Las hiperinflaciones son procesos explosivos en la fijación de precios, relacionados con la ausencia de una política monetaria tendiente al logro del objetivo de estabilidad en precio, así como a un concomitante y brutal proceso de inyección monetaria, haciendo referencia a la obra de Di Tella, inflación y estabilización las hiperinflaciones son procesos fascinantes para el estudio de la economía y terriblemente dolorosos para las sociedades afectadas por este proceso.

Es tan doloroso y antinatural su discurrir que sus efectos no son analizados, sino compilados por quienes tienen la desdicha de vivirlos. Nadie habría podido advertir que la otrora pujante Venezuela, pletórica en recursos naturales y minerales, una de las democracias más longevas de la región, podría atravesar por los relatos contados por los cientos de hermanos argentinos, quienes huían de las dictaduras de su país y nos relataban fantásticos procesos de incrementos de precios en frecuencia diaria y hasta horaria y que todo aquello ocurría mientras gobernaban los militares.

Aún más lejanos eran los relatos de alemanes que narraban lo vivido en los treinta y que luego sus relatos fueron absolutamente dominados en el manejo de la historia. De hecho en nuestras aulas universitarias, los temas de la hiperinflación eran tratados en apéndices de los libros de macroeconomía. Estábamos condenados a no sufrir jamás este fenómeno pues éramos un país petrolero, hago énfasis en el pretérito para que el lector comprenda y asuma que ya no somos ni un país rico, ni petrolero.

Desde 2002 sabíamos que el país entraría en esta crisis en su estructura de precios, que embrida pobreza y miseria. En esa época los economistas eran vistos como profetas del desastre, como aves agoreras. Nadie creía que los robustos precios, en promedio de 120$ por barril, eran parte de un ciclo.

Se le excusaron todas las locuras y desaguisados al binomio Chávez Giordani, uno un escollo en nuestro desarrollo histórico y social y el otro un nostálgico atolondrado por la planificación centralizada. En suma, ambos embridaron esta crisis y aun en sus rigores abundan quienes se atreven a repetir a Giordani como si se tratase de un evangelista bíblico.

Se repatriaron loas reservas internacionales, perdiendo por ende transparencia, auditabilidad y liquidez. Se introdujo en 2007 una reconversión de carácter monetario, deflactándole a la moneda tres ceros y vendiendo la idea de la neolengua de un “bolívar fuerte”. En suma, era un plan premeditado para hacer de la explosión inflacionaria el mejor grillete para la sociedad.

A la muerte de Chávez ya el país mostraba los inequívocos síntomas de un vórtice de hiperinflación. Aquel 2014, el cierre en el indice de precios se ubicó en 56%. En 2015, único año de la presentación de la memoria y cuenta por parte de Maduro a la Asamblea Nacional, la cifra de inflación superaba los 180,9%.

Ya el mito de que en la envilecida IV República la inflación se ubicó en 100% había sido superado con creces por el chavismo. Este se proclamaba como el peor gobierno de nuestra historia, al menos en materia de control de precios, luego desde 2015 hasta 2019, el Banco Central guardó silencio y dejó de publicar la inflación partiendo de la falsa premisa de que aquello que no se publica no existe.

Hoy somos el país más pobre de la región, nuestro ingreso, per cápita  es inferior al de un venezolano del año 1957. De hecho, nuestro ingreso mensual es de 1,6 dólares y en 1957 el ingreso diario era en promedio de 5$. Somos absolutamente minúsculos, estamos africanizados.

La inflación es la madre de todo conflicto social y político. En el libro de Forrest de Capie, el rol de la guerra en las hiperinflaciones modernas, se establece una correlación entre ambos fenómenos. No es de extrañar que el mundo actual considere a la hiperinflación una antigualla, ya que los Estados han entendido la importancia de mantener solidas políticas monetarias y lograr estabilidad de precios, para impedir que las sociedades se empobrezcan.

Claro ese es el desiderátum de un buen gobierno. Hoy en día Zimbabue y Venezuela son muy semejantes, la Zimbabue de Robert Mugabe era un paraíso de autocracia y entropía social, un espacio en el cual la libertad económica estaba proscrita. Nuestro tipo de cambio, si le agregásemos los ocho ceros eliminados, llegaría a la impronunciable cifra de 21 billones cuatrocientos mil seiscientos millones de bolívares por un dólar, entonces las hipérboles de estos dos países contienen proxemias inocultables. Venezuela es la Zimbabue americana, sin moneda, sin trabajo, sin productividad y sin libertad.

Junio de 2020 culmina con una hiperinflación de más de 504% acumulada, y de  3524% anualizada. En la región el promedio es de 1,5% anualizada. Somos la economía con mayor inflación del planeta y una de las hiperinflaciones más largas, dolorosas y costosas de la humanidad. Hemos soportado 30 meses de hiperinflación y más de 26 trimestres en depresión. Los dramas de África se han hecho cotidianos.

Somos una economía retrotraída hasta 1940 y la producción de la otrora técnica y profesional PDVSA es semejante a la de 1943. La hiperinflación tiene cura en la libertad económica, en la reinstitucionalización del BCV y ya en nuestro momento actual en una necesaria dolarización, dada la gravedad de nuestra patología económica. El drama de la hiperinflación ha supuesto la defenestración de la sociedad a un caos sin precedentes, toda mala política económica supone inflación, eso es un hecho incontrovertido.

Los países finalmente no tocan fondo, Venezuela describe un tránsito asintótico hacia el infinito dolor, sencillamente no tenemos herramientas de política monetaria ad hoc, pues no hay política monetaria y al gobierno nacional, no le importa combatir la hiperinflación, por el contrario le conviene como mecanismo de dominación social.

El país no está perdido, hemos soportado estoicamente a punta de logoterapia de Frankl este innominado horror. Sabremos también refundar al país, esa es la tarea, del país nacional y del otro que se dispersó por el mundo, en donde reside el deseo de volver para refundar, para no desarraigarse.

Nunca el mal podrá ganarle la batalla al empeño de la acción humana, en palabras de San Juan Pablo II, debemos de confiar en Dios y en el amor infinito que vence todo, aunque a veces en situaciones concretas pueda parecernos impotente, Cristo parecía impotente en la Cruz, Dios siempre puede más y con esta frase que es una imposición del amor sobre el mal, quiero despedir esta columna. La esperanza, el amor y la necesidad de ser mejores impondrá la verdad sobre este error histórico al cual llamamos chavismo. La hiperinflación y sus horrores y rigores no nos superarán como sociedad, por el contrario será el antídoto para jamás repetir las causas que produjeron estos extravíos.




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