“Disculpe, estamos cerrados” se lee en la entrada de El Café (Foto Cortesía)

Con sus descapotables estadounidenses guardados en los garajes y sus restaurantes y cafés cerrados, La Habana es una ciudad muerta. En Cuba el sector privado sufre desde que la isla cerró sus puertas para frenar la COVID-19.

En el antiguo palacete donde se rodó la película «Fresa y Chocolate» en 1993, la escalera de caracol que conduce a La Guarida, el «paladar», un restaurante privado, más famoso de Cuba, está desierta.

Su dueño, Enrique Núñez, se adelantó a las orientaciones del gobierno. «Decidimos cerrar el restaurante desde el 15 de marzo», nueve días antes del anuncio de las primeras medidas restrictivas.

Tengo amigos que tienen también restaurantes en España, y me contaron lo que estaba pasando, sobre el peligro que podría traer estar atendiendo al público en esas condiciones, cuenta Núñez a la AFP.

Cuba, con 11,2 millones de habitantes, reportaba hasta el jueves 862 casos confirmados del nuevo coronavirus, los tres primeros fueron turistas extranjeros y 27 fallecidos.

En tiempos normales, su restaurante recibe unos 200 comensales por día. Presente en todas las guías, es una visita obligada para muchos extranjeros, especialmente para estrellas como Beyoncé, Madonna, Pedro Almodóvar, cuyas fotos adornan sus paredes.

«Eso fue lo que nos hizo tomar esa decisión», porque «muchas personas llegan a La Habana con la ilusión de conocer La Guarida, estábamos en una primera línea», explica Núñez.

Dos años malos

En un país socialista donde el Estado domina la actividad económica, el sector privado fue ganando espacio en los últimos años. Actualmente emplea a 605 mil 908 personas, el 13,8% de la fuerza laboral.

Estos «cuentapropistas» principalmente rentan habitaciones, manejan restaurantes, salones de belleza y taxis.

Muchos negocios privados que se hicieron a lo largo del país estaban montados bajo un esquema de recibir turistas, porque el cubano no va a un paladar a gastar 100 dólares por comida, destaca el economista cubano Omar Everleny Pérez.

Y previeron el peligro: dos días después del cierre de las fronteras a los no residentes (medida que más tarde se amplió a toda entrada al país), 16 mil 062 trabajadores privados solicitaron la suspensión temporal de sus licencias, entre propietarios de negocio y empleados, según el Ministerio de Trabajo.

Al miércoles 119 mil 079 lo habían hecho, un 19% del total, y quedan eximidos temporalmente del pago de impuestos.

Esta crisis sanitaria cayó como un balde de agua fría sobre el sector, impactado durante los últimos dos años por el recrudecimiento del embargo de Estados Unidos bajo el gobierno de Donald Trump.

“El sector privado venía resintiéndose, sobre todo, en La Habana cuando dejaron de llegar los cruceros de Estados Unidos», impedidos por Washington de hacer escalas en la isla desde junio pasado, recuerda Pérez.

El histórico acercamiento de 2014 entre Washington y La Habana había convertido a los estadounidenses en el segundo mayor grupo en visitar la isla, después de los canadienses.

«Sorry, we’re closed»

Como resultado, en 2019 el número de turistas disminuyó un 9,3% a 4,28 millones. En enero-febrero, la caída fue todavía más brusca, de 16,5% respecto al año anterior, con una baja del 65% en las visitas de estadounidenses. Segunda fuente de divisas del país, el sector aportó 3 mil 300 millones de dólares en 2018.

Incluso antes del coronavirus, el volumen de clientes en «los restaurantes y las ventas no eran los que había dos años atrás. Y ahora llegó el COVID-19 que terminó rematando», advierte Pérez.

El impacto ha sido sobre todo dramático para los empleados, cuyos ingresos eran muy superiores al salario estatal promedio en la isla (de 50 dólares al mes).

«Sorry, we’re closed» (Disculpe, estamos cerrados), se lee en un cartel metálico que cuelga a la entrada de El Café, en La Habana Vieja, la zona más visitada de la ciudad y ahora sin gente.

Loliet González, estudiante de psicología de 25 años, trabaja allí como camarera. «Hasta ahora lo que gano me alcanza para el nivel de vida que decido tener», explica la joven.

Su jefe le pagó dos semanas de salario para mantenerla en el negocio durante la crisis. «Hasta ahora me va bien con eso y no he tenido que llegar al extremo aún, pero si llega ese momento tendré que usar mis ahorros», agrega.

Con la cara protegida por una mascarilla de tela, Nelson Rodríguez, el dueño de El Café, traza estrategias para enfrentar el peor escenario: una Cuba que tardará otra vez en recibir a turistas extranjeros.

«De no tener turistas, nos vamos a enfocar más en el público cubano, a lo mejor tenemos que hacer alguna reestructuración en el negocio», con precios más accesibles, admite.




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