El Papa Francisco ha pedido reglas claras para que en Venezuela pueda haber un diálogo político que sea positivo para el país. En principio, tal petición no sólo suena razonable, sino absolutamente indispensable. Si las reglas no son claras, no son reglas, y si no hay reglas, lo que hay es la “ley de la jungla”. Y bien, eso es exactamente lo que pasa –y ha venido pasando en Venezuela a lo largo del siglo XXI: no hay reglas claras para nada. Hay normas escritas en la Constitución y las leyes, que tienen tanto valor como el que el poder quiera darles para su exclusiva conveniencia. Luego, en la práctica, no son reglas claras, y de hecho, ni siquiera son consideradas reglas por el poder establecido.
en Venezuela impera una hegemonía despótica, depredadora, envilecida y corrupta
La pregunta lógica es la siguiente: ¿por qué no hay reglas claras? La respuesta lógica es más compleja pero no imposible de descifrar: porque en Venezuela impera una hegemonía despótica, depredadora, envilecida y corrupta, que es esencialmente incompatible con el concepto de institución, de norma de aplicación general, de reglas. Por eso no hay reglas claras para nada, y de nuevo surge otra pregunta, digamos que también lógica: ¿puede haber reglas claras bajo la egida de esta hegemonía? La respuesta, en mi limitada opinión, es que no. No puede haberlas. Podrá haber reglas claras en Venezuela cuando la hegemonía sea superada, pero no antes.
Por consiguiente, la petición de reglas claras, ahora con Maduro en el poder, es un oxímoron, como gustaba decir a un ilustre paisano del Papa Francisco. Una contradicción en términos. Un imposible. ¿Esto nos sitúa en una calle ciega, en un congelador, en un inmovilismo definitivo? No, nos sitúa allí, en la medida que el dinamismo de la protesta social, de la movilización popular, de la legítima resistencia y desobediencia civil, conlleve a Maduro y los suyos a salir del poder –no tanto, quizá, de manera voluntaria, sino inducida, como pasa en casos límite como el venezolano. Pero todo ello puede ocurrir de conformidad con la Constitución que, debe repetirse, consagra la renuncia como un mecanismo plenamente aceptable de cambio político.
Casi todos en Venezuela queremos vivir en un país con reglas claras en lo político, económico y social. Y si lo queremos es porque no lo tenemos. Sólo los jerarcas del poder quieren que las cosas continúen como están: sin reglas generales, diáfanas, transparentes y claras, sino con reglas que ellos mismos inventan y cambian cuando les da la gana, es decir sin reglas, y mucho menos claras. Si esta verdad no se entiende, entonces no se entiende nada de la tragedia que sufre Venezuela.