(Foto referencial)

La guerra de Siria, que ha dejado más 320 mil muertos, entraba el miércoles en su séptimo año con un atentado sangriento en Damasco, cuando el régimen de Bashar Al Asad está en posición de fuerza frente a los rebeldes.

Este atentado, perpetrado por un kamikaze, es el segundo atentando en golpear la capital siria en cinco días, después de que el sábado 74 personas perdieran la vida en una doble explosión.

Hay al menos 25 muertos y decenas de heridos tras una explosión en una hora de mucha afluencia en el edificio donde se encuentra el tribunal penal y el tribunal religioso, según la policía.

Estas muertes recrudecen el terrible balance de seis años de guerra que ha causado 320 mil muertos, más de 11 millones de desplazados y refugiados, es decir la mitad de la población de antes de la guerra, y ha dejado por los suelos todas las infraestructuras del país.

Este trágico aniversario coincide con una tercera ronda de negociaciones de paz en Kazajistán, que no contará con la presencia de los rebeldes, lo que deja pocas esperanzas en los avances para la resolución del conflicto.

Vivir en paz
Mis mejores recuerdos de la revolución son de cuando mi ciudad fue liberada del opresor Bashar al Asad, afirma Abdalá al Husein, de 32 años, un futbolista de Saraqeb, una de las ciudades de la provincia de Idlib (noroeste).

El conflicto se desató el 15 de marzo de 2011 cuando se produjeron manifestaciones pacíficas tras el arresto y la tortura de estudiantes de los que se sospechaba que habían escrito lemas contra el régimen en las paredes de Deraa.

Estas protestas fueron duramente reprimidas y acabaron degenerado en una rebelión armada y luego en una guerra civil, en la que se han visto implicadas fuerzas locales, regionales e internacionales.

Cuando empezamos a manifestarnos, no esperaba que llegáramos hasta este punto. Pensaba que terminaría en dos, tres meses, un año máximo, lamenta Abdalá.

Que esta guerra se termine por las armas o de forma pacífica, poco importa. El pueblo quiere vivir en paz, asegura.

La comunidad internacional se mantuvo dividida durante años entre un bloque a favor del régimen, liderado por Rusia e Irán, y un campo favorable a la oposición, encabezado por Estados Unidos, con numerosos países europeos, Turquía y los países del Golfo.

Nunca más como antes
Contrariamente a lo que esperaba este segundo bloque, el régimen de Asad logró ganar terreno con el apoyo indefectible y militar de Moscú.

Frente a él, la rebelión ha ido mermando por las divergencias internas y se ha visto eclipsada por el auge de los grupos yihadistas, como el Estado Islámico (EI).

Los insurgentes se encuentran hoy en una situación extremadamente débil y marginal, sobre todo tras la pérdida en diciembre del sector este de Alepo, su mayor feudo.

Por otro lado, la oposición política ya no puede contar ni con el apoyo turco, después de que Ankara y Moscú (hasta entonces rivales) acercaran posiciones a finales de 2016, ni con el respaldo de Estados Unidos, puesto que la administración de Donald Trump se mostró desinteresada en las pasadas negociaciones en Astaná y Ginebra.

Pese a ello, hay una voluntad internacional de poner fin a la guerra y el pueblo sirio quiere una solución, afirma Rami Abdel Rahman, director del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH).

Pero las pequeñas guerras continuarán y Siria no será nunca más como antes, advierte. Porque no solo se ha destruido la infraestructura, también el tejido social.

Para el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Husein, el conflicto sirio es «la peor catástrofe provocada por el hombre desde la Segunda Guerra Mundial».

Amninstía Internacional recuerda por su parte la necesidad de juzgar a los criminales de guerra.

Tras seis años de tormento, no hay ninguna excusa para dejar impunes los horribles crímenes de derecho internacional que se comete en Siria, afirma Samah Hadid, de la oficina regional de la oenegé.




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