“El Estado más violento será, pues, aquél en que se niega a cada uno la libertad de decir y enseñar lo que piensa; y será, en cambio, moderado aquél en que se concede a todos esa misma libertad.”

Baruch Spinosa.

 Cuarenta y cinco meses en hiperinflación han demolido todo vestigio de lógica económica, hasta el punto de dejarnos sin moneda, sumidos en un fenómeno cruel de desplazamiento del bolívar por el dólar que le imprime un rictus de desigualdad a la sociedad, defenestrando a extensos sectores a una diáspora sin sentido, a una huida de una suerte de teorema de la imposibilidad en el cual se hunde nuestra cotidianidad.

El dolor económico, la angustia existencial que viven y experimentan los ciudadanos de cualquier país es el mismo donde quiera que estas condiciones se desarrollen, es necesario indicar que en este siglo XXI de verdades líquidas, solo dos países han experimentado estas experiencias: uno de ellos es Zimbabue y el otro Venezuela, en el caso de nuestro país, la hiperinflación es mucho más aterradora, porque hay que agregar tecnología, crimen organizado, corrupción en el manejo del petróleo y la violencia promovida por los “colectivos”, quienes ahora se han apropiado de sectores en la capital del país.

Sufrimos los desmanes de un régimen que secuestró el poder, la corrupción acompaña desde luego a los estallidos de las hiperinflaciones pues el Estado decide no hacer nada, anularse, improvisar e irrespetar las máximas de la economía y promover entropía y caos.Estos 45 meses de hiperinflación aunados a los noventa y seis meses de caída del producto interno bruto, han dado al traste con cualquier traza de modernidad, de bienestar o de acceso a los servicios públicos. Era lugar común para economistas y analistas decir que ni los Bancos Centrales, ni los Estados quiebran, pero frente al drama venezolano esta máxime debe y tiene que ser revisada.

En los 23 años del chavismo se han producido tres reconversiones monetarias, la primera en 2008, con el nacimiento del bolívar fuerte el cual duró once años, la segunda durante el pico de hiperinflación de 2018 en el cual se suprimieron cinco ceros, y esta última efectiva a partir del uno de octubre de 2021, la cual ha sido recalificada como “nueva expresión monetaria”, en el avieso afán de las tiranías por imponer una neolengua que asiente las bases para una posverdad que confunda, en la incorporación de este adefesio denominado bolívar digital, se le suprimen seis ceros, es decir, la moneda ha perdida catorce ceros. ¡Pobre Simón Bolívar!

Los venezolanos hemos perdido un tercio de nuestro peso corporal, alrededor de 30 recién nacidos fallecen diariamente en la maternidad más grande de Caracas. La gente hurga en la basura, mientras la élite de la nomenklatura beben whisky y ordenan pulpo a la gallega, por 50 dólares el plato. ¡Este precio es más caro que en Aruba o en Miami!

Ya sea que una persona viva en una residencia o edificio de lujo o en una humilde vivienda, obtendrá en el mejor de los casos sólo dos o tres días de agua. Los servicios públicos han colapsado, la energía eléctrica es otro drama, ya que su provisión es cada vez más precaria y la gerencia de las proveedoras de energía eléctrica está en manos de militares sin conocimiento.

Los precios en Venezuela son dos o tres veces superiores en dólares que en el exterior esto se debe a dos circunstancias:

  • Inconsistencia dinámica, falta de confianza.
  • Apreciación artificial del tipo de cambio, como consecuencia de la intervención del Banco Central a través de la inyección de euros a la economía nacional para apreciar el tipo de cambio, mientras expande la liquidez para financiar su gasto público, produciendo más fomento a la hiperinflación.

Así discurre nuestra subsistencia, nuestro diario padecer, en medio del caos, de la dificultad y fricciones al usar una moneda extraña a nuestra economía, pero cuya circulación ronda en los dos mil quinientos millones de dólares, frente a una cifra de billetes y monedas de ciento diez billones doscientos noventa y siete mil seiscientos veintiséis millones  novecientos veinticinco mil quinientos nueve bolívares, unos 26 millones de dólares al cambio. La proporción de billetes y monedas (dinero expansivo) sobre el total de liquidez (billetes, monedas y depósitos a la vista más el cuasidinero que incorpora depósitos a plazos y certificados de participación) es igual a 4,91%, una cifra que solía ubicarse en un 12%, hace menos de ocho años.

