La reciente encíclica de Francisco Fratelli Tutti, visión actual y futurista de la doctrina social cristiana, fuerte y profundamente arraigada en el mensaje y el testimonio de la Iglesia Católica, nos plantea “Reproponer la función social de la propiedad” al recordarnos que en la tradición cristiana este derecho natural es muy importante, pero en ningún caso absoluto e incondicional y conlleva una función social. Los derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, derivados del principio del destino universal de la creación y su uso común–decía San Pablo VI citado por el actual pontífice- “no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización”.

Es comprensible que en un contexto social como el nuestro, donde se han cometido tantas arbitrariedades con nocivos efectos más que conocidos, en contravención incluso con la Constitución, surja una sensibilidad reactiva que nos ponga en el riesgo de pasar por alto valores que nos son caros y que forman parte desde hace muchos años de nuestro ordenamiento constitucional y legal, no siempre bien aplicado, es cierto. Y me refiero a preceptos establecidos y a disposiciones muy anteriores a las legisladas en las últimas décadas, tan frecuentemente interpretadas contra los derechos de las personas.

El la doctrina encontraremos, de Rerum Novarum (1891) en adelante, la importancia del derecho de propiedad al lado de la dignidad del trabajo que es su origen legítimo. La función social de la propiedad no niega ni podría negar la propiedad, pues está indisolublemente unida a ella y por lo mismo la vincula a las exigencias del bien común, como se lee claro en Mater et Magistra (1961) de San Juan XXIII. San Juan Pablo II fue constante en la misma prédica hasta abogar por “una globalización de la tutela, de los derechos mínimos esenciales y de la equidad” (2001).

Nunca ha promovido la iglesia la adhesión a un liberalismo o a un estatismo absolutos fácilmente proclives al abuso. Lo que quiere es la realización plena de las personas en un orden seguro y justo.

Heredero de esa tradición y responsable de renovarla para continuarla, Francisco con Populorum Progressio (1967) reconoce en la del empresario “una noble vocación orientada a producir riqueza y mejorar el mundo para todos” y el derecho a la libre empresa que por lo mismo, no está por encima de la dignidad de las personas, de respeto al medio ambiente. Crear oportunidades, fuentes de trabajo y posibilidades de desarrollo. Es su responsabilidad social.




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