Casas de bahareque o barro con palos y caña levantadas en un terreno baldío cercano a Caracas son otro signo del deterioro en las ya duras condiciones de vida en Venezuela, dijeron un diputado y un activista.
“Que en pleno siglo XXI, en un país petrolero estemos viviendo ya situaciones comparables, si hablamos de la región, como Haití es deplorable, denigrante”, dijo el viernes el diputado opositor, Omar Ávila, parado en medio de las endebles casas. “No tiene ninguna explicación que hayamos llegado a esta situación”, agregó.
Las construcciones de barro y caña o madera eran típicas de entornos rurales y décadas pasadas en la nación sudamericana, no en las ciudades, pero “estamos hablando que los pobres de Venezuela que hace 20 años, 15 años tenían acceso al bloque, al cemento, a la cabilla, al zinc, hoy no lo tienen”, señaló Edison Arciniegas, director del grupo no gubernamental Ciudadanía en Acción, que estudia la seguridad alimentaria.
En esa zona el agua la consiguen cargando baldes desde un pozo cercano, sino deben pagar un dólar por 150 litros a un camión cisterna o darle al conductor y su acompañante algo de comida como un kilo de harina o medio kilo de pasta, dijeron vecinos.
Solnelis Cedeño, de 33 años, y madre de cinco hijos, dijo que decidieron construir en ese terreno porque ya no podían pagar alquiler, de unos 10 dólares al mes, por un pequeño cuarto en una zona cercana al lote, que tiene vistas a hermosas montañas y complejos de grandes edificios residenciales de clase media en el este de la capital del país petrolero.
“Ya que no podíamos construir con bloque, tuvimos que cortar bambú, y barro y hacerlas casas de bahareque”, dijo Cedeño, una de las líderes de la comunidad y quien trabaja como cocinera en una fundación sin fines de lucro que brinda almuerzo diario a 120 niños de la zona, al menos 30 de ellos en Los Trailers.
En medio de las dificultades, la pequeña comunidad que asemeja una aldea, tiene a sus habitantes en un entorno sin basura ni inseguridad, los niños juegan por las callejuelas. Algunos de los esposos son albañiles y toda la comunidad ayuda a levantar las casas de paredes inclinadas, techos bajos y escasos muebles, algunos colchones, mesas y sillas viejas de plástico o manera que recubren con mantas o retazos de tela.
“Por la situación económica, no hay, no tenemos cómo construir”, dijo Adrianny Marcano, una madre soltera de 22 años con tres hijos, de cinco años de edad a cinco meses de nacido, y un embarazo de dos meses. “Lo poquito que agarramos es para comer”, agregó recostada de una de las paredes de su pequeña sala: una fila horizontal de tallos de bambú.
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