El PIB de Venezuela se ha desplomado hasta la cifra de  Bs. 59.823.510.000, cifra absolutamente desactualizada la cual reside en el entorno virtual de un BCV que sencillamente no rinde cuentas, pero extrapolando esta cifra al lejano 2019 y comparándola con la liquidez monetaria de ese primer trimestre de 2019, el indicador de monetización de la economía se ubicaba en 1607,42%.Obviamente, no cabe duda de que las causas de la hiperinflación subyacen en este indicador que demuestra el abandono absoluto de la política monetaria y el sostenimiento de la hiperinflación.

Desde 2015 los ingresos fiscales dejaron de indexarse por inflación, hasta ese momento el uso del financiamiento monetario tenía principalmente un propósito político, incrementar el gasto público con fines electorales. Justo en ese punto el empleo del Banco Central para cubrir el déficit  se convirtió en la única opción disponible para cerrar la brecha fiscal entre sus ingresos y sus gastos, la capacidad de crear mayor gasto en términos nominales no se traducía en una contraparte real y se perdió la capacidad de generar una falsa sensación de prosperidad.

Igualmente, la opinión pública comenzó a relacionar la correlación entre aumentos de salarios e inflación, por esta vía se robustece el sector informal en detrimento del sector formal de la economía, la eclosión de la informalidad recrea la presencia de zonas grises o desreguladas en la economía, este hecho, mixturado con la hiperinflación, destruyeron la capacidad recaudadora fiscal del Estado, la casi completa desaparición del sector privado impidió recaudar tributos a la par que fomentó el aumento de importaciones, y por ende los superávit alcanzados por el sector petrolero se diluyeron en el flujo externo. La economía entró en una espiral de destrucción de la cual no podía escapar.

El proceso hiperinflacionario de Venezuela en perspectiva, ofrece mecanismos para ser evitado, pues solo se justifica por el conjunto de errores inexcusables que desde el punto de vista económico se deben cometer para justificar este descalabro.

Venezuela, otrora potencia petrolera, no debió jamás verse envuelta en un proceso de hiperinflación, sólo Angola manifestaba cierta conducta hiperinflacionaria, la cual respondía a su conflicto bélico. Cuando un país disfruta de una actividad petrolera capaz de generar un flujo estable de divisas con respecto a sus variables monetarias, El Estado puede recoger a través de la fijación de un tipo de cambio razonable desde el punto de vista fiscal un porcentaje enorme de las distorsiones del país y evitar fácilmente presiones inflacionarias, haciendo prácticamente inviable un proceso hiperinflacionario. Los países petroleros mantienen muy bajas tasas de inflación.

Los años de inobservancia de las realidades y señales en materia económica, terminaron por producir este desastre humanitario, con una contracción superior al 80% en términos del PIB, una gravosa y horrida hiperinflación, acompañada de una desigual, cruel y brutal dolarización de las transacciones, que en lo particular defino como un proceso de desplazamiento del bolívar por el dólar. Hoy Venezuela exhibe puentes inconclusos, autopistas derruidas, los pilares de un supuesto ferrocarril, una población defenestrada a la pobreza y la imposibilidad de prestar servicios públicos de calidad.

En condiciones para invertir, ocupamos la antepenúltima posición, solo superados por Eritrea y Somalia, dos pequeños países asolados por la violencia y la guerra, siendo así, nuestro país no ofrece un marco institucional sólido y firme, no existe aporte al PIB por la vía de las inversiones y por ende no existe crecimiento y menos prosperidad, es esa la razón de la diáspora de aproximadamente siete millones de connacionales; la necesidad de ser libres explica esta conducta, este exilio autoimpuesto.

La sociedad le entregó sus derechos económicos y sociales a una hegemonía que además de no entender cómo funciona mínimamente una economía de mercado, desprecia el conocimiento y solo pretende perpetrarse en el poder, a costa incluso del dolor de toda una sociedad.

El chavismo nos escindió de América Latina, nuestras realidades de pobreza son semejantes a las de Haití y cercanas al África subsahariana, ostentamos un Estado más que fallido. Un Estado que se autodestruye a sí mismo para lograr monopolizar el poder, en este plano de ideas Venezuela dejó de ser un Estado y es casi un ex país, por ende todo es absurdo, todo es cruel, somos una sociedad artaudiana en términos de horror, miseria y dolor.

“Si no quieres repetir el pasado, estúdialo.”

Baruch Spinoza.




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