Algunos padres reconocen que repiten las agresiones que sufrieron en sus infancias, y aunque son conscientes de que esas actitudes pueden influir de forma negativa en la salud emocional de sus hijos e hijas, la tensión extrema, el cansancio o el estrés los desbordan y no logran controlar su agresividad, frente por ejemplo, un berrinche.

Les ofrecemos algunas herramientas para que que intentes educar sin violencia, pero para poder reaccionar de manera adecuada, en esos momentos de gran estrés es necesario que te liberes de los motivos profundos que te hacen reaccionar así, mediante un proceso de introspección acompañado de una verdadera intención de cambio. Sin ella, seguirás repitiendo patrones que dañaran la salud emocional de tu hija o hijo, el lazo afectivo y vedaran la comunicación efectiva.

  1. Entiende la situación

Reconoce y evita las situaciones detonantes. Las rabietas o las pataletas de los niños pueden ser para los adultos fuente de un estrés tan intenso, que en alguna ocasión, los padres pueden sentirse al borde del precipicio: la situación les desborda y ellos tan bien acaban descontrolándose.

Como padres, debemos ser capaces de detectar estas situaciones y tratar de evitarlas. Igual que nos sucede a los adultos, los niños y las niñas están más irritables cuando tienen mucho sueño o cuando están demasiado estresados. Por este motivo es tan importante que podamos anticiparnos para evitar que estas situaciones les desborden.

Algunos consejos básicos a tener en cuenta pueden ser, que:

  1. No se pase la hora del sueño,
  2. No tomen un exceso de azúcar,
  3. No pasen mucho rato en un ambiente de estrés,
  4. No vean programas agresivos en la televisión, etc.
  5. En general, se trata de evitar todas las situaciones estresantes que podamos.

También es importante que al encarar una pataleta o rabieta, procuren hacerlo de forma sosegada, sin precipitarse, sin afán de lucha o de competitividad. Un niño tiene una rabieta cuando se siente frustrado, desbordado o se enfada con alguna situación concreta.

No debemos enfadarnos nosotros también, lo que debemos hacer es procurar comprender cuál ha sido el origen de la situación y acompañar a nuestros hijos de forma respetuosa sin gritar, sin pelearnos, sin regañarlo, intentando hablarle de forma reposada para evitar que aumente el berrinche y que nosotros también nos irritemos. Si abordamos las rabietas desde la tranquilidad, podemos romper la espiral de tensión de una forma más rápida y eficaz, además, evitamos entrar nosotros mismos en ese bucle de estrés.

  1. Reconoce las situaciones que te provocan tensión y pide ayuda.

Nosotros y nosotras nos cansamos, nos estresamos y podemos llegar a situaciones en las que una tontería insignificante nos supere. En esos momentos, echa mano de todos los recursos posibles para evitar que sean los más pequeños los que paguen los platos rotos.

Como adultos, tenemos que aprender a admitir, a ser conscientes, de que estamos alterados y la situación se nos está yendo de las manos. En esos momentos, podemos pedir ayuda a nuestra pareja o a otra persona, con la que el niño o la niña tengan confianza, que esté cerca.

En caso de estar en esos momentos de estrés solo con el menor y no puedas llamar a nadie, puedes salir de la habitación, contar hacia adentro muy despacio hasta diez, remarcando bien los números, o, sin que lo vea el niño, pues puede tomarlo como un gesto agresivo, cerrar fuertemente los puños y abrirlos unas cuantas veces (esto libera mucha tensión).

  1. Entiende que los y las niñas no son tiranos

Los niños y las niñas no piden cosas por capricho, para fastidiarte o para manipularte. Los ruegos de los niños son auténticos, ninguno reclama nada que no precise. De hecho, no satisfacer las demandas de los niños puede provocar que, a modo de consuelo, desplacen sus necesidades primarias (contacto, caricias, atención, pecho, etc.) hacia otros objetos. Si estas necesidades no han sido cubiertas, el menor se convertirá en lo que algunos llaman caprichoso o tirano; pero en realidad es un niño o una niña carente de apego.

