“La libertad de hacer y rehacer nuestras ciudades y a nosotros mismos es uno de los derechos humanos más preciosos, pero también uno de los más descuidados”. David Harvey

“La función de la ciudad es la de convertir el poder en forma, la energía en cultura, la materia muerta en símbolos vivos del arte y la reproducción biológica en creatividad social…” Lewis Mumford.

La ciudad donde vivo parece una vasija desecha donde sus piezas se han desperdigado, cada vez todo está más lejos, desconectado, cada vez cuesta más llegar. Su arteria principal es un espacio perdido que simboliza el fracaso de este sistema arcaico que nos arrebató nuestro terruño. Valencia se expandió en el espacio circundante: los grandes centros de servicios y equipamientos son actualmente como piezas desperdigadas, corroídas por el tiempo, abandonadas por la desidia y la quiebra. Por más que gaste el régimen en pintura de tráfico, resulta inocultable su acumulado abandono; por más que coloque lucecitas en el piso, nuestros hogares se encuentran en penumbra. Por más que procedan con el bacheo pre electoral, esos aislados remiendos solo nos recuerdan el destrozo de nuestros vetustos y desajustados vehículos. Si evades una tronera, caes en una alcantarilla que no ha sido reparada en décadas, pero ahora ni con el inconcluso Metro contamos.

Las urbanizaciones, los barrios periféricos, toda la ciudad se ha ido esparciendo desordenadamente. Este modelo urbano que no se pone límites ni al crecimiento anárquico en el espacio circundante ni a la dependencia de transporte motorizado, funciona como una bomba expansiva y las piezas de este recipiente se van alejando más y más.

Se permitió la abrupta tercialización del centro y la desestructuración de los barrios. La calle se transformó en un lugar desagradable por los ruidos, basura y humos, un lugar donde sólo se puede transitar nerviosamente y deprisa, a pesar de no tener gasolina.

Así, el proceso de destrucción, de ruptura, de dispersión se retroalimenta porque la población se ha visto conminada a salir del centro de la ciudad por diversos motivos – viviendas en ruinas, degradación y baja calidad ambiental- y se van a vivir a la periferia y vienen sólo a trabajar – los pocos que cuentan con trabajo – al interior de la ciudad y se acrecienta la necesidad de transporte y se van amontonando la degradación de la calle que tiene que acoger los carros de esta población que se fue a vivir al exterior. Y, además, Valencia se ha ido deshumanizando por la pérdida de vida vecinal y la calle se vuelto peligrosa.

La necesidad de reconstruir el espacio cotidiano aparece porque esta ciudad a trozos, este espacio desvencijado no funciona, es como una máquina rota. Una máquina ineficaz en la que se invierte cada vez más tiempo y energía y no resuelve o facilita las necesidades básicas de sus habitantes. Necesidades de accesibilidad, sociabilidad y, en definitiva, lo que se puede considerar calidad de vida.

Hoy resulta crucial, reflexionar desde la duda, desde lo complejo, desde los interrogantes y no, como estamos acostumbrados desde la pretensión de brindar una respuesta única y categórica a los problemas que enfrenta la ciudad y sus ciudadanos, aceptando la complejidad, la incertidumbre y la necesidad de diversificar las posibilidades y las soluciones; lo que nos obliga a partir desde un plano cívico; pues en nuestro terruño además de haber tenido historia, trayectoria, reflexión y gestión, hoy lo que aflora es el conflicto, el deterioro y la contradicción. Se pueden apreciar en Valencia símbolos que la identifican y otros que la cambian, renovándola – o afeándola – constantemente. En parte hecha y en parte haciéndose, nuestra ciudad es una realidad dinámica, siempre adaptándose a esa sempiterna lucha por sobrevivir. Será fundamental, entonces, los criterios que disciernen sobre lo que habría que mantener como parte de una identidad irrenunciable, y lo que habría que incorporar, cambiar o adecuar a nuevas situaciones, abriéndose a los desafíos que se nos presentan en este convulsionado siglo XXI.

Las posibilidades de lograr el cambio que se merece Valencia, viene con los pasos firmes de Carlos Lozano, su próximo alcalde; quien ya se encuentra en el primer lugar en las encuestas. Hoy Valencia, toda unida, camina hacia una nueva vida.

Sin embargo, tenemos una gran tarea por delante, cada uno de nosotros tiene que convertirse en multiplicador de estas ideas y convencer, persuadir y movilizar a todos los vecinos del municipio Valencia a votar por la tarjeta de la Unidad.

Contamos con Carlos Lozano y el comprometido y capacitado equipo que le acompaña, para derrotar a quienes han destruido nuestra ciudad, nuestro estado y nuestro país. El triunfo arrollador de Enzo Scaranno como gobernador de Carabobo y Carlos Lozano como alcalde de Valencia, será el preludio de la gran derrota del régimen en un futuro muy cercano.

Manuel Barreto Hernaiz




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