Por causa de la pandemia del Covid, la palabra «variante» se escucha cada vez con más temor. Se sabe de la variante inglesa del virus, de la surafricana, de la brasileña, de la variante de doble mutación, etcétera. Cuando pareciera que la pandemia se estabiliza o hasta retrocede, surge otra variante que complica aún más la lucha contra el Coronavirus.

En Venezuela también hay una variante mortífera, acaso la peor de todas, porque no se refiere propiamente al tema viral, sino que engloba todos los aspectos de la vida nacional, comenzando por el sanitario, en una especie de pandemia política, económica y social cuya letalidad está comprobada.

Esta variante mortífera ha destruido la democracia, la economía productiva, y la seguridad social y asistencial, dejando al país como tierra arrasada, en la cual la retórica oficial es cartón podrido o propaganda envilecida. La mentira es soberana y el mismo Covid se expande sin contención efectiva en medio de una catástrofe humanitaria.

La variante mortífera es la hegemonía despótica, depredadora y corrupta que todavía sojuzga a la nación, y también sus cómplices abiertos y encubiertos que colaboran con el continuismo.

La variante mortífera puede tener una vacuna en la exigencia constitucional de restablecer los derechos democráticos del pueblo venezolano, en las distintas categorías de los derechos humanos.

Y volviendo al Covid, en Venezuela la variante es mortífera porque el sistema de salud está en ruinas, no hay información veraz sino manipulación política, y los mandoneros del poder están pendientes de sus negociados, mientras la población trata de sobrevivir en la miseria y el abandono. Esta variante mortífera puede ser superada si se adquiere conciencia de su gravedad y se procede a enfrentarla con decisión y esperanza.




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