  1. Ponte es su lugar

El punto de vista de los niños es diferente al de los adultos, pues ellos se encuentran en distintas etapas de desarrollo cognitivo y madurativo, su concepción de la vida, su forma de vivirla y comprenderla es muy dispar la nuestra.

De estas diferencias surgen los conflictos y por ser adultos responsables de nuestros hijos, nosotros somos los que debemos flexibilizar las posturas e intentar empatizar con ellos. Si nosotros lo hacemos, ellos lo asimilarán y con el tiempo lo harán.

Debemos tratar de ponernos en su lugar para entender lo que le puede estar sucediendo, teniendo presente que la percepción del tiempo también es muy diferente entre niños y adultos. Se comprensivo/a y ten en cuenta su punto de vista para evitar enfrentamientos innecesarios.

  1. Ofrece alternativas

Cuando detectamos los primeros signos de que el niño o la niña empiezan a irritarse o a enrabietarse, es importante que busquemos la manera de cambiar de actividad. Podemos utilizar el sentido del humor e intentar pactar una solución de consenso en la que se respete a todas las partes.

No hay nada más gratificante para un pequeño que compartir un rato de juego con sus padres, de modo que podemos proponerle cambiar lo que desea hacer y no es posible, en ese momento, por jugar con ellos.

Nadie mejor que los padres conocen qué cosas les gustan a su hijo. Cuando detectamos que se aburren o que comienzan a tensarse, podemos ofrecerles un cambio de actividad como salir a pasear al aire libre, si es posible a un espacio donde entren en contacto con la naturaleza, ir a visitar a algún amigo o familiar con el que el niño disfrute, podemos leerles un libro, contarles un cuento, proponerles algunas manualidades: pintar, plastilina, recortar. La clave está en jugar con ellos y procurar divertirnos todos para eliminar tensiones y estrés.

Si la rabieta se produce en un centro comercial o en el supermercado, donde el ruido bombardea como un estímulo y el paso de tanta gente les excita en demasía, podemos inventarnos juegos para romper la tensión: pedirles que nos ayuden a hacer la compra, a coger algún producto, subirles en el carro y decirles que conduzcan (el adulto puede correr un poco y hacer el ruido del motor), lo que se nos ocurra que a los niños pueda resultarles divertido.

  1. Imprescindible la introspección

Lo fundamental para que las herramientas funciones es que se consoliden y no se queden en meras buenas intenciones. Todo el proceso de la maternidad y la paternidad, supone una magnífica ocasión para conocernos a nosotros mismos, conectar con nuestros patrones negativos de comportamiento y liberarnos de ellos.

Es conveniente que detectes y entiendas las situaciones que te alteran en el día a día con tus hijos, así como identificar las emociones que te provocan: desesperación, ira, frustración.

A partir de conocer las reacciones y las emociones, podrás conectar con el niño/la niña que fuiste y con los momentos en los que te hayas encontrado en una situación similar.

Si de verdad eres honesta contigo misma/mismo, te sorprenderás de lo que se parecen tus reacciones actuales a las que tuvieron tus padres contigo. Si realizas al completo este arduo trabajo, te será más fácil situarte en el lugar de tu hijo y entender cómo se siente cuando sus padres le pegan.

Habrá llegado el momento de preguntarte ¿hasta cuándo quieres seguir así?, ¿cómo quieres que tu hijo te vea?, ¿quieres que tenga el mismo recuerdo de ti que el que tienes tú de tus padres? Las respuestas que obtengas a estas cuestiones deben servirte de motivación para cambiar de actitud en el estilo de crianza de tus hijos.

La violencia recibida en la infancia tiene un impacto muy negativo en la vida adulta. Si deseamos una sociedad sana y menos violenta, resulta de vital importancia que podamos cambiar nuestra manera de tratar a los niños y a las niñas. Debemos criarles con respeto, acompañándoles en sus procesos vitales sin forzarles, ni violentarles.(Fuente: amigoslarevista.com)




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