El próximo 15 de enero celebramos en Venezuela el Día Nacional del Maestro, decreto firmado por el presidente Medina Angarita en 1945, para recordar el día en que se fundó la Sociedad de Maestros de Instrucción Primaria (1932), posteriormente Federación Venezolana de Maestros. Sin embargo, durante los últimos años esta fechase ha convertido es un espacio de tensiones y lucha por alcanzar reivindicaciones que les permitan a los educadores vivir con dignidad, porque si en Venezuela existe un sector que ha sido embestido sin clemencia por la revolución, ha sido el de los docentes.

Con salarios que no superan los 4 dólares mensuales, precariedad en los servicios médicosdel Instituto de Previsión y Asistencia Social (IPAS-ME) y una planta física de las escuelas en deterioro constante, quienes se mantienen en las aulas en estas condiciones vienen a representar a esos héroes de carne y hueso que siguen apostando al país, a pesar de las adversidades que presentan para alimentar, educar a su propiafamilia y superar la politización de miembros de las comunidades educativas, que en algunos casos, se han convertido en una especie de policías gubernamentales, señalando, acusando y estigmatizando a quienes se resisten a gritar consignas a favor de Chávez y otras “deidades del panteón revolucionario”.

Soy hijo de una educadora y palpar la realidad de los maestros entristece y llena de impotencia. No obstante, apreciar la convicción con la que la mayoría prosigue con sus labores a pesar del atropello,el éxodo, la pandemia y las propias brechas tecnológicas que padecen, hace que mantengamos la esperanza, aunque por momentos perdamos la fe en un cambio radical para este país, al cual los educadores le han dado tanto. Así como Simón Rodríguez sembró en Bolívar aires de libertad, miles de educadores siguen fortaleciendo la educación en valores, la cultura ciudadana y la humanización de hombres y mujeres, para que el ser humano nacido en estas tierras potencie sus dimensiones política, sociológica, tecnológica, así como sus capacidades critico-reflexivas, esas que nos permitirán a futuro impulsar una verdadera revolución que conlleve a cohesionar este país tan golpeado por la dirigencia política partidista, no solo la roja, también la azul, amarilla, la blanca y la verde, las cuales han demostrado que les interesa el beneficio particular sobre el colectivo, en especial, si se trata de asuntos económicos.

En este contexto, los gremios algo dormidos y complacientes con las esferas del poder político, tienen la responsabilidad de reactivar las históricas luchas que emprendieron en el pasado por alcanzar beneficios que permitan a los docentes y sus familias llevar una vida digna, en la que puedan satisfacer sus necesidades básicas. No es justo que maestros y maestras se vean obligados a trabajar como vigilantes en algunos condominios, haciendo guardias hasta de 24 horas interdiarias para sumar algo de dinero y alimentarse a medias. No es justo que los ministros del sector se llenen la boca hablando de una realidad inexistente en las viviendas de los educadores, mientras algunos funcionarios tienen a sus hijos estudiando en Europa a todo dar. No es justo que nuestros maestros y maestras ganen salarios de hambre. No es justo que esta revolución aborrezca a quienes enseñan a pensar, contribuyen con la formación ciudadana y exhortan a practicar la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia y la responsabilidad social, valores superiores del Estado venezolano,  establecidos en el artículo 2 de nuestra Carta Magna.

Quizá al poder no le interesen los maestros y maestras. No les interesa que la gente piense y se instruya, por eso de que, a mayor pensamiento crítico y educación, menos domesticación. A nuestros políticos tampoco les interesa formarse. Ya lo advertía Manuel Barroso en su “Autoestima del Venezolano”, cuando indicó que el político es ignorante porque no lee, ni estudia, ni medita. “Habla, discursea, se reúne mucho pero piensa poco. No tiene pensamiento propio con que sustentar una idea original. Sabe mucho de todo y poco de nada”. La descripción de Barroso no es nueva. Ha sido una constante histórica que debe llevarnos a una revisión exhaustiva sobre lo visceral del voto y precisamente a reforzar valores democráticos desde la Educación.

 




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