Su voz no se oye cansada. Sigue siendo dulce y con buena proyección, tal como sus alumnos la escucharon por seis décadas. Y es que el temple, lucidez para recordar anécdotas, risas y lágrimas de Teresita Román Chirivella, nada tienen que ver con los 100 años que cumplió en febrero de este año.
Las arrugas de su piel son marcas de toda la experiencia acumulada y que pasan por su mente una y otra vez. Para ella, lo más duro de llegar a esa edad que pocos alcanzan es despedir a tantos seres queridos. “Se me han muerto todos. Mi familia, mis amigos, mis estudiantes…”
Los recuerdos de una vida maravillosa la mantienen en pie. Teresita asegura haber logrado todas sus metas y dice que le debe todo a su fe. “Mi vida la guió Dios y por eso triunfé”, dijo entre lágrimas de nostalgia, respiró profundo y soltó una sonrisa para expresar “el secreto de mi longevidad es ese, mi cercanía con el Señor”.
Una vida de alegría
Ella recuerda su juventud y la mirada se le ilumina. “Tuve todo. Carros, fiestas, bailes, cuatro viajes a Europa…”. De manera muy especial relata el momento en el que estuvo en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles, la mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada y el Real Alcázar de Sevilla, entre otros lugares.
“Conocí casi todas las ciudades de Europa en cuatro viajes que hice, algunos de ellos con profesores jubilados de la universidad, otros con sacerdotes”.
Pero el paseo que marcó la vida de Teresita para siempre fue cuando estuvo en Israel, “hicimos el viacrucis por donde Jesús lo hizo, fue grandioso, tengo mi diploma de peregrino de Jerusalén, la mención más grande que he tenido, me bañé en el río Jordán, Dios me lo dio todo”.

Maestra de escuela y de fiestas
Teresita nació el 18 de febrero de 1922 en la población de Aguirre, del municipio Montalbán, en el occidente de Carabobo. A sus 22 años salió de su casa y se fue a San Carlos, estado Cojedes, a trabajar como maestra.
Lo hizo por razones económicas. Su padre falleció y sus tres hermanos mayores estaban dedicados a diferentes actividades religiosas. Uno estaba en el seminario, otro en la congregación Madre Emilia en Caracas, y el otro era Lasallista. Su madre estaba en casa con 11 menores de edad.
Estuvo dos años en San Carlos y fue muy feliz. “La gente me amaba”. De ahí, Teresita se regresó a Montalbán, su tierra natal, donde ejerció la docencia por cuatro años.
“Le di clases a monseñor Padrón, Argenis Ecarri y tres catiritos Ecarri, al doctor Bernardino Marvez, quien es un médico de gran corazón y preparación enorme, poeta que me hizo unos versos, le dicen el poeta de occidente”.
Y además de ser docente, Teresita fue conocida como la organizadora de las fiestas en honor a vírgenes y de bailes en el pueblo. “Si no había fiesta yo la inventaba, la planificaba… En las noches teníamos picoteo, era con un pickup y discos, se organizaba en la casa de alguien”.
Teresita era un elemento de unión, hablaba siempre como una maestra, compartía su religiosidad y sentía que el pueblo era su hogar. “Desayunaba en una casa y almorzaba en otra”.
De Montalbán se fue a Valencia y comenzó su carrera en la escuela Julio Castro, en la parroquia San José, donde se consolidó como maestra de sexto grado y tuvo alumnos como Herman José Ospino, escritor y capitán de aviación.
Cosecha lo que sembró
No tuvo hijos por una cirugía a temprana edad que le hicieron. Y se casó solo una vez después de los 50 años. La relación fracasó al poco tiempo y ella siguió adelante.
En la urbanización El Trigal muchos conocen a Teresita. Ahí ha vivido por mucho tiempo, primero en la casa familiar y ahora en un apartamento que se ajusta más a sus necesidades.
En el edificio todos colaboran con ella. Hay dos médicos que siempre la examinan y le dan indicaciones, la conserje y otras vecinas están siempre pendientes de teresita, y cuenta con el apoyo del presidente de la Federación China Venezolana, Fay Chen, quien le lleva a casa bolsas de comida y las medicinas que necesita.
“Yo quedé sola en mi casa, pero siempre tuve una familia. Mis hermanos murieron de larga vida, mi mamá de 90 años. En El Trigal, con unas vecinas, formamos un grupo de oración que se llama Puertas del Cielo, ellas son muy solidarias conmigo, son mis hermanas… Nos reunimos a echar cuentos en las tardes, a tomar café”.
Teresita asegura que toda la cosecha que recoge en estos momentos es por haber dado tanto. “Me gusta dar lo que tengo, dar es abrir la fuente para que entre la riqueza de Dios”, recordó que antes iba a los ancianatos a llevar comida, música, fiesta y actos culturales.
También recuerda la época de la Valencia cultural en la que, después de misa, podía ir al Teatro Municipal o al Imperio.
Y es así, entre hermosos recuerdos, que Teresita pasa sus días en compañía de gente que la quiere, la cuida y le da todo su amor mientras escucha tantas historias que tiene para contar.