Las recientes elecciones de representantes estudiantiles en la Universidad de Carabobo dejaron muy despejado el descaro, la impunidad y el “por mis pistolas” que aplica la dictadura venezolana para imponer sus decisiones. Para aquellos que aún se pasan el tiempo “caracterizando” al régimen chavista y abogando por una solución democrática y electoral, la decisión surrealista del TSJ sobre una jornada electoral universitaria debería cerrar la reflexión metafísica y abrir el análisis a la realidad más cruda, pero más real: el chavismo no respeta leyes ni constituciones ni normas ni procedimientos. La constitución chavista no es la del 61 ni la del 99 ni la que están cocinando en la constituyente: lo que se hace en Venezuela es lo que le da la gana a un cogollo usurpador que no va a dejar su enchufe porque 90% del pueblo lo decida.

La frase que pronunció Mao Zedong en 1927, “el poder político sale del cañón de un arma” (political power grows out of the barrel of a gun, en su traducción al inglés), es la que mejor cuadra con el estilo de gobierno que tienen Maduro y sus compinches. Las decisiones se toman en Miraflores y para su implementación se pasan a la corte de personajes sin escrúpulos que forman, entre otros, el TSJ, el CNE, la Fiscalía o el SEBIN. Respaldando cada arbitrariedad están los cañones de las armas, los militares venezolanos, los que le aseguran el piso a la dictadura para que continúe con sus malas artes. En síntesis y sin mayores adornos, en Venezuela hay un régimen de fuerza cuyo único respaldo son las bombas, las balas y los socios caribeños que le brindan asesoría en control ciudadano, inteligencia y estrategia. No hay mucho más que buscar. Los ejemplos de esta tragedia son tantos que tapan el sol.

Debe reconocerse la valentía de los estudiantes de Carabobo y su posición de enfrentarse a la trácala, pero el fraude del TSJ no se va a revertir repitiendo las elecciones ni denunciando la trampa ante la OEA ni con discursos ni con apariciones en los noticieros del mundo. La dictadura utiliza la fuerza para imponer a sus esbirros, y a los dolientes no les queda de otra que enfrentarlos lo mejor que puedan ¿Cómo? Esa es la pregunta clave, no solo para la UC sino para el país entero ¿Saliendo a la calle a protestar? ¿Arriesgándose a que los agredan con todo? ¿Sufrir con los gases y los golpes y los balazos y pagar el esfuerzo hasta con la vida? ¿Es que no hay otra salida? No sabemos. El enfrentamiento convencional, las sanciones, las denuncias y los discursos han dado dividendos muy escasos. No existe una salida venezolana (no polaca, ni surafricana, ni hindú) que le haya doblado las rodillas a la dictadura. Y cuando se le han empezado a doblar, aparecen los esquiroles de siempre a rescatarla de las cuerdas.

Venezuela está en un círculo vicioso. La salida democrática y electoral no funciona. La dictadura es implacable. Pero el país no puede seguir así, hacia el holocausto. Hay que salir de la caja de soluciones escritas e inventar la que se adapte a lo que hay y con lo que hay. Sin descanso. Hasta que el círculo se rompa.




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