Un secuestro es una retención indebida de una persona, por lo general de forma violenta, en la cual la privación de libertad se puede superar a cambio de un rescate monetario. Digamos que esta puede ser una noción convencional de un secuestro. ¿Pero qué pasa cuándo el secuestrado no es una persona sino un país? La noción anterior no podría aplicarse exactamente igual. Aunque se siga tratando de un secuestro.

Un país puede ser secuestrado poco a poco, sin que una buena parte del mismo tome conciencia al respecto, e incluso con la aceptación entusiasta de amplios sectores sociales. Lo clave es que se establezca un poder cuya finalidad sea despotizar, depredar, corromper, y hacer todo lo que sea posible para permanecer en el control del país. Esa es la esencia, me parece, de un secuestro nacional.

Si el secuestro o proyecto de dominación, en lo político, económico y social, se lleva a cabo con una propaganda masiva y habilidosa, que procure utilizar un disfraz de democracia, y si además todo ello va financiado con caudales inmensos de petrodólares, entonces no es de extrañar que se desarrolle una especie de «síndrome de Estocolmo», colectivo, en el cual el rehén se identifica con su captor y se termina haciendo cómplice.

En el caso del secuestro venezolano, no pocos no se consideraban rehenes sino beneficiarios de un reparto asistencial envuelto en ropajes de justicia social, sino que otros aprovecharon las circunstancias de la fuerza del poder establecido, para entenderse con éste y sumarse a la depredación. De allí surgió una avalancha de corrupción que está imbricada con la delincuencia propia e internacional.

Los secuestradores suelen ser criminales, no importa su procedencia social. Cuando el poder público de un Estado cae en manos de un conjunto de carteles, tribus y pranatos, desapareciendo por completo su naturaleza institucional, entonces no hay diferencias entre los mandoneros del poder y los jefes de un secuestro. Y un tema interesante, es que lo que se vendió políticamente cómo un cambio histórico en función de las mayorías, en realidad era un secuestro enmascarado.

En el secuestro de nuestra patria no se busca un rescate sino la depredación de todos sus recursos, incluyendo su capacidad de endeudamiento. En ese sentido trágico, el «proceso» ha ido logrando sus objetivos, en especial para los intereses de los patronos cubanos. El principal derecho y deber de un secuestrado es alcanzar su liberación. Cuando el secuestrado es un país, es alcanzar la liberación nacional.




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