(Foto EFE)

Mohamed Baqdul abandonó Beirut para regresar a Alepo con su familia, convencido de que la reconquista de Siria por el ejército había acabado con seis años de guerra en su país.

El quincuagenario huyó de la gran ciudad del norte de Siria para refugiarse en Líbano en 2012, cuando los rebeldes conquistaron el este de Alepo poniendo al régimen del presidente Bashar al Asad contra las cuerdas.

Cuatro años después, la situación cambió por completo. Tras la reconquista total de Alepo en diciembre, el ejército dio un vuelco al conflicto y arruinó los sueños de una rebelión que está muy tocada.

«Cuando supe que Alepo estaba seguro, pensé que la guerra estaba a punto de terminar y traje a mi familia de vuelta», explica Mohamed ante su nueva tienda de ladrillos.

En el exbarrio rebelde de Chaar, algunos habitantes acuden a su negocio a comprar lo necesario para reparar sus casas que quedaron destrozadas por los combates y los bombardeos.

Cansados

La guerra civil siria comenzó el 15 de marzo de 2011 después de unas manifestaciones pacíficas, duramente reprimidas por el régimen, se transformaran en lucha armada. Desde entonces el conflicto se ha convertido en el más mortífero del siglo XXI.

Al retomar Alepo e imponer treguas en otras zonas rebeldes, el régimen ha ganado la principal batalla contra los insurgentes. Pero el resto del país sigue azotado por unos combates en los que participan beligerantes locales, regionales e internacionales.

La rebelión, apoyada por los países del Golfo, Turquía y algunos Estados occidentales, alcanzó su cénit en 2012. En aquel momento hizo tambalearse al régimen, pero el apoyo de Moscú y Teherán a Asad cambió el transcurso del conflicto a partir de 2015.

Aunque la guerra está lejos de haber terminado, el régimen se halla ahora en una posición de ventaja y quiere reconquistar los territorios perdidos, especialmente los que cayeron bajo el poder del grupo Estado Islámico (EI), que afronta múltiples ofensivas en el país.

En Alepo, la ciudad más castigada por la guerra, muchos son los habitantes que comparten el optimismo de Mohamed.

Creo que la guerra llega a su fin porque la gente está cansada y prefiere quedarse en casa en lugar de volver a huir, asegura Brahim Amura, un obrero de 35 años, en el exbarrio rebelde de Karm al Jabal.

Como un símbolo, el ruido de las excavadores, de los generadores eléctricos y las hormigoneras ha sustituido el de los cañones.

Tomará tiempo
En Alepo, el retrato de Asad con el presidente ruso Vladimir Putin en segundo plano llena los carteles que bordean las calles en que circulan vehículos militares y soldados rusos.

El municipio intenta suprimir cualquier rastro de la antigua línea de demarcación. Pero el contraste salta a la vista entre el sector occidental, que estaba en poder del Gobierno y no sufrió grandes daños, y el este, que controlaban los rebeldes, donde los edificios devastados por las bombas parecen peleles grotescos.

El agua escasea en la ciudad y los habitantes hacen cola con bidones ante los surtidores. Pero el Gobierno provincial prometió que los alepinos, que llevan casi dos meses sin suministro, volverán a tener agua corriente después de que el ejército arrebatara al EI la estación de bombeo de Khafsa, a 90 kilómetros de la ciudad.

Los habitantes están llenos de energía y de optimismo, asegura el adjunto del gobernador de Alepo, Abdulghani Kasab. La reconstrucción tomará tiempo, pero vamos a trabajar duro.

Vuelve la vida

El mensaje es diferente entre los exrebeldes que viven a varios kilómetros de la ciudad.

«Alepo es la madre de todos los revolucionarios. Su pérdida ha sido realmente como perder a nuestra madre», dice por teléfono Abu Maria, un exrebelde de 30 años.

Para Thomas Pierret, experto sobre Siria en la universidad de Edimburgo, Alepo simbolizó la esperanza para la oposición de afianzarse como una alternativa creíble al régimen. Y fue esa misma esperanza la que saltó por los aires en diciembre, devolviendo a la rebelión al estatus de insurrección periférica».

La oposición soñaba con construir ahí una administración rival de Damasco, pero la derrota ha roto la moral de la insurrección. Alrededor de Damasco se han multiplicado las rendiciones, asegura Fabrice Balanche, del Washington Institute.

Según él, el régimen controla ahora el 36% del territorio, mientras que el EI ocupa el 29%, los kurdos el 23% y los rebeldes el 12%.

Tras la derrota en Alepo, varios grupos rebeldes aceptaron dialogar con representantes del régimen, añade Balanche. En enero empezaron a negociar por primera vez bajo los auspicios de Rusia y Turquía, dos potencias que hasta entonces eran rivales respecto a la cuestión siria.

El Ayuntamiento alepino acaba de plantar limoneros y naranjos sobre uno de los puentes. Es una señal de que vuelve la vida, dice Mohamed Jasem Mohamed, un empleado municipal de 43 años, mientras los riega.




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