A propósito de las elecciones en Estados Unidos, me impactó grandemente el revuelo que provocó el triunfo de Biden en la sociedad venezolana. Una de mis vecinas explotó en llanto porque según ella “ahora la oposición perdió un gran aliado y nadie intervendrá en Venezuela ”,mientras que gente vinculada al gobierno celebraba en redes sociales la derrota de Trump, haciendo creer que el nuevo presidente demócrata simpatizará con una administración, que desde hace años ha mostrado signos de autoritarismo y adopta decisiones al margen de la Constitución.

Parte de la imagen del nuevo presidente estadounidense que predomina en el imaginario de sectores clase media venezolanos distanciados de Nicolás Maduro, provienen de las opiniones de connacionales radicados en Miami que centran sus esfuerzos en hacer creer que el experimentado político es comunista. Ese mismo imaginario se fortaleció con posiciones difundidas por grupos de Whatsaap que fácilmente podrían considerarse de fundamentalistas. Ni hablar de quien se atreviera a manifestar públicamente cierta simpatía por Biden, pues inmediatamente se iniciaban campañas de odio y desprecio, como ocurrió con la locutora Erika de la Vega y recientemente la cantante Karina, evidenciando que gran parte de la población venezolana se ha convertido en lo que tanto critica.

Pero la efervescencia venezolana va más allá. Una compañera del mundo académico me expresó su preocupación porque “el viejo Biden le dará estatus legal a todos los inmigrantes, vamos a ver qué hará con ese bojote de mexicanos y centroamericanos ocupando puestos de trabajo y posiciones importantes en la administración central”. Como periodista y antropólogo defensor de las minorías, que además fue migrante y tiene familia migrante en los Estados Unidos, sentí asombro por un comentario tan perverso y estigmatizante, muy en sintonía con esa onda misógina, racista, homofóbica y anti-migración promovida por Trump, que revela lo miserable que sigue siendo nuestra humanidad.

En este sentido, parecen olvidarse los grandes aportes que han hecho los hispanos al coloso del norte. Ni hablar de los motivos por los que la mayoría huye de sus respectivos países, muchos perseguidos y sentenciados a muerte por pandillas y el propio sistema. Estoy convencido, como lo dijo Vargas Llosa, que “la migración de cualquier color y sabor, es una inyección de vida, energía y cultura y que los países deberían recibirla como una bendición”.

Otros de los que tanto critican al nuevo presidente de Estados Unidos por la supuesta simpatía con Maduro, -asunto que es totalmente falso-, pareciera que nunca se dignaron a escuchar un discurso del otrora vicepresidente de Obama. En diversas oportunidades Biden dejó bien clara su apreciación sobre el mandatario caribeño: “es un dictador, simple y llanamente. Está causando un sufrimiento increíble al pueblo venezolano”. También asomó colisiones para presionar la salida de Nicolás Maduro del poder; por comicios libres, justos y respeto a los derechos humanos, lo que deja entrever la posibilidad de mantener sanciones y presiones por una transición pacífica en el país.

Independientemente de las acciones que tome la administración Biden-Harris, queda en evidencia la fuerte polarización social en Venezuela y lo visceral que pueden ser las opiniones de la gente en estos escenarios. Los gringos no nos van a salvar ni esta administración le hará guiños de ojo a Maduro. Los venezolanos tenemos que seguir trabajando en las comunidades para que la gente de a pie realmente despierte, buscar puntos de encuentro entre rojos, azules, verdes, blancos. A un despertar masivo y cohesionado no lo detendrán ni las balas de las fuerzas de seguridad que han arrebatado decenas de vidas. Y quienes tenemos algo que decir, aprovechar los espacios y como lo dijo Ángel Torres, uno de mis estudiantes de Periodismo haciendo alusión a los inicios de la primavera árabe: “tomemos nuestras opiniones como inmolaciones, pues podemos cambiar a Venezuela expresando nuestros pensamientos y haciendo un buen periodismo”.

 




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