Llegó el 23 de enero y la gente salió a la calle. Cientos de miles, millones de personas, en todo el país. Como no se veía desde 2017, desde las tomas de Venezuela que surgieron a raíz de la suspensión del referendo revocatorio y de las decisiones chimbas del TSJ. Esta vez, el timing -que dirían los yanquis- de la convocatoria, los cabildos abiertos y la juramentación de Juan Guaidó como presidente interino -ante los ciudadanos, la AN y todo el que quisiera ver- fue impecable. Sin apuros y con un plan inteligente, con espacio para contingencias, midiendo la cantidad de gente que iba a los cabildos y asegurando apoyos en el exterior. Así se cumplió la faceta política y simbólica de cambiar un presidente ilegítimo por uno que llena el mandato de la Constitución. Con un saldo, muy lamentable, de 26 fallecidos por la represión del régimen; como siempre, los rojos no desperdician ninguna oportunidad para mostrar su capacidad de destrucción.

Hasta aquí llega el 24 de enero en la noche, momento de escribir este artículo. El goteo de países democráticos que desconocen a la dictadura venezolana y le dan su apoyo al mandatario interino sigue sin pausa, a la vez que los que reconocen al régimen llevan consigo el tufo del autoritarismo, la falta de libertades y las deudas pendientes que no quieren dejar de cobrar: Rusia, China, Cuba, Irán y, hace poco, Hezbolá y Hamás (con la vergonzosa compañía de Uruguay y México).

El chavismo, por supuesto, no quiere dejar el poder, y lo ha hecho saber a través de los discursos recientes de Vladimir Padrino, las bravuconadas del fiscal Saab (la amenaza de cárcel es obvia) y las palabras del mismo Maduro. Pero lo tiene difícil. Además del respaldo masivo de la gente, el gobierno interino luce decidido, plantado en el centro del ring, sin armas pero con estrategia. Guaidó tuvo la sabiduría de pedir –y luego medir- el concurso de los ciudadanos y los militares antes de embarcarse en la tarea de asumir el liderazgo de un proceso lleno de riesgos, en el que enfrenta a un adversario atrincherado y sin escrúpulos.

La incógnita de hoy, para variar, es la fuerza. Los trisoleados del régimen aparecieron en pantalla denunciando un golpe de Estado y ofreciéndole lealtad a quien llaman su Comandante en Jefe desde hace 6 años. No ha habido pronunciamientos importantes a favor del nuevo gobierno por parte de la milicia, aunque nadie garantiza que no los habrá. La presión internacional es muy fuerte (la primera prueba de fuego es la decisión del gobierno de EEUU de mantener a su personal diplomático en Venezuela, a pesar de la orden de abandono del país para hoy domingo) y se sabe que los altos mandos de las FAN, a pesar de las arengas, no están para sacrificarse por nadie, excepto por ellos mismos. Al final, se contarán los cañones, porque no hay de otra. Se medirá la dirección del viento. Y los factores de fuerza decidirán si la tempestad se dirige a Miraflores.




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