“Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia.” Aldous Huxley

Karl Marx, al inicio de su libro ‘El 18 brumario de Luis Bonaparte’, dejó anotado “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”, expresó Marx como un preludio de lo que sería el recuento de los hechos que llevaron a tirar por la borda los ideales que promulgaba la Revolución Francesa”

En El 18 de brumario de Luis Bonaparte narra el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 (18 de brumario, según el calendario que había impuesto la Revolución Francesa), mediante el cual Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón Bonaparte, se hizo con el poder.

Considerando el hecho de que en otro 18 de brumario – el de 1799 -Napoleón había obtenido por golpe de Estado su poder, Marx comparó a Napoleón el Grande con el sobrino al que sus adversarios llamaron Napoleón el Pequeño.

Mientras Napoleón llegó a dominar Europa a través de su campaña de sangrientas y numerosas batallas, su sobrino Luis, en su afán de imitarlo, sólo logró – según Marx – una triste parodia que culminaría con la derrota de Francia ante la Prusia de Bismarck, en 1870.

Son muchos los historiadores que argumentan que más allá de analizar el paralelismo entre los dos Bonaparte, Marx promulgó una ley de la historia, puesto que el regreso de la tragedia bajo la forma de farsa se ha repetido una y otra vez en todas las épocas, incluida la nuestra. Federico Guzmán Rubio en su libro Será Mañana: la eterna pesadilla de la revolución, sostiene que “la idea básica de Marx, en esa figura retórica de la doble aparición de los fenómenos, primero con ropajes augustos y luego con disfraces ajados, es que el paso del tiempo, de la historia, es impiadoso con las manifestaciones que no están ajustadas a su época”.

Encontramos en el Diccionario de la Lengua Española dos acepciones del término FARSA que se acoplan totalmente con el tema que hoy nos ocupa: 1.Obra de teatro de carácter cómico y satírico, en especial aquella que satiriza los aspectos ridículos y grotescos de ciertos comportamientos humanos. 2. Engaño o fingimiento preparados para ocultar una cosa.

En nuestro país ha sido una farsa que terminó en una tragedia esa lamentable manera de hacer política, que ha mantenido a buena parte de la ciudadanía en la ignorancia, al engañarles con míseras ayudas y conllevarles hacia una postura demandante y de acrítica postración. El término farsa se deriva del latín farcire (“rellenar”) por la costumbre de emplear las farsas como breves interludios cómicos en los dramas serios. Es una obra teatral basada en una trama en la que los personajes se comportan de manera extravagante y extraña, aunque por lo general mantienen una cuota de credibilidad.

Acá el poder que confiere la autoridad se ha desbocado convirtiéndose en tiranía. Y eso se dio porque hace muchísimo tiempo mandaron a la moral bien largo al carajo, siendo ésta el verdadero muro de contención que debería actuar como se ve en las naciones sensatas: mediante la separación de Poderes limitando el poder ejecutivo. Pero no, a lo largo de estos interminables, disparatados e irresponsables años, ha habido siempre un deseo de legitimar el poder como única manera de mantenerse en él, contando para ello con la más grosera abdicación de principios de cuantos detentan tales poderes.

Hace poco tiempo anotaba el historiador y profesor de la Universidad de Bolonia, Loris Zanatta: “El chavismo y sus devotos acusan de “fascistas” a sus oponentes, movilizados en defensa de la democracia. ¿Hay algo más cómico; o trágico? ¿Será ignorancia o mala fe?…” En tanto que el sociólogo alemán Heinz Dieterich, quien acuñó el «socialismo del siglo XXI» para el proyecto del fallecido presidente Hugo Chávez, dijo a la AFP que Venezuela vive una tragicomedia bajo el gobierno de Nicolás Maduro. Si lo que vivimos desde hace dos décadas no fuese tan serio- por decir lo menos, estas afirmaciones nos provocarían al menos una sonrisa.

La perversa destreza política-electoral del régimen consiste en desmoralizar y entristecer a la ciudadanía, considerando que los pueblos deprimidos no triunfan. Y es que este régimen, como cualquier como régimen totalitario, tiene la inclinación a someter, mediante la fuerza, la amenaza o el chantaje, a cuantos le adversan, así se trate de la mayoría de su población. Aquí destrozan a sus adversarios, pasando, sin ningún asomo de disimulo, de la fuerza de la razón a la razón de la fuerza. Y es que este régimen, como cualquier como gobierno totalitario, tiene la inclinación a someter, mediante la fuerza, la amenaza o el chantaje, a cuantos le adversan, así se trate de la mayoría de su población.

