“Es verdad, no todos siguieron la senda principista aludida por Teodoro, pero tampoco la de practicar el pragmatismo político en términos decentes.»  Eloy Torres Román

«En política, hay que ser pragmático…”
De nuevo aflora esta sentencia en una acalorada discusión por el asunto de la escogencia de candidatos a concejales y diputados regionales. Se nos dice que así debe ser la política: pragmática, para alcanzar determinados objetivos. Pero una cosa es que la política sea pragmática y otra que los ciudadanos de a pie no esperen conocer proyectos y compromisos que serán cumplidos. Si continuamos jactándonos de pragmáticos, y permitiendo que corra la falsa idea de que el pragmatismo equivale a seguir el camino más fácil, estamos inoculando un veneno para el que no vamos a tener antídoto. Tan pragmático es ofrecer lo que el ciudadano espera oír, como estar en contra de todo sin proponer nada en concreto. ¿Qué debemos, entonces entender al respecto?

La raíz griega pragma significa lo realizado, lo que hay que hacer o lo correctamente hecho, y más sencillamente, el hecho.

Esta palabra fue elegida como referencia por Charles Saunders Peirce, quien fue el primero en plantear el método como forma de determinar el significado de palabras importantes.

Sin embargo, sería el filósofo estadounidense William James quien desarrollase esta definición, convirtiéndola en una teoría de la verdad (Pragmatismo: un nuevo nombre para viejas formas de pensar).

Al oponerse a la separación entre pensamiento y acción, formuló la tesis de que la verdad de una idea, un juicio o una tesis, consiste en que dé resultados positivos. Para la filosofía del pragmatismo, todo conocimiento debe condensarse en la experiencia. En palabras más simples, es como decir «lo cierto es lo que funciona». El pragmatismo no tiende a contrariar a las viejas luchas modernas, sino, por el contrario, a través de lo práctico y lo más concebible, el encontrar la solución de los problemas.

De acuerdo a lo anotado por el filósofo español Julián Marías, el pragmatismo así entendido no tiene dogmas ni doctrinas; es un método compatible con doctrinas diversas; es… «la actitud de apartarse de primeras cosas, principios, categorías, supuestas necesidades, y de mirar hacia las últimas cosas, frutos, consecuencias, hechos».

En la política, ser pragmático es la capacidad que posee un dirigente para conseguir sus objetivos sin que su ideología o sus atávicas opiniones se interpongan. Equivale a actuar prescindiendo de postulados principistas, haciendo lo que parece más adecuado de acuerdo a como se presentan las circunstancias de cada momento.

El pragmatismo, sin embargo, resulta también una ideología cuyos límites están en la dificultad para prever las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones, y en la tendencia a desentenderse de realidades que no encajen en nuestra corta visión de las conveniencias momentáneas. Y resulta muy común confundir su área de acción con otro término de mayor «flexibilidad»: oportunismo.

Contar de antemano con las experiencias políticas y garantizarles la eficacia son, ciertamente, fines nada desdeñables del actuar político; pero todo ello tendría validez si la típica pregunta del pragmatismo ¿qué hacer?, se encuentra a una ideología, a un pensamiento, que técnicamente se ha considerado como válido, es decir, al mundo de los valores.

Las posiciones que asumen cuantos adversan esta corriente filosófica adaptada a la politica, parten desde lo más simplista: …»es nefasto por su origen, al ser norteamericano, el pragmatismo es canallesco. Sólo funciona y vale si es fuerte económica y socialmente quien lo profesa; si se tiene poder o dinero, o ambos,

Los principales defectos que acarrea el pragmatismo político mal entendido aparece con mayor fuerza cuando se privilegian los egos en las contiendas por los puestos sobre los principios de un partido; cuando se asume lo popular como leitmotiv; o el considerar que contar con recursos financieros o humanos son medios suficientes para lograr un fin, y el de mayor contundencia, el negar los propios ideales bajo el argumento de la adaptación a las preferencias políticas.

En política no se trata de encontrar un programa correcto, un hombre providencial, y luego todos a «seguirlo», «echarle pichón» y «darle parejo». La política es un medio para conciliar la discrepancia sin recurrir a los golpes del insulto, la burla y la violencia; cuando se condena la el buen trato, el decoro, la respetabilidad por incapacidad para negociar, la política se reduce a las posturas fundamentalistas que pretenden excluir todo desacuerdo y cualquier disputa.

Manuel Barreto Hernaiz

 




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