Las tardes estaban llenas de tertulias. Había que trajearse y arreglarse para esos encuentros entre las mesas de Perecito, Oh Qué Bueno, Pizzería 007, El Sorrento, Frappe Guaparo, Dancing Stadium Bar o para ir al Cine Imperio. No había nada planificado entre amigos de diferentes familias, no existían los celulares ni la tecnología para eso, pero ya era un acuerdo tácito entre los habitantes de la Valencia Señorial.
Parecía que, al nacer en la ciudad que hoy cumple 466 años, ya todos tenían esa costumbre en sus genes. Antes ya existían las retretas en las plazas, a las que se llegaba en tranvía o pagando un bolívar por una carrera de uno de los “libres” que esperaban clientes en el lugar. Allí se compartía y se escuchaban las melodías de artistas de la época como Elías Hernández Salvatierra que le dedicó “Añoranzas” a Valencia; Enrique Aponte, Julio Centeno y varios tríos que engalanaban las tardes.
Así lo recuerda Julio Bracho, quien es conocido como el cronista de la parroquia San Blas y, a sus 85 años, no deja de explicar lo bonita que siempre ha sido la ciudad, aun cuando sus calles eran de tierra y predominaban, después del Puente Santa Rosa, haciendas de ganados como “La Monaguera” y “La Brangelera”.

Todo cambió con el urbanismo y la industrialización… Pero Valencia siempre fue próspera y cargada de una gran identidad en la que los apellidos de las familias cobraron mucha importancia, “pero no por ser antipáticos, sino porque todos nos conocíamos”.
Lugares obligados de la valencianidad
Todos recuerdan aquel lugar que fue demolido en 2006, tras 56 años de operaciones. Perecito es emblema de la ciudad porque no solo estaba destinado para sentarse a escuchar música, comer y beberse algo.

Tampoco fue un sitio de encuentro más de los habitantes de Valencia. Ahí se desarrollaba en gran esplendor el arte y la cultura que tanto caracterizaba a la que fue capital de Venezuela en dos oportunidades.
“Cada sábado había un taller, se hacía la peña del maestro Braulio Salazar, se quemaba a Judas, había exposiciones de pintura y venía mucha gente de Caracas también”, recuerda Luis Pérez, conocido por todos como “Perecito”.

Es ese sitio que muchos extrañan con sus populares arepas de chencho. La profesora Subdelia Páez de Sevilla, fundadora del Liceo Carabobo, lo recordó como un restaurante al que los valencianos iban “porque tenía de todo y era reflejo de lo positivo de nuestra ciudad”.
Arte y cultura de norte a sur
Si hay algo característico de la Valencia Señorial es su amor por el arte y la cultura. Sobraban espacios para su desarrollo y los días se combinaban entre una galería o la inauguración de una sala, y el compartir en algún local de tradición donde todos se conocían.
“Era una ciudad muy emotiva, siempre lista a celebrar las actividades tanto religiosas, como deportivas y culturales”, indicó Páez de Sevilla.
Ella recuerda con profunda nostalgia aquellos días en los que se contaba con el Ateneo de Valencia, la Galería de Arte Braulio Salazar y las salas de exposiciones de El Carabobeño. “Todos nosotros íbamos, era mucha gente y podíamos hablar y compartir con los artistas. Era una gran alegría”.
También rememoró la celebración de los carnavales de Valencia por toda la avenida Bolívar que hoy es la estampa de la desidia política. “Era lo más esperado por los niños, una fiesta para ellos”.

Cora Páez de Topel, defensora del patrimonio cultural de la entidad coincide. “Teníamos el salón de arte más importante del país, que era el Arturo Michelena, la Casa Páez que estaba abierta permanente al público y donde funcionaba la Sociedad de Amigos de Valencia, y las dos salas de exposiciones de El Carabobeño más la de conciertos”.
Se contaba además con el Museo de la Cultura, ubicado en el Parque de los Enanitos, que fue Premio Nacional de Arquitectura, ganado por Carlos Castillo, y con actividades al aire libre de las casas de la cultura de los diferentes municipios.
“Teníamos también el Salón de las Artes del Fuego, patrocinado por la Universidad de Carabobo, que tuvo que cerrarse por falta de presupuesto.”

