Siempre se ha comentado que los humanos somos seres de costumbres. De buenas o malas costumbres, cuyos orígenes no son totalmente propias de la gente, ni de las instituciones. No son costumbres nativas, o sea que no venimos «equipados» desde el nacimiento, genéticamente, con estas formas de conducta individual o ciudadana. Pero estas manifestaciones de la violencia, se han observado también en las sociedades humanas de todos los tiempos y condiciones, con desarrollos y finales históricos diferentes. Venezuela es un ejemplo de una sociedad que, ahora, parece acostumbrarse a vivir (no disfrutar) la violencia diaria sistematizada, en múltiples formas y aberraciones.

Yo proclamo, en voz alta, la libertad de pensamiento. Muera el que no piense como yo”. Esta violenta expresión la hizo hace unos cuantos años Voltaire (1694 – 1778), el gran filósofo y escritor francés siempre osado y abierto. Claro queda que Voltaire usaba esta expresión en forma irónica, como crítica a la violencia reinante en algunas instituciones y gobiernos.

Vivimos tiempos de violencia envolvente, de violencias promovidas para que personas e instituciones se hagan sentir, y así se extiendan, para, finalmente, hacerse “respetar”.  Pero para que, finalmente, la violencia generalizada concluya como una violencia para “meter miedo”.  Es la violencia del país –Venezuela– entrado en descontrol de mismo, de sus instituciones, de su sistemas de producción económicos y de grandes sectores de sus ciudadanos. Es violencia que confronta la manera de proceder natural para una sociedad libertaria y democrática.

Es violencia anti ciudadana, callejera, en las casas, educacional, en cada institución, inclusive familiar y del país total. Es obviar los derechos de unos, en beneficio de otros o de los que favorecen a otros. Es la sociedad transformada y convertida en central de perturbación, en agencia de grandes mentiras, en un populismo salvaje. Hecha “modelo de producción y exportación  de violencia para violentos”. Sermón para ingenuos, mentiras como recurso, falsearlo todo, a toda hora. Echar muchos cuentos y promesas para asfixia de la verdad. Y llegados a este “mare magnum” de profunda confusión personal, política y social, la gente en forma individual, y la sociedad a través de sus instituciones, tienden a evadirse o “desaparecer” de escena (a hacerse “invisibles”) para no enfrentar la apremiante persecución que pesa sobre cada quien: ¡Todos desconfían de todos; es el paso y el “pago” obligado! Hacen su aparición todas las más atroces y destructivas manifestaciones del egoísmo, en las personas amenazadas y amenazantes: los chismes, la deslealtad, la mentira y el señalamiento, la miseria económica. Terrible drama de ansiedad, de estrés y enfermedad social.

¿Hay alguna salida liberadora? Hoy es fácil ser rebeldes, admirar la rebeldía, y justificar la limosna que recibimos del opresor. ¡Por todo esto, es el momento de un trabajo duro, muy duro, para buenos líderes y fuertes instituciones, que, de hecho, pueden estar ahora deshechas o comprometidas!




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