Como ya es costumbre, el último escrito de Gerencia en Acción en cada año se orienta a tratar de realizar un proceso intelectual de introspección y -sobre todo- de análisis de lo acontecido en el año que está próximo a culminar y una posible visión prospectiva del futuro inmediato.

El epígrafe de este postrero espacio nos mueve a reflexionar sobre lo que se ha podido aprender o no y de aprovechar las realidades vividas durante estos últimos meses de existencia. El reaprendizaje –independientemente de la edad cronológica– es necesario e indispensable para el crecimiento significativo personal, para no seguir cometiendo los mismos errores del presente y del pasado.

Debido a la realidad de esta caótica crisis venezolana, esta Navidad debe ser especial y una excelente oportunidad -tanto para los líderes públicos como los privados, así como a cada quien- de implementar las modificaciones necesarias para que Venezuela cambie de rumbo y se visualice un mejor futuro con el compromiso de todas las actrices y todos los actores del contexto nacional.

Es una excelente oportunidad de diseñar un proceso de reingeniería –rediseño– no solamente en las estructuras sociales, económicas y políticas, sino también en el aspecto humano; es decir: “Reingeniería Humana”. Que es el proceso a través del cual una persona mediocre se puede convertir en una persona de excelencia. Los cimientos de la reingeniería humana son: “los valores morales y los principios éticos” –mayoritaria o totalmente desatendidos en la actual Venezuela socialista–. Recuperarlos es la base de fondo para construir encima la personalidad (modo de ser). Una vez que se han colocado en la base, en el fondo los valores de honradez, amor al prójimo (próximo, quien está más cerca en lo corporal y demás), se empieza a trabajar en las formas (en lo aparente, que es la manifestación de lo substancial).

Pero se debe meditar el por qué a veces, con conocimiento de técnicas de excelencia, no se logra el resultado esperado y es allí donde hay que recordar lo que decía Michio Morishima en su libro «Por qué ha Triunfado el Japón» y señala: «Ningún país puede progresar sin tener en cuenta su propio pasado, que condiciona toda línea de desarrollo”. La estrategia de este régimen socialista venezolano es solamente no tomar en cuenta el pasado, sino distorsionarlo completamente: “Pulverizarlo” (frase predilecta del difunto comandante).

Esta herramienta (tener en cuenta su propio pasado) debería ser aplicada fundamentalmente a los líderes de este régimen que han llevado al país a un desastre: al total desconcierto o desbarajuste. Esta nueva ciencia llamada “caos” ofrece una vía de encontrar patrones y orden donde se observan comportamientos erráticos, inciertos, y arriesgados. Los científicos llaman caóticos a aquellos movimientos aleatorios complejos que muestran una expansión muy rápida de errores, lo cual impide encontrar la tasa de crecimiento y -por lo tanto- inhiben la posibilidad de tener resultados predecibles en el tiempo. Este proceso empieza por el análisis de las actitudes de los líderes –públicos y privados– con respecto a sí mismos, a sus seguidores y a los demás.

Esta navidad debe ser especial: ¡Venezuela es otra!. Es una excelente oportunidad para pensar en la necesidad del cambio de este modelo socialista nacional a uno más eficiente y de la conversión personal hacia la calidad humana.

Para los católicos, la navidad significa uno de los grandes tiempos del año litúrgico. Se recuerda y se celebra uno de los profundos misterios de la Fe Cristiana: el que Dios se haya hecho hombre.

Se dice fácilmente, pero al profundizarlo ¡la gente cae de espalda! Dios mismo, presente en la tierra, naciendo del seno purísimo de María, se hace carne, una carne que amará, y que sufrirá todo lo que un humano puede amar y sufrir.

La natividad del Señor es una celebración al «sí» de la Santísima Virgen, que -sin reparos- ha aceptado la voluntad del Altísimo. Ahora, con la Navidad, ese sí da un fruto, un bebé, pequeñito, indefenso, vulnerable. El Rey de Reyes nace en un humilde rincón.

Casi se podría llamarla «humildad suprema», de no ser porque el Señor quiso “humillarse” aún más (con lo cual invita a todos a no elevarse engreída y absurdamente por encima de otro), ser más vulnerable todavía, y quedarse por siempre entre las personas escondido en un pedacito de pan. Hoy, cada día, en el Santísimo Sacramento está también presente aquel Niño.

Para los católicos, esta debe ser una fecha de profunda y alegre reflexión. Han sido bautizados en nombre de ese Niño pequeñito, y -con ello- se ha recibido el privilegio del perdón de la falta original. Porque Jesucristo nació en Belén, los creyentes hoy se pueden salvar.

