He tratado adrede el tema de la corrupción con carácter de prioridad porque entre todos y sin quitarle gravedad a los otros, considero que la corrupción es el problema más serio y de mayor trascendencia que condiciona de una manera determinante la vida del país.

Rigurosidad en la administración pública, lucha contra la criminalidad, mejora en los servicios públicos, seguridad personal, reducción de la inflación, estabilidad del signo monetario, educación y miles problemas más pero… la corrupción es la auténtica plaga que, cual metástasis cancerígena en estos veinte años ha invadido todos los sectores de la vida nacional.

En la sociedad en la cual vivimos, todas las personas se rigen, mejor dicho “deberían regirse” por un código moral que se refleja logicamente en el comportamiento cotidiano. Es un código que define las reglas del juego dentro del cual actúan sus integrantes. Ahora bien, cuando entre las personas que integran esa sociedad predomina el respeto de los códigos y de las normas de convivencia que nos hemos dado y que se han transmitido de padre a hijo, entonces actuamos de acuerdo a esos principios que quisieramos erigir como “normas universales” de comportamiento y la sociedad produce buenos resultados. Si, por el contrario  el castigo es débil o, peor todavía, se llega al convencimiento de que ser honestos no vale la pena, como está sucediendo en este país en los últimos veinte años cuando el primer corrupto es el gobierno, la sociedad entra en crisis. Y debo confesar que la impresión que percibo es que la deshonestidad y la corrupción en Venezuela, se han generalizado tanto al extremo  de considerar “normal” lo que se está haciendo y por ende, el que se comporte como tal, no venga castigado. Sobran ejemplos! Claro está que cuando los primeros deshonestos son los que están “arriba”  –   y aquí, lamentablemente hay varios casos de “personas influyentes” o de familiares (sobrinos! y amigos) cuya ficha policial no es muy inmaculada  que digamos   –   ponerle remedio y tratar de erradicar la corrupción se convierte, parafraseando el título de una serie  televisiva de hace algunos años, en una “Misión Imposible”!

Uno de los argumentos más exitosos de la campaña presidencial de Chávez en 1998 ha sido la solemne promesa de acabar con la corrupción en Venezuela. Y era una promesa que no podía no lograr el consenso que al fin y al cabo logró, porque el candidato Chávez en aquel momento – por supuesto solo en aquel momento- tenía la autoridad moral para prometer eso, puesto que su curriculum de hombre público era intachable debido al hecho que nunca había estado en el ambiente político.

Ahora bien, pasando por alto el hecho de que en estos casi veinte años chavistas, no solamente el gobierno no ha acabado con la corrupción sino que esta plaga se ha incrementado en forma exponencial alcanzando niveles nunca antes vistos, yo creo que deberíamos finalmente tomar conciencia que la corrupción no se extirpa con un decreto gubernamental. No nos hagamos ilusiones de que para  acabar  con la corrupción sea suficiente contar con un hombre de poder decidido a luchar contra eso, aún suponiendo   –  cosa bastante dudosa  –   que este señor y su grupo hayan tomado la decisión de acabar con esa plaga.La corrupción, mis queridos amigos, es una cuestión de educación a nivel familiar y a nivel social. Mientras nos quedemos callados frente a las sinvergüencerías que suceden al lado nuestro, mientras le digamos a nuestros hijos de no meterse en los asuntos ajenos porque eso no es problema nuestro, en fin mientras cerremos los ojos para no ver lo que sucede  alrededor, inevitablemente nos estamos convirtiendo en cómplices de la corrupción! Cuantas veces he dicho que “los verdaderos corruptos” no son solamente los que han robado y se han enriquecido descaradamente a expensas del gobierno,  sino tambien los que, aún sin haber robado, aún sin haber abusado del poder o por miedo, se han quedado callados convirtiéndose en cómplices de corruptos…y esto no sucede solamente en Venezuela. El problema es que aquí…hemos tocado el fondo!

Desde Italia – Paolo Montanari Tigri

  

  

 




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