Se siente la proximidad del ineludible derrumbe tanto de este régimen como de los mitos que le sustentaron. Ya los venezolanos se despiertan a la realidad de un país con hambruna, con imbatible inflación y con peligrosa escasez, un país en emergencia social y con urgencia moral. Pareciera no tan distante ese momento de apartar ese espejismo de atraso para llegar al realismo – que no “mágico”- y de repensar la inserción de Venezuela en el Siglo XXI, que nos ha dejado atrás lo que lleva de vida.

Casi veinte años de odios y resentimientos, de decadencia, mentiras y corrupción ininterrumpida. Eso es lo que hemos soportado los venezolanos que nunca nos dejamos atraer por esos desentonados cantos de sirena y que una vez que este parapeto de gobierno finalice su estrepitosa caída que ha de ser tan meteórica y tan drástica como su ascenso, esperamos que la Nación como un todo, se redima. Estos convulsos tiempos nos invitan a prepararnos para lo más difícil, ya que tenemos a la vista un país muy dividido, desgarrado económica y socialmente, asfixiado psicológicamente, y con inmensas perversiones comunicacionales.

No hay reunión de más de tres personas, ni grupos de “chats” donde no aflore, con sentida preocupación, la urgente expresión: ¿Por dónde empezar? Necesitamos, como punto de partida – y como seguramente ya lo han previsto – el conocimiento profundo del ciudadano, sus motivaciones, emociones, esperanzas y expectativas; sus anhelos y preocupaciones. Sus sentidas y reales necesidades, lo que le preocupa y lo que espera; sus atavismos, su nivel cultural.

Para empezar a construir un país de verdad, para salir del atolladero en que nos encontramos de una manera eficiente, con alternativas viables y con la rectitud que se merece una nación que viene de ser ultrajada, se hace ineludible abordar el problema de complicidad subyacente en buena parte de la sociedad venezolana, ventilando públicamente los problemas que acarrean, han acarreado y pueden prestarse a acarrear los grupos de presión nunca alineados con el interés general.

Más que plantear un enfrentamiento ideológico -de lo que realmente, estamos hasta la coronilla- lo que se espera es un proyecto que represente las reales y sentidas necesidades sociales del país en estos tiempos. Que convenza a la ciudadanía de la necesidad de construir el clima de certidumbre y tranquilidad interna, de comprometer nuestras acciones y visiones, para que prive esa tranquilidad y sosiego en todas las familias venezolanas.

Nuestra tarea y responsabilidad, así como el compromiso de todos los ciudadanos de buena voluntad, es consolidar y promover las interacciones que sean necesarias. Esa debe nuestra prioridad absoluta: la gente, la sociedad. Solo desde el compromiso se podrá constituir un poder capaz de forzar la realidad a un cambio.

Por supuesto que en este momento se hace impostergable luchar por alcanzar una democracia sana, sin fracturas, sin excesos de autoritarismo, con los poderes del Estado real y sólidamente autónomos. Pero para ello, resulta verdaderamente inaplazable dejar a un lado el temor, la indiferencia, la escasez de ideas y sueños. Ya no debe haber más espacio para la frustración. Todo es cuestión de empezar nosotros mismos y en nuestro entorno inmediato.

Y esa ruta ardua pero noble, empieza desde este momento, por unificar nuestro desgarrado y desorientado país.

 




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