El peor sufrimiento está en la soledad que lo acompaña. André Malraux (1901-1976)

“La enfermedad emocional es ya una plaga contagiosa, un perjuicio que avanza a pasos preocupantes”. Esta no es la respuesta vociferante de un angustiado analista que recibe a diario las quejas de la consulta médica, psicológica, psiquiátrica o social, de su comunidad. Esto no es un descubrimiento más; no es un “alarde” más, con informes estadísticos. El sufrimiento, como lo sabemos y verificamos a diario, depende no tanto de lo que en verdad padezcamos, sino de cuánta ansiedad, temores y miedos le agregue nuestra activa imaginación; y esta razón explica el porqué del aumento indeseado de nuestros males mentales. Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.

Viktor Frankl (1905-1997) psiquiatra y psicoterapéutico austriaco, vivió años terribles en campos de concentración de la Alemania nazi. Esa experiencia lo formó en profundidad y creencias sobre el ser humano. Con relación al perjuicio en la persona, Frankl señaló que “la preocupación es tan vieja como el dolor humano mismo, pero en estos tiempos hay ventajas relativas para recurrir a los perjuicios, y avanzar con recursos accesibles a los que no debemos renunciar”.

Como señaló el poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321) muchos años atrás, “el secreto para que las cosas sean hechas, es comenzar a hacerlas”. Pero más genial fue su visión sobre la vivencia humana, cuando sin ser él un experto en materia de asuntos mentales, acertó al comentar que “quien sabe de dolor (y enfermedad), todo lo sabe”.

Con frecuencia, damos nuestra asistencia valiosa a mucha gente que sufre y se deteriora bajo el efecto de las enfermedades mentales, sin tener consciencia que la persona que más necesita de nosotros esa asistencia, somos nosotros mismos. Mucha enseñanza aprendida en la experiencia diaria, sobre la enfermedad emocional, está a la mano para su inmediata y efectiva aplicación. ¿Quiénes hacen qué, y cómo, con esa información? Cada minuto que perdamos en la asistencia médica, social y ciudadana, se traduce en sufrimiento, regresión, y el avance irreversible de destrozos a la sociedad. Busquemos cómo avanzar en el combate al malestar, de tanta gente noble, afectada en sus emociones y sentimientos.

Escuchar atentos debe ser actitud predominante, al intervenir en funciones terapéuticas de ayuda a los afectados. Por esto, aun con la intensidad de las presiones sobre las personas y la comunidad, para poder escucharles es importante aprender a estar en silencio. Mientras más profundo sea el silencio, más puede hacerse el contacto con la “voz orientadora” de la consciencia. ¡Hacer silencio no es solamente callarnos ni dejar de hablar, ni reducir nuestros movimientos, ni parar nuestras opiniones! ¡Avanzamos muy rápido hacia la enfermedad de nuestras emociones; cada vez más, sin que sepamos cómo, ni cuándo, parar! Un sabio, de los populares, ha anunciado que: “de la carrera, sólo nos queda el cansancio”. Pero, peor aún es creer que parar es una pérdida de tiempo, y nos repiten a diario que “time is money”.

¿Cómo acercarnos cálidamente hacia quienes avanzan hacia el perjuicio mental? La llegada  y contacto con quienes puedan ayudar (terapeuta, familiares, amigos), hacia el afectado por algún perjuicio emocional, debe ser sencilla, sin protocolos que ocasionen temor, miedos o alguna indeseable “estampada” de terror. Qué fácil e irresponsable es que veamos en los demás supuestos problemas, defectos, traumas, carencias, y el error de decirle al afectado que “todo son cosas suyas”; cuando, a lo mejor, son las del analista, amigo (o terapeuta), las que, en verdad, se hacen presentes.

Fénelon (1651-1715), escritor y teólogo francés, ajustado a la idea que ya hemos manejado sobre el manejo del perjuicio mental, se refirió al conocimiento intenso del ser humano, en sus deficiencias y apremios, para poder, en consecuencia, explicarlo en sus posibilidades de curación y recuperación. Por eso, dijo: “El que no ha sufrido no sabe nada; no conoce ni el bien ni el mal; ni conoce a los hombres ni se conoce a sí mismo. Y en su estilo tan particular, el inglés Oscar Wilde (1854-1900) fue pragmático a señalar que: “El sufrimiento es el medio por el cual existimos, porque es el único gracias al cual tenemos conciencia de existir”. Somos sanados del sufrimiento solamente cuando lo experimentamos a fondo.

Sufrimiento, perjuicio mental, son unos de los variados medios de comunicación mediante los cuales existimos en algunos de los momentos de la vida, aunque nos parezca un absurdo, porque son los únicos gracias a los cuales tenemos suficiente y clara conciencia para sentir que existimos. Entonces, nos guste o no, creámoslo o no, en el manejo de enfermedades y los problemas mentales, como lo expresó André Maurois (1885-1967), “sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa”.

La sobrecarga emocional avanzada y permanente, durante la pandemia del coronavirus es una realidad psicológica que desde principios del año 2020 empezó a vivirse con frecuencia. Entendemos esta redimensión de un problema, la pandemia misma, como una saturación planetaria de sentimientos, pensamientos y sensaciones, que derivan en un agotamiento mental, físico, social y económico, progresivo. Es una experiencia abrumadora, novedosa, que puede intensificarse con los días si no se toman medidas de afrontamiento adecuadas.

Decía Carl Jung que la mente humana no oscila entre lo correcto o lo incorrecto, sino entre el sentido y el sin sentido. Así es, y más en épocas de crisis e incertidumbre como la marcada por la actual pandemia, cuando es normal que caer en pensamientos filtrados por temores y el miedo, que asumimos comprensible pero que, en ocasiones, tapiza nuestra realidad y alza muros sin dejar espacio a la esperanza. Si añadimos el flujo constante de información, datos, cifras y las incertezas ante el futuro más próximo, tenemos más claro ese “caldo de cultivo” a la insania mental.




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