El pasado cinco de diciembre los profesores universitarios celebramos nuestro día bajo un contexto nada alentador. Universidades públicas en ruinas y docentes con salarios de hambre calculados de manera unilateral, tomando como referencia tablas salariales que no consideran el valor de la canasta básica y la dolarización de prácticamente todo lo que adquirimos. Los golpes que consecutivamente reciben las casas de educación superior, evidencian que el Gobierno no tiene voluntad ni le interesa solucionar los problemas de un sector que se le ha resistido desde que llegó la revolución.

Más allá del asunto del ingreso que perciben los docentes -un profesor titular dedicación exclusiva no llega a los 10 dólares mensuales- está el asunto de los presupuestos universitarios, desactualizados desde hace muchísimo tiempo. Nuestros centros educativos se han convertido en liceos grandes en los que a medias se dictan clases, lo que ingresa no alcanza para ejecutar y financiar investigaciones que contribuyan a solventar problemas del entorno, mucho menos para articular programas de extensión que nos conecten con las comunidades en las que estamos inmersos.

Al problema de los exiguos salarios le sumamos la imposibilidad de investigar, participar en congresos, acceso a producciones editoriales y softwares actualizados, es decir, hacer una carrera académica con todas las de la ley. Esta precaria situación ha obligado a que miles de profesores busquen ejercer la docencia fuera de nuestras fronteras. Para 2015, de acuerdo a cifras de las asociaciones de profesores de las cinco principales universidades autónomas del país, 1.600 profesores habían renunciado. En los últimos cinco años la cifra ha crecido sustancialmente. Por ejemplo, de la Universidad Central de Venezuela se marcharon en ese periodo 2.018 docentes, mientras que la Simón Bolívar perdió entre 2024 y 2019 al 63% de su planta profesoral. La estadística es similar en la mayoría de las universidades.

Las cifras son alarmantes, siguen elevándose, pero al Gobierno nada de esto le importa. Lo ha evidenciado con las políticas hostiles dirigidas al sector por lo que podemos considerar como “cínico” el mensaje difundido en redes sociales por el presidente Nicolás Maduro dirigido a los docentes: “cuenten conmigo”. Obvio, contamos con el gobierno para seguir llevando a las universidades a un oscurantismo peligroso, aterrador y amenazante del ambiente académico, de la producción de conocimiento, de los espacios para el debate crítico y reflexivo, tan necesario en estos tiempos de imposiciones, en donde quien piensa distinto es visto como una anomalía y merece el destierro.

Como vemos, los universitarios no la tenemos fácil. Tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados y contemplar la ruina. Frente a un gobierno que mira a los lados, aún contamos en nuestra academia con recurso humano valiosísimo para reactivar -por ejemplo- los parques tecnológicos y comenzar a generar ingresos propios que nos permitan salir a flote. También necesitamos de mejores gerentes, que comiencen a articular con lo que nos queda de industria y comercio y, que sean las propias universidades quienes suministren bienes y servicios producidos/ofrecidosdesde estos espacios. ¿Utopía? Creo solo hace falta mayor voluntad por parte de las autoridades y menos coqueteo con los gobernantes de turno.

Con tablets -aunque suman algo- no se solucionan problemas estructurales. Un número considerable de docenes no puede pagar una buena conexión a internet y lo que gana no alcanza para esos lujos. Hasta que no tengamos un gobierno que valore realmente a las universidades otorgando presupuestos justos para la docencia, investigación y extensión, la situación será la misma. La política en materia universitaria ha sido profundizar el deterioro académico. Lo positivo del asunto es que aun contamos con reservas morales para hacer frente a la desidia e inoperancia.

 




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