Mucho se ha prolongado esta farsa tropikal que quedó en evidencia desde ese parapeto de “constituyente” montado por Maduro y sus secuaces para perpetuarse en el poder pasando por encima de los principios democráticos más básicos. Desde ese momento el mundo entero se percató que este régimen usurpador es una lamentable caricatura que la historia, sin piedad, colocó en medio de la tragedia. Y para continuar con esa farsa que sin duda desembocará en tragedia, reeditan la charada con las fraudulentas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre pasado.

Vista, a vuelo rasante, la farsa (y aún sin vacunar a la mayoría de la población) también de manera somera, entrémosle a la tragedia.

La tragedia es un género teatral originario de la Antigua Grecia, constituyendo su argumento principal la caída de un personaje importante, el cual pierde su carácter mítico y termina fundiéndose en la acción de un drama cotidiano. Se considera que el eje central de toda obra trágica es el restablecimiento doloroso del orden y el alumbramiento traumático del deber.

En el plano político explica la conflagración subyacente entre el hombre y el poder. Como relata una popular introducción a las obras en español de los trágicos clásicos, las tragedias fueron concebidas por los griegos «para contemplarse a sí mismos y conocer la grandeza y miseria de la especie y la situación humana, con su caudal de sufrimientos y alegrías…».
La tragedia permitía el encuentro con los límites de la condición humana y con las leyes que regulan tal condición en el contexto cívico, a la par que posibilitaba y fomentaba la unidad de los ciudadanos. Pero la tragedia no sólo reunía al pueblo, sino que también lo educaba. Con la tragedia se produce el tránsito desde el culto a la política y, en tanto que teatro democrático, se convierte en el culto de la polis.

Esta tragedia tropical, mucho más devastadora que un millar de «Katrinas» y que una centena de terremotos superiores a los de Chile, Haití, y Japón juntos; más angustiante que la dramaturgia de Esquilo; Sófocles y Eurípides a dúo, se comenzó a escenificar desde ese mismo momento en el cual el régimen confundió la democracia con la simple aplicación de la regla de la mayoría, dejando a un lado toda forma de argumentación que condujese al acuerdo, a superar el dogmatismo, la arbitrariedad y la manipulación de los otros.

Como en la tragedia griega, no fue posible mediación alguna, y todos los que lo rodean serán arrastrados en su caída. Una tragedia sin parangón en las tablas de la Historia contemporánea, dos décadas de ideas absurdas y prácticas agresivas, alimentadas con excesivas dosis de demagogia, de alejamiento de la realidad y con un pensamiento perversamente dicotómico, basado en buenos y malos.

Una tragedia que se incrementa en el terco empeño de aplicar recetas socialistas marruñecas, mediante una mayor regulación y control del régimen, con artimañas forajidas que de manera engañosa pretendieron corregir las desigualdades generadas por el mercado. Y algo que no puede ocultarse en esta burda tragedia tropical: la hiperinflación venezolana batiendo todos los records a nivel mundial, la hambruna causando estragos en buena parte de la población, la gente hurgando por doquier los basureros en pos del residuo que le mitigue el hambre…

Y ¡Oh tragedia mayor! En medio de una pandemia que terminó de poner al descubierto la falsedad de este régimen irresponsable y usurpador, un informe del 21 de abril, de la organización Transparencia de Venezuela revela que durante la emergencia sanitaria hubo un repunte de casos que vulneran los derechos de los venezolanos, producto de decisiones oficiales para hacer frente a la COVID-19 que dieron margen al surgimiento de nuevas prácticas ilegales y al incremento de las existentes

Esta tragedia se originó, entre tantas otras causas, en aquella burlesca escenografía de un gobernante con un pito y una crisis que él mismo creó, y ahora como resultado tenemos una PDVSA a la deriva, con unas refinerías que no refinan; con unas plataformas que, además de derrumbarse, afloran la más voraz corrupción; una tragedia de un país en penumbra, con una crisis eléctrica que le está costando miles de millones de dólares por la ignorancia, la desidia, la negligencia y la falta de profesionalismo de quienes se adueñaron de toda una Nación. Cuánta razón hay entonces en la corrección que realizó Herbert Marcuse a aquella marxiana sentencia, al precisar:…”Sin duda, la historia se repite como farsa, pero a veces tal farsa es más terrorífica que la tragedia original.”

Manuel Barreto Hernaiz




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