“De tanto andar de tragedia en tragedia, los venezolanos nos estamos acostumbrando a vivir con el agua al cuello. En revolución, lo extraordinario se vuelve cotidiano.” Ezio Serrano Páez

En anteriores ocasiones hemos mencionado la necesidad de ir conformando, activando y dinamizando esas organizaciones de carácter ciudadano, llámense Asociaciones de Vecinos o las satanizadas ONG´S, que tanto incomodan al régimen, al extremo de pretender legislar arbitrariamente en contra de ellas, tal vez por aquello de que una hormiga no para un autobús, pero llena de ronchas a su conductor, pues se empeñan en informar a la ciudadanía sobre las actuaciones del gobierno y cómo afecta a sus vidas; aclarando a la gente sobre cómo utilizan los factores de poder su influencia, ayudan a que se puedan formar sus propias opiniones basándose en toda la información relevante.

Estas organizaciones constituyen un elemento fundamental en la defensa de los intereses de la comunidad, de sus derechos y de las libertades que les otorgan la Constitución y el estado de derecho; pero algo de vital importancia estriba en la responsabilidad de la ciudadanía al fomentar relaciones sociales inclusivas que permitan la recuperación social de los “excluidos”, “de los otros” – recordemos aquello de otredad y alteridad – para garantizar un mayor nivel de cohesión social. Todo esto se dice fácilmente, sin embargo, lo difícil es crear los procesos para que eso sea posible. Pero si no nos empeñamos en llevar a cabo acciones concretas y acciones sociales y políticas basadas en la deliberación y canalizar las tensiones latentes que están en el origen de muchos conflictos no conseguiremos comenzar el proceso y la ruta de una mejor convivencia en la diversidad y pluralidad.

Hasta acá el dejarnos llevar por la pasión y la emotividad del momento y por la manipulación del régimen, que lleva más de veinte años sembrando odios y resentimientos, jugando de manera irresponsable con la psicología de los ciudadanos, con sus decepciones, frustraciones y emociones, con la expresa finalidad de encauzar cualquier signo de descontento, y desviar la atención, pretendiendo silenciar la realidad del impacto socio-económico en el cual estamos inmersos, tal como lo venimos de observar recientemente, con la vana intención gubernamental de atribuir la culpa de las torrenciales lluvias a la oposición, al capitalismo salvaje, al imperio, buscando – de manera infructuosa – la confrontación, porque para el régimen ésa es su finalidad: la tensión, el fundamentalismo, la confusión y la intolerancia.

Se hace menester reconocerlo, es muy hábil en maniobrar en su beneficio los asuntos luctuosos. Además miente a la hora de hablar de la debilidad de las penas y esconde, a como dé lugar, el origen del desastre, las causas de las tragedias.

Es necesario presionar para que el régimen acepte su responsabilidad y actúe en consecuencia, y así, al menos tratar de evitar que se sigan cometiendo desmanes, tropelías y actos de corrupción.

Resulta impostergable partir desde la implicación de importantes redes de la propia población involucrada. No se trata de mitificar las comunidades, pues efectivamente pueden estar manipuladas por fundamentalismos, pero tampoco cabe escudarse en estas dificultades para no contar con los síntomas manifestados por sus propios afectados.

El agua no solamente es fuente de la vida, sino metáfora del tiempo, del movimiento y de la permanente transformación de las cosas. De nuevo este desastre configura un extremo delator de la falta de soluciones adecuadas a las situaciones preexistentes. Una vez más el potencial destructivo del fenómeno hídrico, ha estado asociado a la intervención humana, una vez más la imprevisión constituyó el común denominador, más que metáfora, es una tangible realidad.

Hay que partir de donde duele, no porque sea la causa profunda del dolor, sino para poder llegar a construir el camino que nos permita llegar, de manera concertada, a los acuerdos necesarios de reconstrucción nacional, una vez pasado el vendaval, y cuando las aguas vuelvan a su cauce.

La ciudadanía crea su tiempo de reparación y juzgará al régimen con el “olfato” de una cercana transformación. Podríamos encauzar este nuevo torrente de sentimientos hacia donde más nos conviene, sin destrucción ni amago de violencia, pero con clara conciencia de que el sentido reclamo social está allí, latente, si las aguas no regresan a su cauce.
Manuel Barreto Hernaiz




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