“Hay en Venezuela millones de personas que resisten cotidianamente, sin tener que sentir vergüenza por lo que hicieron cada día. Son personas conscientes de su dimensión única, de que son individuos, ciudadanos que ponen en práctica su acervo moral para enfrentar el poder…”  Elvia Gómez

Ya como país hemos traspasado el umbral totalitario y ahora se siente más que el agobio y la angustia, el terror ante un futuro que ahora nos alcanzó. Ayer nomás veíamos las caras largas de congoja por el asunto de las visas para Panamá, e ingenua esperanza en la solicitud de “cierto amparo y consideración para los venezolanos” en una reunión sostenida con el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence.

Duele, claro que duele, ya la diáspora venezolana supera los tres millones de compatriotas, en su gran mayoría jóvenes que no creen alcanzar ningún porvenir promisorio en la tierra que les vio nacer.

Para ningún connacional ahora resulta novedosa la militarización de nuestra sociedad, hace varios años muchos pensaron: los militares enderezarán al país… y en el ´92 cuantas hurras no salieron de la mayoría de las gargantas de los ingenuos compatriotas que hoy no consiguen Listerinne para limpiar tal grito…

En cuestión de pocos años y como parte de un plan calcado del cubano, se fueron fracturando las bases morales y culturales de nuestra nación, para introducir un parapeto de dogma plasmado – entre tantos vericuetos – por aquello del “hombre nuevo”. Y a la par de ese perverso proceso, se fue implantando el terror, mediante la promoción del odio y el resentimiento. De forma paulatina las consignas fueron sustituyendo al pensamiento y la verdad fue desplazada por la mentira, la cual se convirtió en nueva verdad. Y así elección tras elección, el régimen se viene asegurando resultados que garanticen su permanencia en el poder.

Sin embargo, hay que reconocerlo, así como esa diáspora es numerosa, también cientos de miles de ciudadanos – especialmente los más jóvenes- salieron a las calles de las principales ciudades de nuestro país, dar la pelea, por supuesto que muy desigual, muy David contra Goliat.

Miles de chamos, casi niños, con improvisados escudos que intentaron emular al Leonidas de “300”, pero enfrentándose a una brutal fuerza de choque que en pocos minutos disparó una avanzada de bombas lacrimógenas, para pasar de seguidas a los perdigones y metras cual munición, para cerrar la desgraciada faena, con los mortales balazos… Aquellos guerreros del asfalto que tenían muy claro que la libertad ni está a la venta ni se negocia.   Aquellos valientes muchachos que al grito de “Que queremos: Libertad” lucharon para que no les expropien el porvenir, lucharon por recuperar su saqueado, ultrajado y mancillado país.

¿Acaso fue poca cosa la extraordinaria jornada cívica del 16 de julio que fue más allá de los 7,5 millones de ciudadanos que votaron en el plebiscito que rechazó la forajida asamblea constituyente?…

El mundo entero posó la vista sobre nuestro país, el mundo entero observó la capacidad, el temple, la perseverancia, la organización y la unidad de  toda una Nación que tomó la ruta correcta, la vía democrática, el camino cívico que debería conducirle  o al menos, a aproximarle, a la ansiada y merecida libertad.

Por ello está prohibido olvidar, no solo a nuestros jóvenes  asesinados, sino también a nuestras creencias y convicciones. Debemos, analizar, replantear lo que creemos y queremos. La resignación, la comodidad, el miedo, son conductas razonables. Pero al intentar elucubrar sobre el porvenir, al percibir que lo que nos espera es más corrupción, más miseria, más  violencia, más hambruna, hay que cambiar la conducta y pensar seriamente en las maneras activas de sobrevivir. Eso es razonable y lógico también.

Reiniciar la lucha una y otra vez… Es el único camino. Para ello, se impone romper el miedo y seguir luchando. No hacerlo será dejarle el campo abierto al modelo de dominación que nos conduce por tan nefasta ruta. La pérdida de la actitud crítica, de la capacidad de protesta, del temor de  salir a las calles cuantas veces sea necesario, resulta lo más nefasto para la sociedad actual. Por eso, de la capacidad de resistencia, de la rebeldía inteligente, de la imaginación crítica, dependerá la recuperación del país que queremos y merecemos.

Manuel Barreto Hernaiz




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