En Huangpi, un distrito rural a las afueras de Wuhan, viven alrededor de un millón de personas de los once que completan el censo de la urbe, y en él se contagiaron 2.114 personas durante el brote (Foto EFE)
Los hijos se han ido a las grandes ciudades, las tierras no son rentables y las conexiones, imposibles: el brote de coronavirus no sólo azotó a Wuhan, cuna de la pandemia, sino también a las zonas rurales circundantes, que tuvieron que sobrevivir con lo puesto a once semanas de estricto confinamiento.

En Huangpi, un distrito rural a las afueras de Wuhan, viven alrededor de un millón de personas de los once que completan el censo de la urbe, y en él se contagiaron 2.114 personas durante el brote, según las autoridades locales, que rechazaron especificar cuántos fallecidos se registraron allí.

«Esa información no te la puedo dar», dice un funcionario local durante una llamada telefónica, que corta sin dar más explicación.

Los recursos son limitados y los estragos abundantes, comenta a Efe un campesino, de apellido Wang, que estos días acaba de empezar a arar sus tierras de secano con vistas a la próxima siembra.

«No hay virus ahora en nuestro pueblo. Las medidas de prevención han funcionado, y es un alivio poder salir, porque al principio nos dejaron completamente bloqueados», manifiesta a Efe el hombre, que además de plantar cultivos también hace algunas faenas en la ciudad.

La mayoría de los aldeanos tuvo que lidiar con la soledad: muchos son de edad avanzada y viven de lo que envían sus hijos emigrados a las grandes ciudades, aunque, de vez en cuando, bregan como obreros o transportistas en los distritos donde hay negocios rentables.

El problema ahora es que las grandes obras de construcción no se han reanudado: «Sólo hay algunas cosas pequeñas. Por suerte, nosotros trabajamos con una empresa agrícola que ha mecanizado las granjas y nos paga por usar nuestra tierra», explica Wang.

Decenas de pueblos aislados

«No salgáis del distrito, no salgáis de la ciudad», puede leerse en las enormes pancartas propagandísticas rojas que aún siguen colgadas a ambos lados de la carretera pese a que el pasado 8 de abril se levantaron las restricciones impuestas para salir de Wuhan.

A la entrada de la aldea de Luojiawan, uno de sus residentes, Zhao, muestra con cierto orgullo un retrato del fundador del régimen comunista chino, Mao Zedong (1893-1976), y recuerda lo que a sus ojos parecían tiempos mejores.

«Hoy, la agricultura no da dinero, no es rentable», afirma apesadumbrado. «Pero en la ciudad puedes ganar hasta 200 yuanes (unos 28 dólares o 25 euros) cada jornada», agrega el hombre, que vive con su mujer y varias nietas.

Una mujer del pueblo indica que este distrito bordea la ciudad de Huanggang, una de las más afectadas en la provincia de Hubei después de la capital, Wuhan, lo que provocó más de un dolor de cabeza.

«Llevábamos en casa tres meses y estábamos un poco ansiosos. Pero ya estoy más animada. Y si enfermase, tendría tratamiento gratuito. Podemos comer, beber, y no lo hemos contraído el virus», relata la señora Qin sobre los casi tres meses de encierro.

Explica que, por suerte, había hecho acopio de abundante comida para celebrar junto a sus familiares el año nuevo chino, un banquete que nunca llegó a materializarse dado que las autoridades cerraron Wuhan justo un día antes de la festividad.

«Si no se hubiese impuesto la cuarentena, habríamos ido todos al infierno», asevera la mujer.

Agrega que no ha interactuado con sus vecinos hasta ahora y que se quedó en casa con lo puesto: «Si fuesen tiempos de paz, los jóvenes estarían construyendo carreteras, o los trenes de alta velocidad. Los viejos nos quedamos para sembrar, para auto consumo. Aunque algunos trabajan también en la industria local», afirma.

Mientras, Li, que regenta una tienda de ultramarinos a la entrada del pueblo, vende una mascarilla a precio de fábrica a una clienta.

Asegura que, a veces, las da gratis a sus paisanos.

«Tuve que cerrar, pero si alguien necesitaba algo, entraba y se lo daba», narra el hombre, afligido por no haber podido ver a su hijo desde hace meses: su primogénito planeaba visitarle durante el año nuevo chino, pero no fue posible por la cuarentena.

«El está ahora en Jiangsu (este) pero planea regresar en julio, o agosto. El año nuevo chino lo pasamos solos mi mujer y yo. Pero es mejor esperar a que la epidemia esté completamente controlada para que vuelva», argumenta.

Otra mujer que labra la tierra en una huerta cercana, es aún más precavida: «Todavía tenemos miedo, y no queremos salir del pueblo».

Hubei sacó a cerca de un millón de personas de la pobreza en 2018, con lo que su índice de pobreza cayó al 2,4 %, según las autoridades locales, y en 2019 planeaba sacar a otro millón para acercar a China a su objetivo de erradicar la pobreza en 2020.

Sin fallecimientos en las últimas 24 horas

Entretanto, China no volvió a registrar el lunes nuevas muertes por la COVID-19, pero sí detectó 86 nuevos positivos en viajeros procedentes del extranjero, los llamados casos «importados», y tres nuevos contagios locales, según el último parte publicado hoy.

Se trata del tercer día en el que las autoridades no certifican muertes por la enfermedad, después de que también colocaran un cero en ese casillero los pasados días 6 y 11 de este mes.

El número de pacientes curados y dados de alta fue de 75, pero el número total de infectados «activos» en el país asiático aumentó hasta los 1.170.

Y un total de 116 pacientes siguen graves, 68 de ellos en Wuhan.

Así, el número total de infectados diagnosticados en China desde el inicio de la pandemia es de 82 mil 249, entre los que han perecido 3.341 y, por el momento, se ha dado de alta a 77 mil 738 afectados tras haber superado con éxito la enfermedad.




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