En las sociedades y culturas en que vivimos crece tanto la presión del tiempo sobre nosotros, que nuestra personalidad y algunos estados anímicos pueden verse seriamente afectados por la manera como administramos cada unidad de ese tiempo. De hecho, aunque el problema de la presión del tiempo no es nada nuevo, debemos asumir, seriamente, que debemos dedicar tiempo para la administración correcta de nuestro tiempo, así como para planificar bien, y con seriedad, tantas cosas valiosas que se hacen presentes en nuestra vida.

Lo primero que debemos hacer para mejorar nuestra eficiencia es conocer de qué estamos hablando. En otras palabras, debemos comenzar por aclarar el concepto de tiempo. Debemos hacernos una muy seria pregunta: ¿Qué significa el tiempo en términos concretos, precisos, en planes, en acciones, en costos materiales, en costos sociales y psicológicos? Reconocer cuáles son las cosas, las acciones, las interferencias y los absurdos, que al conocerlos bien nos ayudan a manejarnos mejor, y cuáles son otras tantas cosas, obstáculos, desperdicios o retrasos, que nos llenan rápidamente de ansiedad, que nos hacen ineficaces, y que no acercan más y más al deterioro físico y psicológico.

Un comienzo práctico, manejable, es averiguar, organizar y escribir (sin que hagamos mucho esfuerzo), cuales son las relevantes o no relevantes, importantes o no, que debemos ejecutar durante diferentes porciones del día. Cojamos lápiz y papel y anotemos, al menos, las más destacadas; ¡aquellas que sobresalen abiertamente! No dejemos de lado los logros ni los fracasos, ni las que creamos menos importantes, y pensemos que el orden de prioridades e importancia puede variar más adelante. Al comenzar esta actividad de observación y análisis, hay una condición de gran importancia que puede hacernos fracasar: “La tendencia que hemos aprendido, como un vicio, de confundir lo importante con lo urgente”.

No pensemos que esta diferencia es algo irrelevante, insignificante o estúpido. ¡No toda acción, por ser urgente, es de hecho importante! Esta forma de pensar es culpable del mayor desperdicio de tiempo. Veamos un ejemplo ¡que nos afecta a todos! Pagar por el agua que consumimos es importante, porque sin ella generamos muchas complicaciones en nuestras necesidades de la vida; pero lo que no es siempre urgente es salir a pagar el agua, o pagarla por internet en un día agitado y lleno de tensiones, cuando disponemos todavía de quince días para hacerlo. El problema mayor de no definir con claridad lo que es urgente de lo que es importante, es que, sin ser importante una cosa, puede generarnos fuertes presiones emocionales y estrés.

¡Erróneamente, convertirnos lo importante en una urgencia! Si somos descuidados y no tenemos un plan mínimo de vida, estas conversiones de importancia a urgencia, y viceversa, se aparecen por todas partes, en cualquier actividad y lugar, y a toda hora. Nuestras rutinas pueden cambiar, generar caos en nuestras vidas, y costos adicionales.

En una vía contraria, al convertir en urgente lo que es importante, el resultado es que por una acción inapropiada, todo pasa a ser urgente: ¡hasta lavar un plato, por considerar que nos afea el lavadero de la casa! Estos cambios de prioridades frecuentes pueden deberse, en muchos casos, a vivir en angustia, en acelerarnos obligados a “correr para fallar lo menos posible”. ¡Óigase este barbarismo que acabamos de decir! ¡Corremos, nos precipitamos, nos angustiamos, para tratar de fallar lo menos posible! ¡Y es todo lo contrario: Una vida bajo esta condición negativa no es productiva! Una vida conducida así es acumulación de estrés y costos, en serie. La vida no puede irse en tratar de fallar lo menos posible… Recordemos un principio valioso, que hemos comentado en otras oportunidades. Hemos considerado no confundir la esencia con la substancia: ¡No porque seamos más rápidos, ni porque trabajemos más, rendiremos mayores dividendos y éxitos!

Dejemos de lado el famoso “mito del hombre activo”: Creer que los hombres y mujeres que más hacen son los que más logran. ¡Falso! ¡Esto no es correcto! Una cosa es hacer y otra es lograr el éxito. ¡En ningún momento hacer más es lograr más! Quienes más logran éxitos son aquéllos que hacen las cosas que deberían hacer, con bajo nivel de ansiedad, con parámetros previstos, en el tiempo apropiado, sin cansancio, y sin gastos ni derroches en recursos, adicionales a los que se hayan programado… Expresado en italiano: “Piano, piano, chi va lontano”: “El que va despacio llega lejos”.




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