Siempre la amó. Cuando ella hablaba, él la miraba a través de sus amplios ojos, y dibujaba en su rostro una sonrisa de admiración y de orgullo. Ella, un torbellino de ideas, palabras, conceptos. Eran danzantes en su exposición. Hablaba él, contribuía ella. Y viceversa. Falleció en Caracas, en 1993.
Ramón y Rivera logró algo inalcanzable para cualquier investigador del folklore. Algo que él mismo denominó como folklorización: Es decir, cuando una canción popular, con autor reconocido, es absorbido por el pueblo y se funde en su inconsciente de manera espontánea. Recordemos que, además de estudioso científico, fue compositor. Una de sus obras, quizá la más conocida, es “Brisas del Torbes”. Casi un himno andino, pues ya pertenece no solo al Táchira, sino a toda la región andina venezolana. Hasta podríamos decir que cambió de título pues es conocida en todo el país como “Soy de los Andes”.
Un episodio que conservo con cariño fue cuando nos confió una anécdota. En una oportunidad, Ramón y Rivera visitó con un amigo la población de Chiguará, cerca de la ciudad de Mérida. Un mediodía, a las puertas de una iglesia, tres músicos callejeros empezaron a interpretar música andina. Por supuesto, tocaron “Brisas del Torbes”. Ramón y Rivera, su compositor, se acercó humildemente y les preguntó: “¿Cómo se llama esta canción?”, y ellos contestaron con mucha seguridad “esta canción se llama Soy de los Andes”. “¿Y de quién es la canción?” dijo Ramón y Rivera. Ellos respondieron, con mucho orgullo: “Esta canción es de nojotros”. Creo que su compositor no se atrevió a corregirlos. Tomó el violín y empezó a tocarla también. Los músicos exclamaron: “¡Ah! ¿usted también la sabe?”.
A propósito de Luis Felipe Ramón y Rivera, imposible no mencionar esta composición, Brisas del Torbes, en la voz de Simón Díaz, acompañado por la Rondalla Venezolana: https://www.youtube.com/watch?v=NywDcPML_eE