Ese hermoso Niño, menudo y tierno como todos los bebés, algún día sorprendería a sus padres en el Templo hablando con los doctores; convertiría el agua en vino; dominaría tempestades; convertiría a unos humildes pescadores en santos; multiplicaría unos cuantos panes y peces para alimentar a miles; proclamaría las bienaventuranzas; entraría triunfante en Jerusalén; sería traicionado por uno de los suyos, arrestado, flagelado y asesinado en una cruz; ese bebé un día conocería la muerte, pero triunfaría sobre ella. Ese pequeño Niño sería quien removería la historia del mundo, liberando a los esclavos y doblegando a los soberbios.

La pregunta que los cristianos se hacen en estos días es: “¿y es esto (lo que vivimos hoy) “Navidad”? ¿dónde está el Niño cuyo cumpleaños se celebra el 25 de diciembre?”. Compra de regalos, parrandas, pesebres, y exceso de comida y bebida, , arbolitos de Navidad, ropa nueva… (por parte de quienes aún pueden hacerlo, no muchos: por cierto) ¿es éste el propósito de la Navidad? Las decoraciones son muy bonitas y la música navideña atrae… pero ¿es eso la Navidad? ¿dónde está el Niño Jesús? ¿dónde se ha puesto?

Y hoy, aquí, ahora, entre tecnología, computadoras, micro-chips, discos compactos y tecnologías de toda índole, Jesús sigue presente. ¡Y la gente sigue viviendo sin pensar en él!

La Navidad para los cristianos es una invitación a recordar con el corazón en la mano que Dios nos ama tanto, que nos ha dado a su Hijo Unigénito, ¿cómo la humanidad le está correspondiendo?

Esta época del año, en la que se convive en familia haciéndose regalos, abrazándose unos a otros, es un momento de pausa para reflexionar seriamente sobre la vida, sobre el papel que tiene Dios en la existencia diaria. Es un momento para pensar en el Sumo Pontífice y amarlo profundamente, porque es el Vicario de Cristo. También es un momento para dar gracias a María, madre por aquel «sí» que cambió el curso de la humanidad. Es un momento para rezar por la Iglesia, por su unidad. La Navidad es ese momento que todos necesitan de esperanza y de fe, que debe convertirse en caridad, en amor hacia Dios, hacia los padres, hacia los hermanos, una caridad para el amigo y para el enemigo por igual. Y también un momento para la conversión.

El año está por terminar, y aún se tiene tiempo de realizar una profunda conversión del estilo de vida individual y nacional (si Dios abrió tal posibilidad abriéndose de la forma etérea, intangible y eterna, al convertirse también en humano a través de Cristo, ¿por qué no encaminar una conversión en el estilo de vida individual y nacional para bien de todos?). La Navidad, época de milagros, debe lograr la total conversión. Una conversión basada en conocer la fe, en comprenderla, en asumirla. Esta Navidad puede ser diferente a cualquier otra. Sólo basta con que todas las personas reflexionen profundamente en todos los misterios de la Fe. Dios, que todo lo puede, sembrará en cada alma (quizá un poco marchita) con el soplo de su espíritu, una conversión para ser católicos  verdaderos. Eso que quizá pueda parecer muy difícil, lo puede hacer quien fue alguna vez uno solo, un pequeño bebé. Hay que pedirle al Niño Jesús esta Navidad que conceda la gracia de la conversión hacia una vida cristiana plena, congruente y comprometida.

Y si todo esto no ha sido motivo de inspiración, en la Noche Buena hay que buscar alguna estrella y -quizá- como a los pastores, alguna que salte a la vista y que diga “ven, sígueme”. Si esto ocurre, sin duda será la Luz de Jesucristo.

Se debe aprovechar esta Navidad para perdonar a todos aquéllos que ofendieron a sus semejantes de palabra, pensamiento, de obra y de omisión. Se debe empezar el Año Nuevo por ser humildes, con el corazón aligerado por el perdón y enriquecido por el Amor y visualizando un mejor porvenir: ¡pidamos a la Santísima Virgen y a Cristo que intercedan ante Dios para que acontezca el milagro de las modificaciones necesarias para que Venezuela cambie de rumbo y acontezca un mejor futuro con el compromiso de todos!

 

Que el Año Nuevo sea como el nuevo amanecer de la vida, donde los cantos de las aves llenen de esperanza y voluntad a la humanidad para construir las mejores y mayores alegrías del camino de los sueños, para hacerlos realidad.

 

En nombre del equipo humano de Gerencia en Acción les deseamos Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.

 




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