Ella lamenta que se haya perdido parte de esos espacios en los que se podía desarrollar Valencia como la ciudad culta que es, como la Asociación de Escritores de Carabobo en el parque Humboldt, tomado actualmente por la Policía Municipal.
Legado patrimonial
Más de dos mil inmuebles coloniales sobreviven en Valencia. Es una cifra que obedece a una ordenanza municipal emitida por la gestión del alcalde Francisco “Paco” Cabrera en el año 2000, con la intención de evitar que se siguiera destruyendo el patrimonio arquitectónico de la ciudad.
“Quedan en San Blas, La Pastora, y algunas casas sueltas en el centro”, detalló la arquitecto Sara Atienzar, quien recordó que Valencia era una ciudad colonial que se destacaba por su buena arquitectura venezolana, por sus grandes casonas y la plaza Bolívar, que se fue transformando a lo largo de la historia pero de forma armónica, representando el estilo arquitectónico de cada momento.
Pero con la llegada de la modernidad, a principios del siglo XX, todo comenzó a cambiar producto de la necesidad de transformación, de progreso. “En el centro histórico había muchas casonas alrededor de la Plaza Bolívar, las mejores, de gente pudiente, y desaparecieron, fueron demolidas o mal transformadas”.
Pero aún queda mucho legado patrimonial. Se cuenta con obras como el Teatro Municipal, el Paraninfo de la UC, el Capitolio, las iglesias, y muchos otros monumentos que recuerdan a la Valencia con toda su historia y gran valor que no se debe perder. “Tenemos que trabajar en la educación y difusión para evitar más destrucción”.
Sobrevivientes de la Valencia Señorial
Hay rinconcitos cargados de historia, de añoranza, de alegrías. “Aquí se ha cantado, reído y llorado”, expresó Julio Bracho sentado en una de las mesas de La Guairita, el bar de más de 100 años ubicado en La Candelaria.

Ya no todos los que van al lugar se conocen entre sí como antes. Pero van para reconectarse con aquella Valencia en la que se compartía entre boleros y conversaciones de altura. Muchos se pasean por la galería fotográfica y de recortes de periódico de la época, hacen preguntas a quienes ven de mayor edad y se inicia de la nada una grata tertulia.
También hay grupos musicales que se presentan en vivo, y algunas interpretaciones improvisadas que surgen de la dinámica natural entre una mesa y otra.
A 4,5 kilómetros de La Guairita, está otro local cargado de historia. En El Viñedo sigue funcionando Oh Qué Bueno. No en el mismo sitio de su fundación en 1957, donde empezó como una sala de té del Hotel El Viñedo y después se convirtió en la fuente de soda estilo americana más popular de la ciudad.

Allí iban a compartir entre club house, helados, merengadas y bebidas a base de soda, los valencianos que pasaban horas conversando y haciendo gala de la esencia del gentilicio.
Y un poco más al sur, en plena avenida Bolívar sigue de pie la heladería Olimpia. Concetto Di Tommasi la atiende desde 1958, él mismo prepara los 14 sabores de helado que ofrece y conversa con sus clientes sobre deporte, su gran pasión.

Él es migrante europeo y siente un profundo amor por Valencia. “Cuando llegué había 250 mil habitantes, ahora son más de dos millones, se modernizó muy rápido, había industrias, ensambladoras, de todo, la zona industrial siempre estaba llena. A esta ciudad le debo todo y por eso no me voy de aquí nunca. Voy a Italia unos 15 días a despedirme y no volver más”.

Ya no van los cientos de estudiantes al día que pasaban por ahí a diario, pero él sigue con las puertas abiertas, el ánimo al 100 % y con ganas de que Valencia sea la de antes, la que todos añoran, la ciudad en la que personalidades como Iris Chacón, Irene Sáez, Pilín León y hasta expresidentes de la república paraban enla heladería Olympia a comerse un helado. En la que la valencianidad estaba en su máximo esplendor, defendiendo su cultura, su historia, a su gente y a su ciudad.